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Odio es amor

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Blurb

Solange conoce el repudio mejor que nadie. Luego de contraer un matrimonio forzado, él le prohibió decir acerca de su unión y que era la señora Lacrox. Le dijo que la odiaba y que nunca serían pareja. Acordaron llevar vidas separadas. Sin embargo; ella al querer retomar su vida él la obliga trabajar a su lado y empieza a notar un encanto natural en ella que había pasado desapercibido. La protege inconscientemente y se da cuenta que odia amarla.

Él con su actitud déspota y aferrándose al pasado, hará lo que sea por matar ese amor. ¿O su amor se volverá tan fuerte que suplique besos y caricias a su esposa? ¿Solange será capaz de amar al hombre que una vez hizo que lo odiara?

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Capítulo 1: Odio es amor
Solange se vestía de blanco para el peor día de su vida. Las lágrimas de tristeza le quemaban detrás de los ojos. Le repudiaba pensar que se casaría con un completo desconocido pensando en otro hombre. Le habían llegado los rumores de que su futuro esposo había dicho que le haría la vida de cuadritos. La odiaba. Ella no sabía el porqué. De lo único que tenía certeza es que estaría entrando en unos momentos al altar con el mismo diablo, con todas las intenciones de destruir su vida. Qué irónico. Las lágrimas le quemaban detrás de los ojos a Solange pero pudo controlar el llanto. Minutos más tarde su padre entró a la habitación para vigilar que su hija no escapara de nuevo. — ¿Puedo al menos saber que tengo la certeza de que cumplirás con el trato? —le preguntó Solange a su padre. Estaba sentada frente al espejo, viendo la imagen de una novia infeliz. La estilista estaba poniendo el tocado que coronaba su cabello rojizo castaño. — ¿Aún sigues pensando en él? —el señor Fermoncel sostenía una copa de champagne. Estaba sentado, vigilando que su hija no fuera a escapar de nuevo y cumpliera con el casamiento— pronto audicionará como guitarrista y cantante en un programa de televisión. Así que puedes estar tranquila. Soy un hombre de palabra en los negocios. — No puedo confiar en alguien que fue capaz de deportar a una persona que vino aquí para forjar sus sueños —dijo Solange dolida. — Y yo no puedo creer que aún pienses que tienes talento para cantar. Además el tipo es un fracasado. Te he salvado de una vida miserable —el señor Fermoncel prendió un puro, succionó y dejó escapar una bocanada de humo en forma de aro. — Cristian es la única persona que cree en mí, y el único que me aceptó tal cual soy. Me ama —la mujer sonrió con dolor— pero que vas a saber tú de amor, cuando solo ignoras a mamá. — ¡Escúchame bien insolente! ¡Tú vida o lo que pienses me importan una mierd*! —gritó el señor Fermoncel furioso. Se levantó de su asiento empujando a la estilista y tomando la barbilla con tanta fuerza que Solange tuvo que contener el aliento para aguantar el dolor— Me has puesto en ridículo al fugarte con un bueno para nada en tu estúpido intento de ser cantante. No seas estúpida, si tuvieras el talento te habría explotado hasta que tus pies sangraran. Si no hubiera venido hasta aquí y regresado por esa madriguera a tu “noviecito” estarías mendigando en las calles. — ¡Habría sido mejor eso! —dijo con dificultad Solange por el agarre que su padre tenía sobre su mandíbula. Solange se vio en el suelo, confundida. No sabía que había pasado, ni cómo, pero se vio en el suelo con un ardor horrible en su mejilla. Veía los lustrosos zapatos de su padre cerca de su rostro. No pudo evitar derramar unas lágrimas en silencio, para que no la golpeara. — ¡Cállate! ¡Para lo único que sirves es para asegurar ese convenio con los Lacrox! ¡Escucha muy bien Solange, ni se te ocurra pedir el divorcio porque tu Cristian va a desear morir al ver el fracaso de carrera que tendrá por el resto de su vida sino eres una buena esposa para Luka! ¡Cumple con el trato que te estoy dando! Dicho ésto, el señor Fermoncel salió a grandes zancadas de la habitación dejando a su hija sobre el suelo con lágrimas de miedo en el peor día de su vida. Ese día se estaría entregando en cuerpo y alma al mismo dios del infierno. Cerró sus ojos con fuerza para evitar que las lágrimas le recorrieran las mejillas y le arruinara el maquillaje, pero fue demasiado tarde. La estilista la ayudó a incorporarse y comenzó a tocar el maquillaje de nuevo. Veinte minutos más tarde su madre entró a la habitación para ver cómo iba su hija. — Oh mi Solange —le decía su madre dándole una servilleta para que absorbiera las lágrimas— tu padre me ha enviado para ver que todo esté bien contigo. Me dijo que discutieron. — Mi papá me está enviando al matadero. No me digas que soy lo más preciado porque bien sabemos que me sacrificaría mil veces a mí antes que a mis hermanos. Solo porque ellos son hombres y yo mujer. — Sol no hables así de tu padre él ha cuidado muy bien de ti. — Tan bien que ha preferido darme dinero para ir a un antro con la esperanza de que saliera embarazada, y darle un solo pretexto para desterrarme de la herencia familiar, en vez de comprarme un libro. Y ahora estoy aquí salvándole el cul* vendiéndome al peor impostor porque no cumplí con sus deseos. Sin contar con lo que le hizo a Cristian y a mí… — ¡Solange ya basta! —reprendió su madre. La Solange se mordió el labio inferior para calmar su