Tal como lo prometí, el siguiente día me dirigí a la mansión Greenwood para hablar con mi madre sobre los últimos descubrimientos y las conexiones con las preguntas realizadas. Mi madre tenía demasiadas dudas. Al aclarar cada una de ellas, al aire que comprimía su pecho junto al ahogo en la garganta, le impidió emitir palabra alguna. Creí que estaba en shock. Sus ojos permanecieron quietos, su respiración lenta, sus manos apretadas sobre su regazo. Ni una bomba atómica la haría volver en razón. Para mi madre no solo era fantasioso, sino improbable. —¿Cómo es posible? —soltó después de un largo silencio. ―No tengo idea ―respondí sincera. Trataba de ahogar su falta de información haciéndome sofocantes preguntas y ocultándose tras esa máscara de mujer soberbia y fuerte, cuando ambas sab