Un par de días después de la visita de Giselle, Stella llamó desde el otro lado del mundo para contarme los destrozos que la prensa hizo de la familia real a nivel mundial. Ella subía a la parte más alta de una de los edificios y buscaba señal telefónica o de internet inalámbrico para llamarme, pero casi nunca funcionaban debido a la zona en la que se encontraba, lo que la resistencia hacía para cortar comunicaciones y lo restringidas que estaban las llamadas por miedo a las intervenciones y el rastreo a los campamentos de armamento y las ubicaciones de los soldados en batalla. Stella debía esquivar una inmensa burocracia para llamarme una vez a la semana.
―La prensa te destrozó después de esa entrevista ―articuló.
―Lo sé. He visto cada noticia en la web durante las últimas semanas —solté un bufido seguido de un quejido—. No acaban sus estúpidas especulaciones sobre Drake.
Escuchaba la briza azotar el auricular, un ruido de un helicóptero y algunas voces en árabe. No tenía idea de cómo Stella logró entender ese idioma en tan poco tiempo, aunque pensé que llevaba años en ese remoto lugar del planeta. No cualquiera se marcha de su país por amor al periodismo o un desbocado sentimiento de retratar a las personas en el peor momento de sus vidas, bajo escombros llenos de sangre, con las mutilaciones en vivo, los impactos de bala en su chaleco. El trabajo de Stella no tenía envidia de ninguna clase. Solo ella podría sonreír en medio de una guerra.
―¿Qué opina tu perfecto esposo de eso?
―No le gustó.
—¡Era de suponerse! —vociferó. Escuché un golpe fuerte—. Imagino como estará tu madre.
―Ha cambiado mucho. No es la persona de antes ni la mujer que conociste años atrás.
―Esto último no me lo esperaba.
Reímos a carcajadas, mientras masticaba las fresas que Nora llevó al jardín. Lo agrio de la fruta no quitaba el sabor de las malas noticias que me comentó al principio. No estaban ganando la guerra ni ayudando a las personas. Stella estaba en un lugar donde la misericordia no existía, la paz fue usada para limpiar el suelo y la mediación voló en pedazos con la detonación de un carro bomba. Me preocupaba en demasía la situación en la que Stella estaba involucrada, pero ella ratificó un millón de veces que estaba bien. Quería creer que eso terminaría en algún momento, pero sabíamos que nada termina hasta que uno de los dos muere o se rinde, y eso no pasaría tan fácilmente.
―¿Cómo estás? —pregunté una vez más.
―Si pensabas que aún sigo con todos mis órganos y sin heridas de bala, estás en lo correcto —respondió en tono jocoso, como si su salud fuera un chiste—. No tienes idea de los asesinatos que vemos a diario. La semana pasada dejaron una estela de brazos al aire libre, cuando un coche explotó en una plaza pública. Es desagradable ver la maldad bailando en sus ojos, y nadie hace nada.
Stella era genial en todos los sentidos, sin embargo, cuando comenzaba con sus ejemplos sanguinarios, se convertía en la persona menos genial que conocía. No podía ni pensar en lo mucho que me asqueaba una situación que ella veía normal. No sabía si se trataba de un humor n***o o solo era un camuflaje, pero me mareaba pensar en la cantidad de c*******s que veía diario.
Inspiré profundo antes de continuar, retrasando lo inevitable.
―Dime la verdad, Stella.
―Estoy bien —replicó irritada—. ¿Qué me dices de ti?
Stella siempre buscaba la manera de manejar la conversación a su antojo.
—Perfecta ―emití tras sentir un extraño picor en mi garganta. Ambas sabíamos que mentíamos, no obstante, en ocasiones la mentira es mejor asimilada que una cruel verdad que solo nos destrozaría las esperanzas de volvernos a ver―. ¿Cómo esta Miller?
―Esta cerca. —Por segundos la comunicación se cortaba, como si estuviesen intervenidos o sufriesen una falla técnica—. Retrata la belleza de Afganistán antes que lleguen los talibanes.
Un agudo dolor retumbó en mi cabeza. No me gustaba que Stella o Miller corrieran un riesgo innecesario al vivir tan cerca del peligro. No tenían nada que hacer allí, sin más gratificación que una anécdota para la posteridad si llegaban a ella, mientras exploraban un lugar más árido que el desierto del Sahara. Stella se exigía ser alguien diferente, no la chica que sus padres educaron para ser diseñadora de moda. Ninguna persona la hizo entrar en razón. Ella quería vivirlo, sentirlo en su cuerpo, inhalarlo, apreciar el calor de un tiroteo en la madrugada y el asco de las mutilaciones.
