Capítulo 6

1312 Words
Livia Maldito caído. El odio ardía en mi interior con la intensidad de un fuego inextinguible. Odiaba a los de su especie con cada fibra de mi ser. Aunque para ser honesta, odiaba a todos. Mi desprecio no discriminaba; humanos, ángeles, demonios… todos eran iguales para mí. La única persona que me caía relativamente bien era Kira, y lo que había hecho esta noche solo me hacía dudar de mi hada amiga. —Tarde o temprano tendrán que trabajar juntos... —dijo Kira por quinta vez, su voz suave intentando calmar la tensión que colgaba entre nosotras como una nube oscura. De verdad, tener una demonio hada que se creía capaz de ver el aura en las personas no era muy útil. Sus habilidades eran más un estorbo que una ayuda en la mayoría de los casos, pero había aprendido a tolerarla, principalmente porque era la única compañía que podía soportar. —Mejor más tarde que más temprano, —le respondí mientras me detenía frente a mi casa y buscaba las llaves en mi bolsillo. La madera de la puerta crujió ligeramente al tocarla, un sonido familiar que me anclaba a la realidad de mi existencia en este inframundo lleno de sombras y traiciones. Entré al pequeño apartamento, Kira me siguió, sus alas traslúcidas emitiendo un brillo suave en la penumbra. Cerré la puerta detrás de nosotras, dejando fuera el bullicio distante de la ciudad. El silencio interior era una bienvenida tregua, aunque efímera. —Sabes que tengo razón, Livia, —insistió Kira, su voz llenando el espacio vacío con una mezcla de preocupación y esperanza. —Si ambos buscan el arma, tal vez unir fuerzas no sea tan mala idea. La miré, sintiendo un nudo de frustración en mi pecho. Su optimismo era exasperante, pero había algo en su mirada que me detenía. Quizás era la sinceridad, o tal vez simplemente el hecho de que no tenía a nadie más en quien confiar. —No confío en los caídos, Kira. No más que en los humanos o en cualquier otra criatura en este maldito mundo. —Mi voz era dura, reflejando las paredes que había construido a lo largo de los años para protegerme. Kira suspiró, sus alas vibrando ligeramente mientras se acercaba a la ventana, observando la ciudad afuera. La luz de la luna iluminaba su figura etérea, haciéndola parecer más irreal de lo habitual. Por un momento, el contraste entre su delicadeza y mi dureza me golpeó con fuerza. —Lo sé, Livia, —dijo finalmente. —Pero a veces, la confianza no es una opción. Es una necesidad. Me acerqué a la cocina, buscando algo que me distrajera de la conversación. Abrí la nevera y saqué una botella de vino, sirviendo dos copas. El líquido rojo oscuro brillaba bajo la luz tenue, prometiendo un pequeño momento de calma. Le tendí una copa a Kira y tomé un sorbo de la mía, el sabor amargo llenando mis sentidos, calmando el caos de emociones que giraba dentro de mí. Miré a Kira, sus ojos grandes y llenos de esperanza reflejando la luz de la luna. —Tal vez tengas razón, Kira, —admití a regañadientes, dejando que el vino suavizara un poco mi resistencia. —Pero eso no significa que me guste. Me dejé caer pesadamente en el sofá, sintiendo la rabia aún burbujeando bajo la superficie de mi piel. Kira revoloteaba a mi alrededor, sus alas brillando débilmente en la penumbra de la sala. —El muy cobarde escapó, —espeté, el odio destilando en cada palabra. —¿Eso te parece una colaboración? Kira se detuvo en el aire, sus ojos nublándose momentáneamente, un claro signo de que sus poderes estaban tomando el control. La miré con una mezcla de irritación y curiosidad, esperando a que saliera de su trance. —Necesitamos encontrar los mapas y textos para hallar el arma, Kira, —continué, mi voz más baja pero igual de firme. —Necesito deshacerme de estas visiones de una vez por todas. Los ojos de Kira se aclararon de repente, enfocándose en mí