Andrea
Christopher dio otro paso hacia adelante, sus ojos aún fijos en los míos.
—Andrea, quise sorprenderte. Pensé que te gustaría... —dijo, su voz suave pero cargada de intención.
Sentí mi corazón latir con fuerza. Había pasado tantas horas sin saber de él, y ahora estaba aquí, en mi casa, mirándome con esa intensidad que siempre lograba desarmarme.
—Estoy... sorprendida, sí... —respondí finalmente, mis emociones a flor de piel. —No sabía que venías.
—Ana y yo lo planeamos, —dijo Josh, rompiendo el silencio mientras se acercaba y me daba un rápido abrazo. —Queríamos que fuera una sorpresa.
—Vaya sorpresa... —murmuré, sin saber si reír o llorar.
Miguel, percibiendo la tensión en el ambiente, se apartó suavemente de mi lado y se acercó a Ana.
—Creo que necesitamos más vino para esta reunión inesperada, —dijo, guiñándome un ojo antes de dirigirse a la cocina.
Christopher avanzó hasta quedar frente a mí.
La chispa en sus ojos me recordó qué me había atraído de él en primer lugar. Sentí una oleada de calidez y alivio al tenerlo tan cerca.
—Andrea, —dijo en un susurro que solo yo pude escuchar, —me moría por verte.
Las palabras de Christopher atravesaron mi confusión y mi corazón latió con fuerza al escucharlas. Mi mundo, que se había tambaleado en las últimas horas, comenzaba a encontrar su equilibrio de nuevo.
Lentamente, levantó su mano y la colocó en mi mejilla. Su toque era cálido, y sentí una corriente eléctrica recorrer mi cuerpo. Cerré los ojos por un instante, dejando que la sensación me envolviera.
Cuando abrí los ojos, vi la misma emoción reflejada en los suyos. Sin pensarlo dos veces, me lancé hacia él, rodeando su cuello con mis brazos y abrazándolo con fuerza. El mundo exterior desapareció, y solo quedábamos nosotros dos, conectados por algo más profundo que las palabras.
Christopher respondió al abrazo con igual intensidad, sus brazos envolviéndome, protegiéndome. Me sentí segura, como si nada malo pudiera suceder mientras él estuviera conmigo. Bajó la cabeza y depositó un suave beso en mi cabello, y esa simple acción llenó mi corazón de calidez y seguridad.
—Te extrañé tanto, Andrea, estás horas sin hablar contigo... —murmuró contra mi cabello, su voz cargada de emoción.
—Yo también te extrañé, Chris. —respondí, sin soltarlo. —Estaba tan preocupada... Pensé que algo había pasado.
—Lo siento, —dijo, separándose un poco para mirarme a los ojos. —No quería preocuparte. Solo quería darte una sorpresa. No podía esperar más para verte.
Nos quedamos así, abrazados y mirándonos a los ojos, como si quisiéramos recuperar todo el tiempo perdido. Sentí las lágrimas acumulándose en mis ojos, pero eran lágrimas de alivio y felicidad.
Nos acomodamos en los sofás alrededor de la chimenea, las maletas de Chris y Josh estaban en la sala de estar, testigos mudos de su llegada sorpresa. El fuego crepitaba suavemente, llenando la habitación con un calor acogedor que contrastaba con el aire fresco de la noche.
—No puedo creer que estés aquí, —dije, todavía asimilando la sorpresa. Miré a Christopher, su rostro iluminado por las llamas. Parecía un sueño.
—Yo tampoco puedo creerlo, —respondió él, apretando mi mano. —Ha sido una locura mantener esto en secreto.
Ana se sentó junto a Josh, mientras Miguel servía el vino en las copas. El ambiente era relajado, lleno de risas y charlas.
—¿Así que este es el famoso Christopher del que tanto hablas? —bromeó Miguel, mirando a su hermana y luego a mí con una sonrisa divertida.
—El mismo, —respondí, mi corazón todavía latiendo con fuerza. —Ana, ¿cómo mantuviste esto en secreto?
—Fue difícil, créeme, —dijo Ana, riendo. —Pero valió la pena por ver la expresión en tu cara. Fue épico.
El ambiente se tensó un poco cuando Christopher, sin poder ocultar sus celos, preguntó:
—Así que, ¿qué hacías antes de que llegáramos?
—Bueno, estábamos recordando viejos tiempos, —dijo Miguel con una sonrisa ladina. —Ya sabes, los buenos viejos tiempos en la secundaria. Andrea y yo éramos novios.
