Capítulo 4: El carácter de un rey.

1176 Words
En Madrid la situación en la casa del Duque de Lugo era igual o hasta peor para Iker. –¡¡No puedo permitir que hagas esa locura Iker!! –exclamó Julia la madre del Duque viendo como su hijo se llevaba las manos a la cabeza desesperado. –No tienes que cumplir con ese acuerdo, hijo. Sabes perfectamente que nuestra familia no necesita esos títulos, y las propiedades menos. –¡¡Perderemos todo mamá!! –vociferó Iker molesto. –El castillo dónde creció la bisabuela, dónde nací y que lleva siglos perteneciendo a nuestra familia. Todo eso se perderá. Nuestro linaje es el más antiguo de este país y yo acepté ser Duque para protegerlo, y lo hice sabiendo que no disfrutaría cumpliendo con mis obligaciones como me lo enseñó la bisa. Es mi deber preservar nuestra familia y lo haré. –Hijo yo rechacé el titulo para seguir siendo feliz al lado de tu padre, tú puedes hacerlo cariño. –afirmó Julia mirándolo con tristeza. –Lo hiciste porque me tienes a mí, y yo sí he aceptado el título. –respondió Iker con vehemencia y su padre se acercó a él. –Siempre me ha parecido una locura que aceptaras cumplir con ese acuerdo. Hasta que te enamoraste de Irina y todo iba bien, pero una cosa es casarte con la mujer que amas y otra muy distinta es hacerlo con una desconocida y lo peor, con la hermana de tu gran amor. –opinó Hugo intentando hacerlo recapacitar. –Por favor hijo, no te condenes a la infelicidad de esa manera por un título. Iker resopló con fastidio y salió del despacho para no tener que contestar. Ya no soportaba escuchar tantas opiniones en su cabeza. Hugo pensó en detenerlo, pero su esposa le impidió hacerlo. –No cariño, dejarlo que se vaya. Nuestro hijo necesita un momento solo para pensar en lo que debe hacer. –Solo espero que tome la decisión más acertada y que no cometa ninguna estupidez. –rezongó Hugo tomando un trago de su copa y su esposa lo abrazó. –No podemos juzgarlo por ser un hombre responsable que cumple con su palabra. Es así porque nosotros le hemos enseñado a serlo. –recordó Julia apoyando la cabeza en el hombro de Hugo. –Debemos confiar en él. Iker se subió a su automóvil Aston Martin y salió disparado de la propiedad de su familia para buscar a alguien que tal vez podía ayudarle a esquivar aquella condena a la infelicidad. En la entrada del palacio de la Zarzuela, Iker caminaba de un lado a otro mientras esperaba a ser recibido por una de las figuras más importantes de Europa. Cuando un hombre muy elegante salió a darle un aviso. -Su excelencia, su majestad el Rey Felipe lo recibirá ahora mismo. Iker asintió y siguió al mayordomo por los pasillos de uno de los lugares más emblemáticos de España. En las paredes podía ver generación tras generación de los Reyes de España, de una historia de poder y conquista. En la puerta de un despacho, el mayordomo dejó al Duque entrar solo en el lugar a pedido del Rey. Una gran sonrisa, fue en lo primero que se fijó Iker al ingresar en el despacho. Así era como el Rey Felipe lo recibía siempre. -¡Iker, que alegría recibir tu visita muchacho! -exclamó Felipe recibiendo al Duque con la misma amabilidad de siempre. -Dime por favor en qué puedo ayudarte… -Ahórratelo Felipe. -gruñó Iker dejando a un lado el protocolo. Llevaba toda la vida teniendo una relación cercana con el Rey, y en ocasiones podía tutearlo sin ningún problema. -Sabes perfectamente lo que estoy haciendo aquí. Eres el Rey, puedes librarme del maldito contrato matrimonial al que me han condenado. Felipe cayó sentado en su silla observando al joven detenidamente antes de responder. -Fue un Rey el que te condenó a ese acuerdo, a ti y a tu linaje. Como Rey puedo pasar por encima de muchos, pero no de la palabra de otro Rey. -¡Un Rey que lleva muerto siglos, por favor no me sueltes esas excusas estúpidas! -bramó Iker exasperado. Felipe entendía su ira, no era el único joven que deseaba vivir la vida a su manera, pero como noble tenía obligaciones. -Están obligando a Irina a casarse con un hombre que no quiere, y a mi a casarme con su hermana. -¿Obligando? -cuestionó Felipe mirándolo fijamente. Había escuchado de su esposa lo feliz que Irina de Orleans estaba con su nuevo compromiso, pero él no pensaba echar más leña al fuego. -Sobre el acuerdo de Irina no puedo hacer ni opinar nada, no tengo voz ni voto en el palacio de Mónaco. En cuanto a tu acuerdo, bueno, debes verlo como un bien mayor. -No puedo casarme con alguien a quien no amo, no puedo condenarme de esa manera. Tienes que ayudarme. -suplicó Iker. El rey suspiró, se paró de su silla e invitó a Iker a tomar asiento mientras servía un par de copas. -Tu linaje es incluso más antiguo e importante que el mío, Iker. Todos tus antepasados han cumplido con ese acuerdo pues más que eso, fue una promesa de lealtad a la corona. Si no cumples con el acuerdo, tu familia perderá todo lo que lleva siglos en las manos de los Martínez de Irujo y Artázcoz. Me veré obligado a entregar tus propiedades y tus títulos a otra persona de mi confianza, después de eso tu linaje desaparecerá de la historia de nuestro país. Todo un legado desaparecerá. -Tú pasaste por encima de todas las tradiciones, de cualquier obligación para casarte por amor. -reprochó Iker. -Tú mejor que nadie deberías entenderme. -Ese matrimonio por amor me dio dos hijas, una niña que algún día será Reina y con ella desaparecerá todo mi linaje. -aclaró Felipe volviendo a tomar asiento. -Tengo sobrinos Iker, pero en ninguno de ellos he visto lo que vi en ti. Tú sí llevas en la sangre la nobleza de los Borbón. La fuerza la llevas en la sangre, aunque seas duque, tienes el porte y el carácter de un rey. No puedo permitir que manches esa sangre por querer seguir tu corazón. La primera vez que te vi en los brazos de tu madre sentí envidia, porque tú eras todo lo que yo anhelaba engendrar y no pude hacerlo, pero puedo asegurarme de que tu estirpe siga siendo la base de nuestra monarquía. Iker lanzó la copa contra la pared al levantarse apoyando las manos sobre la mesa y con una mirada fiera puesta en Felipe. -No soy uno de tus sementales españoles. -gruñó Iker. -No me vas a utilizar para tu propia conveniencia, Felipe y menos con acuerdos tan medievales. ¡Son otros tiempos! -No es por la mía Iker, es por la conveniencia de todos. -rebatió Felipe con firmeza. -No importa el siglo, viejas tradiciones no pueden morir y antiguos acuerdos no pueden aparecer. Si nos adaptamos a los tiempos, la nobleza… nosotros, dejaremos de existir.
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