ES ELLA, SOY YO Y FUE NUESTRO

1320 Words
Eran las cuatro de la madrugada y llegué a ese bohemio bar que tanto nos encanta, el único sitio en toda la ciudad donde podía despejar mis ideas y tener una charla amena sin que nadie me señalara o juzgara. Me acerqué a la misma silla de la barra, esa que ya sabían debían apartar para mí los mismos días de la semana sin importar si iba o no. —Creí que no vendrías, nena, ya te echaba de menos. —Sé que me adoras, pero al menos pudiste pedir las bebidas con tiempo. —Es mejor cuando llegas, así la temperatura no se pierde. Sonrío levemente y doy un profundo suspiro, él hace una señal al cantinero quien ya sabe cuál es la bebida predilecta, sirve aquel líquido ámbar y paso ese ardiente elixir por mi garganta, esto es mejor que ir a una iglesia. —¿Así de intensa fue la semana? —Ni te lo imaginas, pero aún más por esa mujer. —¿No se supone que la habías abandonado en algún lugar? —Así fue, o eso creí —digo con un tono un poco pesado, pero con una suave sonrisa. Él llama al cantinero para que sirva otra ronda y bebemos lo poco que queda. —Entonces… ¿la viste? —Sí, lo peor, es que en el instante en que quise huir ella me encontró. —¿Y qué pasó? —Busqué otro camino para evitarla, pero ella los conocía todos y cuando creí que había logrado escapar… El cantinero aparece y nos sirve más whisky, bebo del vaso, pero sé que él muere porque siga. —Vamos, no me hagas suplicarte. —Se apareció frente a mí como un gato, la muy mald…bendita mujer estaba frente a mí. —Mierda. —Lo mismo le dije y ella sonrió maquiavélica, tomó mi mano y me dejé arrastrar por el calor que desprendía. —Dime que te pudiste liberar. —¿Te liberarías de una diosa como esa? —los dos suspiramos profundo y bebemos. —Desahógate nena que para eso estoy aquí. —Me puso contra una pared lejos de todos, me besó con desenfreno y así le respondí, ella paseaba sus manos en mis tetas y yo caí, caí como una idiota. Su boca se paseó por mi cuello y abrió mi vestido en el pecho para morderme y recordarme que era de ella. Él me miró un poco sorprendido, tragó saliva con dificultad e hizo un ademán para que continuara. —Ella conservaba el pecado entre sus labios, tanto los de arriba como los de abajo, lo sé, porque caí al suelo y noté que no tenía sus bragas, estaba lista para mí, palpitaba, brillaba, me llamaba. Perderme otra vez entre esos pliegues de su intimidad fue exquisito, tanto como escuchar el coro de la novena sinfonía de Beethoven que ella hacía solo para mí. Cuando estaba a punto de correrse, tomé su culo con fuerza y la atraje más hacia mí, -a mí no me provocan sin pagar las consecuencias- le dije. Introduje tres dedos como sé que tanto la enloquece y su clítoris aclamaba mi atención, y bien sabes que no soy descortés ante una buena invitación- —Eso no lo dudo nena —chocamos nuestros vasos, sonreímos cómplices y bebimos. —Pero no me dejes con la duda, continúa. —Será después, el sol está saliendo y con ello tu partida de mi mente, nos vemos pronto viejo amigo. —Te aprovechas de mí solo porque vivo en tu cabeza. —Anoche no te quejabas de eso. Le guiñé un ojo mientras dejaba el dinero en la barra y él reía como loco, las voces en mi cabeza y yo estamos dementes, pero nos encanta estarlo. (…) Dormí hasta tarde, trabajé un poco en casa, luego salí para un par de trabajos de campo y ya a la media noche llegué al bar. Él estaba sentado bebiendo y me acerqué para sentarme en la silla continua. —Esta vez te vi venir y pedí un poco antes de que llegaras. Mi vaso está servido con brandy y levantamos nuestros vasos para dar un brindis en silencio. —No tengo que recordarte por dónde íbamos ¿o sí? —sonreí un poco pesada y las palabras fluyeron como el brandy en mi garganta. —Mordí su abdomen, di dos nalgadas que pudieron delatarnos y eso nos calentó más, tomó mi cabello con fuerza y con la otra mano debió sostenerse de la pared porque fui más agresiva con ella, amé y deseé cada uno de sus labios, invadí su coño como hace mucho no lo hago haciéndola llegar a la gloria infernal, y ella me lo hizo saber al dejar la marca de sus uñas en mi espalda —sonreí perversa recordando ese momento y él hizo lo mismo. —Pero la castigué, llegó al orgasmo dos veces seguidas, ya sabía cómo hacerlo y la castigué, gimió más fuerte cuando vino la segunda porque pasé mi lengua para beber todo el néctar que brotaba de ese coño, era dulce, exquisito, todavía siento su sabor en mi boca. —¿Y cómo puede ser eso un castigo? —Porque al terminar de beber de ella, bajé un poco más y di una nalgada tan fuerte que la hizo moverse a la pared, me escabullí entre ese par de columnas pecaminosas y corrí, no tenía que verla para saber que maldecía mi nombre, se extasiaba por el placer que le dejé y reía por la locura de mi escape. Tarde me di cuenta que tenía el vestido abierto y mis tetas se habían salido, pero estaba tan caliente que eso me importó poco, me sentía tan libre como ellas, me sentía tan puta que me encantaba. —Salud por eso nena, eres increíble —brindamos y quedamos en silencio con una sonrisa. —¿No crees que te busque otra vez o sí? —Ayer la vi cerca de mi casa, pero me fui antes de que me viera. —Esa mujer está loca. —¿Y nosotros no? —Somos locos en un mundo de locos, así que estamos cuerdos. ¿La volverás a ver? —Lleva una hora esperando afuera, la misma que llevamos tomando. —¿Cómo te encontró? —Te dije que ella conocía todos los caminos ¿y quién soy yo para rechazar una buena invitación? —Prométeme que nos veremos después para saber esa historia —dijo casi en una súplica. —Te lo prometo, pero eso será la otra semana porque ella lleva una navaja y librarme esta vez no será tan fácil, pero sí emocionante. —Ella no tiene ni idea de que eres una experta con las navajas ¿o sí? Sonreí malévola y él supo la respuesta, reímos, bebimos el último trago, pagué la cuenta y salí encontrándola en su abrigo marrón, un vestido rojo corto, muy corto, unos tacones altos y la navaja jugueteando en su mano, nuestras miradas se cruzaron, pero nosotras no, giré mi cuerpo y caminé hacia el sur, ella del otro lado de la calle siguió la misma ruta que yo y fuimos a nuestro siguiente destino bajo la luna llena. Continuamos hasta la galería de arte en la décima avenida, me detuve para observar la puerta tras ella, sus manos estaban en el abrigo así que debía acariciar la navaja dentro del bolsillo, ella me dio una señal con su dedo y crucé esos metros que nos dividían en mitad de la noche. Ella sonreía complacida, pero yo no, me encanta sentir la adrenalina, pero detesto que otros crean que pueden controlarme con nada y ella acababa de hacer ese gesto de altivez en su rostro que tanto detesto, así que no le daré gusto, la odio a la vez que la deseo mientras ella solo tiene esa enfermiza obsesión conmigo, pero pronto, todo acabará.
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