Christopher apretó los labios, tratando de mantener la calma. Sentí la incomodidad en el aire, pero antes de que pudiera intervenir, Miguel continuó.
—¿Recuerdas cuando nos escapamos de la clase de biología para ir a la playa, reina? —dijo, mirándome con una mezcla de nostalgia y picardía. —Esa fue una de nuestras mejores aventuras.
—Sí, lo recuerdo, —dije, intentando no parecer incómoda. —Fue una locura.
Christopher respiró hondo, tratando de mantener su compostura.
—Sí, parece que tuvieron muchos buenos momentos juntos. Pero, ¿por qué no seguiste con ella, Miguel?
Miguel levantó una ceja, claramente disfrutando del juego.
—Bueno, Christopher, la vida nos lleva por caminos diferentes. Pero, a veces, esos caminos se cruzan de nuevo, ¿no crees?
Sentí cómo la tensión aumentaba entre los dos hombres. Ana le lanzó una mirada de advertencia a su hermano, pero Miguel parecía decidido a provocar.
—Además, —continuó Miguel, —algunas cosas nunca cambian. La conexión que tengo con Andrea es única. No se puede negar lo que compartimos.
Christopher se inclinó un poco hacia adelante, su mirada fija en Miguel.
—Tal vez, pero ahora soy yo quien está en su vida. Y pienso quedarme. No necesito recordar el pasado para saber lo que tengo ahora.
Miguel sonrió, pero su mirada se endureció.
—Espero que sepas cuidarla como se merece, Christopher. Andrea es especial. Siempre lo ha sido.
—Lo sé, —respondió Christopher, su tono firme. —Y haré todo lo que esté en mi poder para hacerla feliz.
Intenté calmar la situación, colocando una mano en el brazo de Christopher.
—El pasado es el pasado.
Miguel relajó su postura, pero la chispa de competitividad no desapareció de sus ojos.
—Tienes razón, reina. Lo importante es el presente.
Christopher asintió, pero sus ojos aún mostraban una sombra de desconfianza.
—Sí, el presente y el futuro.
Ana, siempre la pacificadora, se levantó y sugirió cambiar de tema.
—Bueno, sino van a sacarlas para medir quién la tiene más grande... —dijo y sentí como la sangre se acumulaba en mi rostro, —¿Qué les parece pizza?
Todos asintieron, agradecidos por la distracción. Mientras Ana hacía el pedido, me acomodé sobre mis piernas. Nuestras manos se entrelazaron, y me sentí reconfortada por su cercanía.
Miguel, notando la intimidad entre nosotros, decidió excusarse.
—Bueno, creo que es momento de que vaya a ver a mis padres. Ya saben cómo se ponen si no aparezco pronto —dijo con una sonrisa, aunque sus ojos mostraban una leve tristeza.
—Claro, Miguel. Nos vemos luego, —le dije, levantándome para darle un abrazo.
—Cuídate, reina, —dijo, lanzando una última mirada a Christopher antes de salir.
Nos quedamos los cuatro, disfrutando de las pizzas que llegaron poco después. La conversación fluyó naturalmente, llena de risas e historias del viaje. La tensión de antes parecía haber desaparecido.
—Bueno, chicos, hemos estado pensando en cómo acomodarnos todos. Josh se quedará conmigo, y como Miguel también se está quedando en mi casa, Christopher debería quedarse con Andrea.
Me quedé en silencio por un momento, sorprendida por la sugerencia, pero la idea me agradó de inmediato. Christopher sonrió y me apretó la mano con más fuerza.
—Me parece una excelente idea, —dijo él, mirando directamente a Ana y luego a mí.
Josh, que había estado escuchando en silencio, asintió con entusiasmo.
—Sí, eso suena perfecto. Así no incomodamos a nadie.
La noche continuó con un ambiente mucho más relajado. Las pizzas a medio comer quedaron olvidadas mientras Ana y Josh se sumergían en una conversación sobre sus planes para el próximo día. Christopher y yo, por nuestra parte, nos sumergimos en nuestra propia burbuja de intimidad.
—No puedo creer que estés aquí, —le susurré a Christopher, acariciando su rostro con ternura.
—Tampoco yo, —respondió, besándome suavemente en la mano.
Saber que Christopher había hecho todo este viaje solo para verme me llenaba de una alegría indescriptible.