Me levanté de la silla y caminé al rosal de Rose. Una extensa gama de flores exóticas adornaban su jardín frontal, mientras los rayos de un imponente sol le infundían vitamina a sus plantas. Todos necesitamos del sol, así como la luna. No existe luz sin oscuridad, ni el n***o sin el blanco. De la misma forma necesitamos probar el amargo sabor de la muerte para degustar el dulzor de la vida.
―¿Están en peligro? —pregunté.
―No más del que tú corres en ese nido de serpientes —replicó.
Stella sabía exactamente como replicar cuando mi pregunta no le gustaba. Por un momento pensé en pedirle consejos y levantar mi voz para decir lo que en verdad quería, pero luego recordé que aunque recibiera un magister en como ser agresiva en diez pasos, jamás sería tan feroz como las personas querían que fuera. Dominic siempre me dijo que era tiempo de elevar mi voz como lo que era: la princesa de Inglaterra. Por otra parte estaba mi debilidad: Drake. Él me inspiraba a ser una mejor persona; bondadosa, amorosa e incluso un poco cariñosa.
Después de hablar con Giselle sobre mi futuro, no sabía a quién creerle ni que pasos seguir, pero cuando todo fue revelado, agradecí no seguir los pasos de ninguno. Cuando la venda se cayó de mis ojos, necesité ser una guerrera para afrontar las consecuencias de una maldición. Drake me enseñó cómo ser bondadosa y carismática, pero lo que me hizo pasar, nunca se lo perdonaría. Su verdad me destruyó la vida, me arrancó más de una lágrima y me hizo derramar sangre para cumplir la maldición que mi antecesora dejó para mí. Amé en demasía a un hombre que amaba más la oscuridad de su vida, que a la mujer que engañó de la forma más vil existente.
—¿Cómo va tu matrimonio? —preguntó Stella después de un silencio.
—Dominic esta de viaje con Wlliam, así que estoy sola con Rose.
—¡Suertuda! —vociferó ella—. ¡No vives con él! Por eso no te va mal.
Hablamos un poco más y reímos como tiempo atrás, hasta que una bocina en la entrada de la mansión Bush me alertó. Giré en dirección a la entrada. A través de las cortinas atisbé uno de los autos de William junto a las escaleras, con la insignia de los Bush en una de las puertas laterales. Caminé detrás de los rosales y me escondí en una de las esquinas del salón frontal, mientras observaba a Dominic y William descender del auto. Mi corazón se detuvo al ver a Dominic después de cuatro semanas, pero no sentí nada similar al pálpito por Drake. Eso me hizo sentir aún más traicionera que tiempo atrás, pero también me ayudó a conocer mis verdaderos sentimientos. No vi a Dominic durante un mes, pero ese tiempo bastó para enamorarme de alguien más.
Permanecí escondida mientras los periodistas se aglomeraban como hormigas a un cubo de azúcar. Muchos le gritaban a mi esposo para hacerle preguntas, tomarle una fotografía o escuchar sus declaraciones sobre la rueda de prensa. Los periodistas se acuchillaban por una entrevista en directo con el esposo de la princesa. Querían saber de su boca, que se sentía ser traicionado por su propio hermano, el cual se escabulló y cargó a su prometida mientras los fotografiaban.
―Stella, debo irme. La prensa se esta comiendo vivo a Dominic en la entrada.
Stella rio al pensar que bromeaba, pero cuando le aseguré que lo decía en serio, carraspeó su garganta y mostró indicios de preocupación, aun cuando nunca le importó mi esposo o lo que sucediera con él. Quizás encontrar al amor le ablandó el corazón y la volvió menos frívola.
―¡Cuídate mucho!
—Tú también.
—Te llamaré pronto. —Hubo un silencio—. Te quiero, Kay.
—Te quiero más.
Colgué y permanecí escondida. Por suerte, usaba una manta para cubrirme, así que la manipulé para evitar las espinas. Dominic saludó a los periodistas, mas no dio ninguna entrevista. Fue una excelente idea aumentar la seguridad en los alrededores de la mansión. Y aunque siempre salía con Peter y un auto señuelo que cambiábamos para despistar, sabíamos que siempre nos harían daño.
Observé su recorrido hasta las escaleras. Al acercarse a las puertas dobles de la entrada, giró en mi dirección, frunció el ceño y dibujó una sonrisa de complicidad. No le importó que estuviesen viendo en nuestra dirección, cuando llevó una mano a sus labios y me lanzó un beso. De inmediato las personas giraron en mi dirección. Las fotografías, los gritos y la aglomeración me obligaron a correr a la puerta trasera y esconderme como una prófuga. No necesitaban más fotografías de la princesa, tampoco frustradas ruedas de prensa, ni escándalos morbosos.
