Andrea
Mi teléfono no paraba de sonar. Con los ojos entrecerrados por el sueño, busqué a tientas el molesto aparato. Un peso cálido sobre mi cintura me detuvo de golpe, recordándome la presencia de Christopher a mi lado.
Lentamente, me giré para verlo. Estaba dormido tan plácidamente, su rostro relajado en una expresión de paz que hizo que sonriera al recordar los eventos de la noche anterior.
Los "te quiero" susurrados, la intimidad compartida... Sentía mariposas en el estómago solo de recordarlo.
El teléfono siguió sonando, interrumpiendo mis pensamientos. Con cuidado, estiré la mano para tomarlo de la mesa de noche, tratando de no despertar a Christopher. Sin embargo, el movimiento lo hizo moverse ligeramente, soltando un sonido de frustración.
—¿Hola? —pregunté con la voz adormecida, tratando de sonar más despierta de lo que estaba.
—¡Hasta que atiendes! —gritó Ana al otro lado del auricular, su voz vibrante como siempre.
—Shh, baja la voz... —susurré, lanzando una mirada a Christopher, quien aún parecía inmerso en su sueño.
—¿Noche movida, eh? —se rio Ana. —Bueno, no importa, te mandé el cronograma de esta semana con actividades para los cuatro... Bueno, para los cinco, Miguel también se quiere sumar...
Christopher se despertó, su mirada juguetona encontrando la mía. Sonrió y comenzó a besarme el brazo, sus labios suaves nublando mis pensamientos y haciendo que mi corazón se acelerara.
—Este... Déjame... pensar... —le dije a Ana, intentando coordinar una idea mientras Chris continuaba su dulce tortura.
—¿Andrea estás ahí? —seguía hablando Ana, su voz un poco más preocupada ahora.
Chris se levantó de la cama, y al verlo caminar hacia el baño a la luz del día, me quedé sin aliento. Era perfecto, cada línea y músculo en su lugar, como esculpido por los mismos dioses. Sentí una oleada de admiración y deseo, y no pude evitar seguirlo con la mirada hasta que desapareció tras la puerta.
—Te llamo luego... —dije rápidamente y corté la llamada, mis mejillas sonrojadas y mi mente aún desenfocada por la atención de Christopher.
Suspiré y me dejé caer de nuevo sobre la almohada, mi corazón todavía palpitando con fuerza. Tomé mi teléfono y abrí el mensaje de Ana, revisando el cronograma que había preparado. Había actividades para todos los gustos: cenas, excursiones, incluso una visita a un museo que Miguel quería ver.
Mis pensamientos se desviaron inevitablemente a la noche anterior, a los momentos compartidos con Christopher. La conexión que sentía con él era profunda, más allá del simple deseo físico. Era algo más, algo que me hacía sentir completa, como si una parte de mí que había estado perdida por tanto tiempo finalmente hubiera encontrado su lugar.
Christopher salió del baño, envuelto en una toalla, su piel todavía húmeda y brillando bajo la luz matutina. Me sonrió al verme observándolo y caminó hacia mí, sentándose en el borde de la cama.
—Buenos días, hermosa —dijo, su voz ronca por el sueño.
—Buenos días —respondí, devolviéndole la sonrisa.
—¿Quién era? —preguntó, señalando el teléfono con un movimiento de la cabeza.
—Ana. Me mandó un cronograma con actividades para esta semana. Y parece que Miguel también se quiere sumar —añadí, observando su reacción.
—Ah, genial —dijo, su sonrisa un poco más tensa al mencionar a Miguel. —Será una semana interesante.
Nos quedamos así, mirándonos, las palabras innecesarias. Había una conexión tan fuerte entre nosotros que no necesitábamos llenar los silencios con conversaciones vacías.
No era ciega ni tonta; sabía muy bien las intenciones de Miguel de querer volver a intentarlo conmigo. Habíamos compartido mucho antes, pero yo era una persona que vivía en el presente. Y mi presente ahora era Christopher.
—No tenemos que ir... —le dije, acercándome a él y buscando sus ojos con los míos.
—Está bien, de verdad. Mientras pueda estar contigo, aguantaré a tu ex si es necesario... —respondió, aunque su sonrisa mostraba una pizca de celos que no podía esconder.
