Capítulo 22

1450 Words
Christopher Después de una noche que había empezado un poco tensa, Andrea condujo su auto por las calles de la ciudad, respondiéndome todo lo que le preguntaba sobre el lugar. La calidez de su voz y la forma en que describía cada rincón con cariño me hicieron sentir más conectado a este sitio desconocido. Cuando llegamos a su casa, bajé mi maleta del auto y subimos tomados de la mano en el ascensor. Cada piso que pasaba sentía mis nervios incrementarse, pero la calidez de su mano en la mía me mantenía centrado. Finalmente, se detuvo en su puerta y la abrió con un suspiro, revelando un espacio acogedor y lleno de vida. El aroma de su perfume mezclado con el leve olor a vainilla de un perfumador llenaba el aire. —Bienvenido a mi hogar, —dijo, girándose hacia mí con una sonrisa tímida pero brillante. Entré, dejando la maleta a un lado. Miré alrededor, absorbiendo cada detalle. Fotos de Tomy y Andrea adornaban las paredes. Un sofá grande y mullido ocupaba el centro de la sala, acompañado de una mesa baja cubierta de libros. —Es encantador, —dije sinceramente. —Muy... tú. —Gracias, —respondió ella, su sonrisa creciendo. —¿Quieres algo de beber? ¿Tal vez un poco de vino? —Vino suena perfecto. La seguí hasta la cocina, observando cómo se movía con familiaridad en su espacio. Sacó una botella de vino tinto y dos copas, sirviendo con cuidado. Nos dirigimos al sofá y nos sentamos, nuestras rodillas rozándose, una sensación de comodidad y anticipación en el aire. Bebimos un sorbo, dejando que el silencio cómodo llenara el espacio. Mis ojos se encontraron con los suyos, y sin pensarlo mucho, alcé una mano para acariciar su mejilla. Su piel era suave bajo mis dedos, ella cerró los ojos, inclinándose hacia mi toque. Nos acercamos lentamente, y nuestros labios se encontraron en un beso suave, delicado, precioso. Sentí que todo el peso de la distancia y el tiempo se desvanecía en ese momento. Era como si finalmente hubiera encontrado el lugar al que pertenecía. Nos separamos, ambos respirando un poco más rápido, y ella apoyó su frente contra la mía. —¿Quieres ver el resto de la casa? —preguntó con una sonrisa juguetona. —Claro, muéstrame todo, —respondí, tomando su mano nuevamente. Andrea me llevó por cada habitación, mostrándome con orgullo cada rincón de su vida. Cuando llegamos a su dormitorio, mi corazón latía con fuerza. La habitación estaba decorada con tonos suaves y cálidos, un lugar que invitaba a la tranquilidad y la intimidad. —Es hermoso, Andrea, —dije, tirando de ella para abrazarla. Ella se acurrucó contra mi pecho, y por un momento, todo fue perfecto. —¿Te importaría si me doy un baño? —pregunté, tratando de sonar casual, aunque los nervios ya comenzaban a arremolinarse en mi estómago. —Claro, no hay problema, —respondió con una sonrisa, separándose de mí. —El baño está justo al final del pasillo. Te dejaré algunas toallas en el lavabo. Asentí y me dirigí al baño. El espacio era acogedor y ordenado, con toques personales que hacían evidente la presencia de Andrea y Tomy. El espejo grande reflejaba la luz suave de una lámpara de pared, creando un ambiente sereno. Me desvestí lentamente, sintiendo la ansiedad aumentar con cada prenda que caía al suelo. Cuando finalmente estuve desnudo, me miré en el espejo por un momento, tratando de calmar mis pensamientos. Pareces un adolescente acalorado, me burlé de mi mismo, pero ella me hacía sentir así, como un chico sin experiencia en nada. Entré a la ducha, dejando que la calidez relajara mis músculos tensos. Cerré los ojos y traté de enfocarme en la sensación del agua sobre mi piel, pero mi mente seguía volviendo a Andrea, esperando en la otra habitación. Los nervios se mezclaban con la emoción, creando una mezcla de anticipación y deseo que era difícil de contener. Después de unos minutos, salí de la ducha, sintiéndome un poco más relajado pero aún ansioso. Me sequé rápidamente y me envolví en una toalla, dejando que el aire fresco del baño me ayudara a despejar la mente. Tomé una respiración profunda antes de salir del baño, caminando por el pasillo hacia el dormitorio. Al entrar, la vi esperándome, sentada en la cama con una copa de vino en la mano y una sonrisa tranquila en el rostro. Su mirada se encontró con la mía, y por un momento, el mundo exterior dejó de existir. —Te ves... relajado, —dijo Andrea, su voz suave y acogedora. —Lo necesitaba, —respondí, acercándome a ella. —Gracias. Me senté a su lado, tomando la copa de vino que me ofrecía. El vino era dulce y reconfortante, pero no tanto como la presencia de Andrea a mi lado. Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando de la compañía y la quietud de la habitación. —No tienes idea de cuánto he pensado en este momento, —dije finalmente, rompiendo el silencio. —En estar aquí contigo. —Yo también, Chris, —respondió, colocando su copa a un lado y tomando mi mano. —Este es el comienzo de algo... nuevo para nosotros, ¿verdad? —Sí, lo es, —dije, apretando su mano suavemente. —Y no quiero que termine nunca. Andrea se acercó, apoyando su cabeza en mi hombro. La calidez de su cuerpo contra el mío era reconfortante, y sentí que los nervios finalmente comenzaban a disiparse, reemplazados por una sensación de paz y felicidad. Andrea levantó la cabeza de mi hombro, sus ojos encontrando los míos con una intensidad que hizo que mi corazón se acelerara otra vez. El momento se llenó de una quietud cargada de anticipación. Dejé la copa de vino a un lado y acerqué mi mano para acariciar suavemente su mejilla. —¿Quieres que duerma aquí... o en otra habitación? —le pregunté, dejando que ella tomara la decisión final. —Somos adultos, podemos compartir una cama... —dijo, aunque sus mejillas se tiñeron de un sutil rojo que la delataba. —Sí, tienes razón... —respondí, sonriendo por su reacción. Ella se levantó rápidamente de la cama. —Voy a... cambiarme... —dijo algo nerviosa y buscó su ropa, con movimientos algo bruscos y ansiosos. Salió de la habitación casi corriendo. Aproveché el momento para vestirme. Con unos pantalones cortos y sin camiseta ya estaba listo. Mientras esperaba, mis pensamientos giraban alrededor de lo que había sucedido en las últimas horas. No podía evitar sonreír al recordar cómo se sentía tenerla entre mis brazos por primera vez, cómo se acoplaba perfectamente a mí. Ella volvió poco después con un pijama corto, sus piernas parecían más largas de lo que recordaba. Tragué saliva mientras abría la cama. —¿De qué lado duermes? —pregunté moviendo unas almohadas. —Del izquierdo, sino te molesta. Parecíamos dos chicos pequeños, y necesitaba romper esta pared que se había formado entre nosotros. Me acerqué a ella, tomando sus manos entre las mías. Sus ojos se encontraron con los míos, llenos de esa mezcla de timidez y deseo que me había encantado. —Andrea, no quiero que esto sea incómodo para ti. Quiero que te sientas cómoda, segura. Si en algún momento te sientes incómoda, por favor dímelo. Ella sonrió, apretando mis manos con suavidad. —Chris, me siento bien. Es solo... han pasado tantas cosas. Pero estar contigo aquí, ahora, me hace sentir que todo está en su lugar. Nos acostamos en la cama, cada uno en su lado, pero nuestras manos se buscaron instintivamente bajo las sábanas. Sentí su piel cálida contra la mía, y un torrente de emociones me invadió. —Me gusta estar aquí, me alegra que Josh me haya convencido... —susurré, girando hacia ella con una sonrisa traviesa en mis labios. —A mi también me alegra de que estés aquí, —ella se giró también, quedando cara a cara conmigo. Su respiración era suave y constante, y la luz tenue de la lámpara en la mesita de noche iluminaba su rostro de una manera que la hacía ver aún más hermosa. —Ven aquí, —le dije, acercándola a mí en un abrazo. Moría de ganas por sentirla, por tocarla y explotarla, pero tal vez... tal vez era demasiado pronto. Nos abrazamos, la cercanía de nuestros cuerpos rompiendo esa pared de nervios entre nosotros con una energía eléctrica. Sentí su corazón latir contra mi pecho, un ritmo que parecía sincronizarse con el mío. Suspiré, permitiéndome perderme en ese momento, en la realidad de tenerla en mis brazos. Tal vez... Tal vez no era demasiado pronto.
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