ansiedad por gritar y tirar todo a su alrededor. — No sé porqué aún lo aguantas mamá. Eres buena persona. Él no te merece. Antes de que su madre pudiera decir algo más, Solange tomó la parte baja de su vestido de novia y echó a andar con furia pasillo afuera, sin importarle que no estaba siguiendo el tiempo marcado, según el itinerario de boda. Una hora más tarde las miradas se posaban en ella a medida que caminaba rumbo al altar. Lucía cómo la novia más infeliz en su peor día. Para ella el ambiente era terror absoluto al escuchar cómo el órgano de la iglesia inundaba el aire con sus notas graves en la estancia, como señal de iniciar la ceremonia. De no ser porque su padre la tenía tomada del brazo con tanta fuerza, que dolía hasta el hueso, habría huido en ese mismo instante. — Ni se te ocurra huir o decir que no Solange —decía su padre en un susurro solo para ella— haz algo bien por primera vez en tu inútil vida —ocultaba su asco hacia su hija detrás de una máscara de padre orgulloso y melancólico por entregar a su "princesa". Solange solo resopló. Al llegar al altar, ahí estaba él, imponente con su semblante frío detrás de su melena negra. La mujer por un momento sintió como sus rodillas se derretían de miedo. Le esperaba el peor futuro al ser la esposa de Luka Lacrox. Su padre la empujó, tal cual carne a una manada de leones hambrientos, con tal brusquedad que tuvo que tomar el brazo de su prometido para no caerse de bruces al suelo. — ¿Hasta para eso eres una inútil? —masculló Luka con apenas una voz audible. La veía con desprecio a través de sus ojos azules. Solange vio de reojo a su padre con una furia oculta en su pecho. Se paró derecha al lado del que pronto sería su esposo, con la mirada fija en una imagen de Jesucristo. Por un momento a la mujer se le hacía irónico ver la imagen de alguien que no había escuchado sus súplicas, presenciando lo que ella había querido vivir menos. — Me he caído de mejores lugares —contestó Solange en un susurro. Alisó con ambas manos su vestido sin perder la elegancia. — Vamos a ver si puedes seguir contestando así una vez que seas mía. Te cerraré esa horrible boca si sigues provocándome. Todos sabemos que nadie vendrá a tu rescate. Solange estaba a punto de contestar pero fueron interrumpidos al dar inicio la ceremonia. Sentía que cada palabra dicha era un conjuro maldito que estaba volviendo su vida un infierno. ¿Se podría algún día escapar de ese infierno? Cuando el orador llegó a las palabras que cambiarían para siempre su destino, Solange entendió en ese punto de su vida que tan solo bastaban un par de segundos acompañando el aire con la frase "¿Aceptas a Luka Lacrox como tu esposo?" Para iniciar una vida llena de llantos. Cómo podía cambiar la vida de manera drástica en tan solo un latido de un corazón aterrorizado. Al finalizar la ceremonia Luka se vio obligado a levantar el velo de novia, para encontrarse con la versión más bella que pudo haber imaginado, habría preferido que fuera fea para repudiarla más. El que fuera guapa no la exentaba de que fuera una mujer a la que odiaba con toda su alma. — Patética —le dijo Luka antes de abandonar el altar a grandes zancadas, dejándola sola con todas las miradas puestas en ella. Con el corazón martillando su pecho y un orgullo machacado. Suspiró con valentía caminando con el porte de una reina entre los invitados que no dejaban de mirarla. Tiró su ramo de flores con desenfado. — Patético —dijo alzando la vista como si en realidad hubiera triunfado. Más valía una máscara de mujer fuerte ante un tumulto de personas que criticaban sus actos con severidad, cuando el patán de su ahora esposo la había abandonado sin importarle nada. Por dentro estaba destrozada y el llanto estaba arañando sus entrañas en una exigencia por salir a flote. No pudo resistir la presión de las miradas juzgonas. Y las voces que no hacían más que empeorar su dolor, señalándole como si ella fuera la culpable, cuando en realidad había sido sólo la víctima de las decisiones en su vida por parte de terceros. — Que humillación acaba de recibir. — ¿Qué le habrá hecho al pobre de Luka? — Nunca había visto a la hija del señor Fermoncel. Ahora entiendo porqué no ha sido presentada en sociedad. — Pobre Luka, una desgracia que haya sido obligado a casarse con esa mujer. Las lágrimas salieron a flote con el desplante de Luka en el altar. Era el primer encuentro y su vida estaba empezando a recibir los estragos de su presencia. Enrolló su vestido con sus manos temblorosas, tomando la tela entre sus brazos para correr de aquel lugar. Quería escapar de los ojos acusadores de algo que no hizo. Era ella la que había recibido el desplante y ella era a la que estaban juzgando injustamente. Había batallas que por más que quería mantenerse en pie, la derrumbaban trapeando con ella el suelo. Esa ocasión había sido uno de esos momentos. Sabía que habría consecuencias si no se presentaba a su fiesta, pero prefería eso a seguir aguantando las críticas de personas inconscientes ajenas a su vida. Tomó el auto dándole la órden al chofer que la llevara a la playa más sola y lejana de todo Miami. Esa noche se emborrachó con el vodka más barato que consiguió en una tienda de conveniencia y brindó con las estrellas por la bienvenida al infierno. Lo único que le daría consuelo era saber que Cristian haría realidad sus sueños.

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