Pétalos de rosas marchitos reposaban inertes sobre su tumba. La esperanza murió conmigo ese quince de octubre, cinco años atrás, cuando entre la oscuridad de la noche y el comienzo de una sangrienta metamorfosis, la muerte lo arrebató de mi lado. El dolor que estuve obligada a sentir durante sesenta meses, no se comparaba en nada a lo que mi corazón estaría obligado a sentir de allí en adelante. Los árboles se desprendían de sus hojas secas y recibían al gélido clima navideño. La siesta de los animales comenzaba en el período de hibernación, junto a una esperanza de ser la misma persona de antes. Una violenta brisa azotó mi cabello y se llevó consigo los pétalos de rosas. El clima, junto con esa tristeza que embargaba mi alma, deslizó lágrimas por mi rostro. Froté mis brazos, tratando de