Las noches se volvieron calurosas cuando el invierno terminó. Recibimos el año nuevo y las familias se unieron un poco más. La mayoría de los miembros sentían frío en las noches oscuras, cuando yo me derretía de calor bajo las sábanas. Con el paso del tiempo me acostumbré a dormir con la ventana abierta. Y aunque existía peligro, la vigilancia continua evitaba interrupciones en las madrugadas. No tenía nada de qué preocuparme, excepto por mi esposo. Elevada la noche de la segunda semana de marzo, llegó ahogándose en licor, tropezando con los muebles, derribando los libros y hablando estupideces. Los sonidos me obligaron a encender la lámpara de mi mesa e iluminar la habitación. Bajo la tenue luz, lo vislumbré recostado del sofá, con la camisa abierta, la corbata en el bolsillo delantero