Una idea se formó en mi mente, una chispa de decisión que no pude ignorar. Antes de que pudiera pensar en nada más, me levanté de la cama con determinación. Saqué mi maleta que estaba sobre el armario y comencé a empacar ropa de forma apresurada.
—¿Qué haces? —preguntó él, intrigado, sus ojos siguiéndome mientras me movía por la habitación.
—Tenemos una semana para nosotros... Así que no voy a compartirte con nadie. Tú y yo —dije, señalándonos a ambos con firmeza, —nos vamos solos.
Su sonrisa se amplió, llenando su rostro de una alegría que me hizo sentir un calor reconfortante en el pecho. Se levantó de la cama, me besó con cariño, sus labios suaves y llenos de promesas, antes de vestirse y comenzar a preparar sus cosas.
—¿Tienes algún lugar en mente? —preguntó mientras guardaba su ropa en la maleta, su entusiasmo palpable en cada movimiento.
—Tengo el lugar perfecto —respondí con una sonrisa traviesa.
Christopher se detuvo un momento, mirándome con una intensidad que me hizo sentir vulnerable y segura a la vez.
—Me parece perfecto —dijo, acercándose a mí y tomando mi mano. —Esta semana será nuestra.
Terminamos de empacar rápidamente, ambos llenos de una energía vibrante, como si estuviéramos escapando a una aventura secreta. La idea de pasar tiempo a solas con Christopher, lejos de las distracciones y de las complicaciones de nuestras vidas, llenaba mi corazón de una emoción pura y liberadora.
Salimos del apartamento, nuestras maletas rodando detrás de nosotros. El aire fresco de la mañana nos envolvió al salir al exterior, y sentí una nueva esperanza florecer dentro de mí. Christopher entrelazó sus dedos con los míos mientras caminábamos hacia el coche, y en ese momento supe que, sin importar a dónde fuéramos, lo importante era que estaríamos juntos.
—¿Listo para nuestra aventura? —le pregunté, abriendo la puerta del coche y echándole una mirada cómplice.
—Más que listo —respondió, con una sonrisa de genuina felicidad en su rostro.
Encendí el motor y nos dirigimos hacia la carretera, conecté mi teléfono al sistema de audio del coche y marqué el número de Ana. La llamada no tardó en conectarse.
—¡Los estamos esperando! —gritó Ana apenas atendió, su entusiasmo resonaba a través del altavoz.
—Este... Sí... Bueno, no vamos a ir —le dije, intentando suavizar el golpe.
—¿Cómo? ¿Por qué? —preguntó alterada.
—Nos vamos a la playa, necesitamos tiempo para nosotros dos.
—Pero estarán juntos... con nosotros —dijo, intentando convencerme.
—Para nosotros dos solos, Ana. Nos vemos el viernes.
Me despedí rápidamente y corté la llamada, sintiendo un pequeño nudo de culpa desvanecerse al imaginar la tranquilidad de la playa.
Había pensado que sería el lugar perfecto para nosotros: un refugio tranquilo, especialmente en invierno, cuando muy poca gente iba. Además, tenía mi casa allí, lo que aseguraba privacidad y comodidad.
—¿Música? —le pregunté a Chris, quien asintió con una sonrisa.
Dejé que mi lista de reproducción comenzara a sonar, y la música llenó el coche, creando una atmósfera cálida y acogedora. Una canción en particular llamó su atención.
—¿De verdad? ¿"Mi maldición" en tu lista? —preguntó, sonriendo con una mezcla de sorpresa y nostalgia.
—Sí, toda tu música está ahí, y... aunque esa canción la hayas escrito para tu ex, no deja de ser hermosa.
Chris se quedó mirándome, sus ojos reflejando un cariño enorme que me hacía sentirme segura y querida.
—Fue una época difícil. Nunca creí que podría salir de esa relación... —me confesó, su voz cargada de sinceridad.
—Ahora estás aquí, y por el bien de los dos... espero que no vuelvas allí —le dije, sonriendo y confirmando en silencio que teníamos algo especial, algo inexplicable pero real.
—Ahora, no hay forma que vuelva a ningún lado —respondió, sus palabras llenas de una determinación que me llenó de calidez.