Cuando entré a la mansión, observé a Dominic y a William posicionados en la entrada. Ambos caminaban lo suficientemente cerca uno del otro como para escuchar sus respiraciones. Mis débiles piernas hicieron el recorrido hasta el salón, mientras Dominic caminaba en mi dirección, con una hermosa sonrisa. Dejó el maletín a un lado y estampó un fuerte beso en mis labios, seguido de un caluroso abrazo que calentó hasta la última célula de mi cuerpo. Fue un abrazo rompe costillas. Dominic regresó con mayor fuerza, como si se hubiese inyectado esteroides. Su abrazo me dolió demasiado, pero también me gustó. Me sentí en confort, como si el tiempo no hubiese pasado.
Primero saludé a Dominic y después a William, el cual hizo su debida reverencia. No podía quitarles eso. Las empleadas la hacían diez veces al día. Incluso Rose quiso hacerlo cuando me veía llegar a la mansión, pero la frené. Estábamos en la misma mansión, a la misma altura. La única fuera de lugar era yo, con mis comportamientos erráticos, mi maldición y mis demonios. Invadí su mansión, me colé en sus vidas, así que una reverencia estaba fuera de lugar e incluso impropio.
Rose estaba junto a él, igual de preocupada que el resto de los miembros de esa familia cuando vieron los lamparones bajo mis ojos, la palidez de mi piel y la ausencia de vestidos costosos. Dominic fue el único que no se inmutó al verme. Los ojos de William salieron de orbita, mientras su esposa sujetaba su codo y respiraba tranquilamente. Volvían a ser la familia completa y feliz. No más preocupaciones, no más viajes eternos. Solo partidos de croquet y golf hasta que las manos sangraran. Por otra parte, Dominic mostró un rostro de preocupación peor que el anterior.
―¿Esta enferma, Alteza? ―preguntó William―. Esta muy pálida.
―Estoy resfriada.
—¿Llamaron al médico? —investigó.
—Rose ha insistido durante la última semana para que visitara un médico, pero me negué en reiteradas ocasiones, así que finalmente desistió —comenté con la mirada en las tres personas frente a mí—. No se preocupe, William. Me encuentro mejor que algunos días atrás.
Dominic sabía qué ocurría. En sus ojos veía proyectado el dolor que sentía al ser un destino irrefutable. No soportaba ver en lo que me transformaba; la nueva Kay que no podía sujetar un vaso de agua sin que sus manos temblaran. Y aunque me sentía mucho mejor que una semana atrás, todavía sentía calambres, sudores nocturnos, temblor en las manos y poca coordinación.
―Me alegra que haya regresado a casa —concluí con una sonrisa.
—Momento ideal para un rico pie de manzana —animó Rose.
Le agradecí a Rose no continuar con el interrogatorio. William continuó preguntándome si estaba segura de no llamar al doctor. Miré a Dominic para pedirle auxilio. Él interrumpió a su padre y lo incentivó a comer pie. Rose nos condujo al comedor, mientras le indicaba a una de las empleadas que buscara los platos, los colocara sobre la mesa y nos sirviera el postre. Nos sentamos en las alargadas sillas de madera acolchada, uno junto al otro, observándonos como si lleváramos años sin vernos. Rose estallaba de emoción por el regreso de su amado William, mientras yo me encontraba en una difícil situación de la que no saldría bien librada.
Una vez que todo fue servido, junto con una copa de vino blanco, Rose le comentó a William los pormenores de lo sucedido las últimas dos semanas. Todo marchaba bien, entre risas y anécdotas del viaje de los hombres de la familia, cuando a Rose se le ocurrió la idea de contar algo que Dominic no sabía y planeaba mantenele en secreto hasta que las aguas se calmaran.
―Drake no pudo verlos —emitió al tragar el vino—. Se marchó triste.
Dominic giró de inmediato, proyectando esa dureza en su mirada. Sabía que se enteraría, pero no esperaba que lo hiciera por Rose, en el momento menos adecuado, a menos de una hora de recibirlos en casa. La incomodidad me acompañó en las siguientes bocanadas de aire y un ligero sorbo de vino, antes que la conversación fluyera como un litro de agua en un río escabroso.
―¿Cuánto tiempo estuvo aquí? ―preguntó Dominic.
―Dos semanas —respondió Rose con una sonrisa.
—Qué tristeza no haberlo visto —articuló William con un bocado semi masticado.