Capítulo 2

1235 Words
Ariel La luz del sol se filtraba por los vitrales de la antigua biblioteca, creando patrones de colores en el suelo de mármol. Caminé entre los altos estantes repletos de libros polvorientos, cada uno un tesoro de conocimiento perdido. Mi corazón latía con fuerza, consciente de que el tiempo se agotaba y que cada segundo contaba en mi búsqueda. Me detuve frente a una sección dedicada a la historia antigua, donde los tomos más viejos yacían olvidados. La biblioteca del Cielo era vasta, pero también era un laberinto de secretos y mentiras. Sabía que la información que buscaba no estaría a simple vista. Había pasado incontables horas aquí, buscando pistas, leyendo sobre leyendas y mitos que podrían llevarme al arma perdida. Tomé un libro viejo y pesado, sus tapas de cuero desgastadas por los siglos. Al abrirlo, una nube de polvo se levantó, haciéndome toser. Las páginas crujían bajo mis dedos mientras las pasaba con cuidado, buscando cualquier mención sobre el arma que, según las leyendas, tenía el poder de cambiar el destino de todas las criaturas, celestiales e infernales. —¿Ariel? —una voz familiar me sacó de mis pensamientos. Levanté la vista y vi a Rafael, mi viejo amigo y confidente, parado al final del pasillo. Su expresión era seria, como siempre. —Te he estado buscando. —Rafael —respondí, dejando el libro a un lado. —Estoy cerca. Lo sé. Él asintió, acercándose lentamente. Sus alas doradas se movían con gracia a cada paso, contrastando con mi ausencia de ellas. No podía evitar sentir una punzada de envidia cada vez que las veía, recordando lo que había perdido. —Ariel, he oído rumores —dijo Rafael, su voz baja y preocupada. —Algunos creen que lo que buscas no debería ser encontrado. Que está perdido por una razón. —Lo sé, pero no puedo ignorar la posibilidad —respondí con determinación. —Si hay una oportunidad de terminar con esta guerra, debemos tomarla. No podemos seguir perdiendo más vidas, más almas. Rafael suspiró, comprendiendo mi punto de vista, pero también cargado con sus propias dudas. Sabía que mi búsqueda no solo era peligrosa, sino también llena de riesgos. Pero no podía dejar que eso me detuviera. —Ariel, incluso si encuentras el arma, no creo que seas aceptado nuevamente en el Cielo —dijo Rafael con una mezcla de tristeza y realismo. Sentí un nudo en mi estómago al escuchar esas palabras. Sabía que tenía razón, pero no podía permitirme pensar en eso ahora. Tenía que intentarlo. —Rafael, no quiero seguir viviendo entre los humanos y demonios —le respondí con firmeza. —Tengo que intentarlo. No puedo soportar ver cómo nuestro mundo se desmorona. Si tengo la oportunidad de cambiar las cosas, debo tomarla. Rafael me miró con una mezcla de compasión y resignación. Sabía que mis palabras eran sinceras, pero también sabía lo difícil que sería mi camino. —Ten cuidado, Ariel —dijo finalmente. —Hay fuerzas que no comprendemos, y jugar con el destino puede tener consecuencias imprevistas. —Lo sé, hermano. Pero no puedo quedarme de brazos cruzados. Con eso, Rafael se despidió, dejándome solo nuevamente en la vasta biblioteca. Volví a concentrarme en los libros, decidido a encontrar cualquier pista, cualquier fragmento de información que me llevara al arma. Horas pasaron mientras leía sobre antiguas batallas, héroes caídos y artefactos olvidados. Finalmente, encontré algo. Un pasaje en un libro antiguo mencionaba una batalla en la que un ángel moribundo había ocultado un arma poderosa en la Tierra, sellándola con un hechizo para que nadie la encontrara. Mi corazón saltó de emoción. Esto era lo que había estado buscando. —Aquí está —murmuré para mí mismo, mis ojos recorriendo las palabras con avidez. Sabía que este era solo el comienzo, pero había encontrado una pista, una luz en la oscuridad que me guiaba hacia la verdad. —"En la batalla final de los tiempos olvidados, un ángel caído, moribundo y desesperado, ocultó el arma de leyendas en la Tierra. Con su último aliento, selló el arma con un hechizo, jurando que jamás sería encontrada, para proteger a ambos mundos del poder devastador que contenía. Solo aquellos con el corazón puro y la determinación inquebrantable podrían desentrañar su secreto." Con renovada energía, cerré el libro y lo guardé en mi bolsa. Sabía que el camino sería largo y peligroso, pero estaba listo. La búsqueda del arma perdida había comenzado, y no me detendría hasta encontrarla. Salí de la biblioteca, el aire fresco de la tarde acariciando mi rostro mientras descendía por los escalones de mármol. La ciudad se extendía ante mí, vibrante y bulliciosa. Humanos iban y venían, sumidos en sus propias vidas, la mayoría ignorantes de la guerra oculta que se libraba en las sombras. Mientras caminaba por las calles, observé a la gente a mi alrededor. Algunos vivían sus vidas sin la menor idea de la existencia de ángeles y demonios, preocupados solo por sus tareas diarias y sus problemas mundanos. Otros, sin embargo, eran tentados por promesas de poder y longevidad, cayendo en las garras de los demonios o de los ángeles caídos que habían renunciado a su lugar en el cielo por un poco de diversión y placer terrenal. A diferencia de mí, muchos de esos ángeles caídos habían elegido su destino. Habían optado por renunciar a la luz y abrazar la oscuridad, disfrutando de los placeres y libertades que el mundo humano ofrecía. Yo, en cambio, había sido desterrado por mi falta de confianza en la ausencia de nuestro Padre. Mi incredulidad y cuestionamiento me habían llevado a este exilio forzado, viviendo entre humanos y demonios, sin hogar y sin propósito. Miré hacia el cielo, donde sabía que el Cielo existía, inalcanzable y distante. La amargura y la tristeza eran mis compañeras constantes, pero no podía permitirme el lujo de rendirme. La esperanza de encontrar el arma, de terminar con esta guerra interminable, me impulsaba hacia adelante. Pasé junto a un grupo de humanos que discutían acaloradamente sobre algún asunto trivial. Su ignorancia me resultaba tanto envidiable como dolorosa. Ellos no sabían de la lucha eterna que se desarrollaba a su alrededor, del sacrificio y la desesperación de aquellos que, como yo, luchaban por un mundo mejor. Mientras seguía mi camino, los recuerdos de mis días en el Cielo regresaron con fuerza. Recordé la paz y la luz, la sensación de pertenencia y propósito. Sabía que mi búsqueda no solo era por el arma, sino también por una redención personal, por la esperanza de ser aceptado nuevamente entre los míos. Me detuve un momento, observando a un niño que jugaba en la acera, su risa pura y contagiosa. Esa inocencia, esa despreocupación, era algo que había perdido hace mucho tiempo. Pero también me recordaba lo que estaba en juego, de lo que estaba tratando de proteger. Doblé en un callejón, intentando cortar camino para llegar a mi apartamento. Las sombras se alargaban a medida que el sol se ocultaba en el horizonte, proyectando figuras inquietantes en las paredes de ladrillo. Mientras avanzaba, un borrón azul cruzó frente a mí, demasiado rápido para que pudiera reaccionar. Antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo, una fuerza me golpeó con violencia, dejándome de cara a la pared. Mi brazo estaba torcido dolorosamente detrás de mi espalda. —¿Qué demonios...? —gruñí, intentando liberarme de la presa que me inmovilizaba.
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