―Es hora, princesa ―comentó mi madre a través del espejo. No podía respirar en el ajustado corsé. Nunca me acostumbré a usarlos. Cuando era niña, creí que la presión me explotaría los órganos. Mis piernas temblaban frente al espejo, mientras la sonrisa de la reina me alentaba a ser valiente. El momento por el esperé durante años, se alzaba ante mí como un monumento. La corona de Su Majestad dejaría su cabeza y se posicionaría sobre la mía, hasta que mi descendencia cumpliera la mayoría de edad. Esa coronación debió ejecutarse ante el pueblo cinco años atrás, pero debido a innumerables problemas económicos, fronterizos y malditos, se postergó hasta el quince de octubre; el mismo fatídico día que el amor de mi vida murió. Estaba tan nerviosa, que la presencia de mi familia no era suficient