con una intensidad que me incomodó. —Encontrarás más que el arma, —dijo ella, su voz suave pero llena de una certeza inquietante. —Deja de hacer tu magia conmigo, —le respondí, irritada. —No necesito que me veas el futuro. Kira suspiró, posándose en el borde del sofá. Sus ojos grandes y llenos de preocupación me miraron fijamente. —¿Harás lo que estás pensando? —preguntó, sabiendo ya la respuesta. Asentí, levantándome y dirigiéndome a la cocina. Sabía que no tenía otra opción. El caído había escapado, pero había dejado algo valioso atrás. Saqué un pequeño recipiente y lo coloqué sobre la mesa. Entre mis dedos, sentí los mechones de cabello que había arrancado en nuestro encuentro. Con un cuidado casi ritual, los coloqué en el recipiente. Kira observaba en silencio mientras tomaba la botella de vino y vertía un poco del líquido sobre el cabello. La mezcla empezó a burbujear ligeramente, el olor fuerte llenando la habitación. Encendí una cerilla y la acerqué al recipiente, pronunciando unas palabras en un antiguo idioma que resonaban con un poder antiguo. —Incantare vestigia, revelare quae celantur, —murmuré, mi voz baja y grave mientras el fuego comenzaba a consumir la mezcla. Las llamas azules y doradas danzaban sobre el recipiente, iluminando la habitación con un brillo sobrenatural. Kira se mantenía en silencio y atenta, respetando el ritual. Sentí la magia recorrer mis venas, una energía antigua y poderosa que respondía a mi llamado. —El hechizo de rastreo debería llevarnos directamente a él, —dije finalmente, viendo cómo las llamas formaban un pequeño mapa en el aire, con una línea brillante que se dirigía hacia una dirección específica. Kira asintió, su rostro serio pero comprendiendo lo que teníamos que hacer. —Vamos a encontrarlo, Livia. Y esta vez, no escapará tan fácilmente. La luz de las llamas comenzaba a desvanecerse, pero el mapa resplandeciente permanecía en el aire, indicando la dirección que debíamos seguir. Sabía que no podíamos perder tiempo. —Tenemos que prepararnos, —dije mientras me dirigía a mi habitación. Ella asintió y comenzó a revolotear nerviosamente por la casa, recogiendo pequeñas armas y herramientas que podríamos necesitar. Abrí mi armario y saqué mi ropa oscura, diseñada para mezclarme con las sombras. Me deslicé en unos pantalones ajustados y una camiseta negra, asegurándome de que permitieran libertad de movimiento. —Aquí tienes, —dijo Kira, entregándome un cinturón con fundas para dagas. Me puse el cinturón y escondí una pequeña daga en cada bota. —No olvides esto, —agregó Kira, lanzándome una chaqueta de cuero con bolsillos ocultos para más armas. Me la puse, ajustando los compartimentos para que no se notaran a simple vista. Kira siguió volando de un lado a otro, asegurándose de que no olvidáramos nada esencial. Su energía nerviosa era contagiosa, pero sabía que tenía que mantener la calma. —¿Lista? —me preguntó finalmente, sus alas brillando con un tenue resplandor en la oscuridad. Asentí, sintiendo el peso de las armas contra mi cuerpo y la adrenalina empezando a fluir. Nos dirigimos hacia la puerta principal, el mapa de fuego flotando a nuestro lado, guiándonos en la dirección correcta. La noche era fría y la ciudad estaba envuelta en una penumbra que parecía absorber la luz de las farolas. Caminamos por las calles, aún a esta hora había movimiento de unos pocos humanos, siguiendo el resplandor del mapa que parpadeaba ante nosotras. Cada paso que dábamos resonaba en el silencio, aumentando la tensión en el aire. —¿Qué crees que hará cuando nos vea? —preguntó Kira en voz baja, volando a mi lado. —No lo sé, pero no planeo darle tiempo para reaccionar, —respondí, mis ojos escaneando las sombras en busca de cualquier señal de peligro.
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