Mamá siempre dijo: “Cuídate de los chicos malos”, pero nunca me enseñó a cuidarme de los buenos, decía que eran los mejores, que nunca te harían llorar o sufrir, pero mintió. Eso lo descubrí hace un par de días, mi nuevo vecino había terminado con su mudanza, recogía algunas cosas de su antejardín y yo recién volvía de hacer algunas compras.
Saludaste por cortesía y me ayudaste con las bolsas, se notaba que no era tu tipo porque ni siquiera te atreviste a coquetearme, me miraste a los ojos como miras a una hermana y yo como una estúpida me perdía imaginándome entre tus brazos, esos tan fornidos que las venas se marcaban, pero tú no me miraste, quizás fue mi sudadera y la camiseta negra de Metallica que no sirvieron, o el nulo maquillaje el que no te impactó.
Días después desde la ventana de mi alcoba te vi entrar a la tuya y quitaste tu camiseta, me hice la desentendida y retiré el short dejado ver mi lencería blanca, sabía que me veías, pues te atrapé espiándome cuando me vi en el espejo. Tu teléfono sonó, contestaste, pero nunca apartaste la mirada porque mi blusa abandonaba mi piel dejando la espalda al descubierto.
Mordiste tu labio tan fuerte como yo mordí el mío, como quiero morder el tuyo, pero igual no me giré. Sentía tanto calor que incluso el brasier me estorbaba, así que me deshice de él dejando suaves caricias en cada movimiento ¿Tragaste saliva? Yo sí, tenía un espejo más grande a mi lado y quedé de perfil para ti dejando ver mejor mis curvas, pero esa mirada tan penetrante agitó mi respiración.
Tu voz se puso ronca y debiste colgar rápidamente en cuanto viste mi mano descender cual serpiente, abajo, un poquito más al sur ¿lo puedes ver? ¿me puedes ver? Busqué una silla y me incliné un poco para darte una mejor vista de mis glúteos, la acomodé frente al espejo y observé mi reflejo, la lujuria, el éxtasis, la pasión y el deseo.
No sé qué me encantó más, si tu forma pecaminosa de espiarme o darnos este espectáculo con mi cuerpo, no creo haberme sentido más poderosa como ahora, pero esto, esto solo sería el comienzo.
(…)
Sé que vive sola y le gusta Metallica, eso último lo sé por una camiseta que traía una vez, a pesar de verla casi siempre en ropa deportiva es hermosa, pero no quise verla como mujer para evitar otro problema en mi vida, así como me mantuve al margen por todos los medios para evitar enredarme con cualquier mujer hasta hoy.
Entro a mi habitación para refrescarme luego de un día agitado en el trabajo y al retirar mi camiseta la veo aparecer en la ventana, es mi vecina, iba a hacer un gesto para saludarla cortés cuando ella retira su short de jean, no me ha visto, no se ha percatado de mi presencia, pero yo sí de esa braga blanca que cubre sus pronunciadas caderas.
Juro que iba a decirle que estaba viéndola cuando entra una llamada de mi hermano, intento concentrarme en lo que él dice, pero ella da un segundo golpe al retirar su camiseta dejando ese brasier azul al descubierto.
Si en ropa deportiva era hermosa, verla en ropa interior la hacía ver una reina, mi respiración se agitó seguido de mi corazón, el idiota de mi hermano notó que dejé de prestarle atención y más, cuando ella se pone de perfil dejándome conocer un más su cuerpo, no está ejercitado y tiene algunos kilos de más sin llegar a ser gorda, diría que está en el punto perfecto, pero ese par de montañas fueron mi perdición, la luz era tan buena que me permitió apreciar lo suficiente el color de sus pezones.
Malditos volcanes almendrados, maldita bruja pecaminosa, malditas sus manos que quitaros sus prendas dejando solo las bragas, anhelaba que fueran mis manos y mi boca las que recorrieran su cuerpo.
Abrí mi pantalón y lo dejé caer al suelo, mi m*****o pedía a gritos sentirla, rozar esa única prenda que poseía, sentir sus labios, sentirla toda ella, pero no, hoy no sería el día, porque ella estaba dispuesta a darme un espectáculo privado y yo encantado lo vería en primera fila hasta el final.
Se sentó en una silla y me senté al borde de la cama donde tenía una excelente vista, su cabeza fue haca atrás, sus manos recorrían su cuello y sus senos, mi mano acariciaba mi abdomen bajando mi bóxer para quedar expuesto, el calor en mi cuerpo era increíble y el estar un mes sin tener sexo me estaba pasando factura.
Ella pellizcó sus pezones y mi mano fue de arriba a abajo en mi duro m*****o, su recorrido fue hasta sus piernas, levantó una de ellas y las abrió, noté que retiraba la prenda con tanta sensualidad que imaginar ese roce no fue difícil.
Ambos estábamos sin ropa y a solo metros de distancia con las ganas más grandes de follar, sus gemidos al introducir sus dedos y acariciar su coño fue exquisito, pero quería más, mucho más, la quería a ella. Luego de unos minutos de verla masturbarse, escucharla gemir y grabar su piel en mi mente tanto como fue posible, llegamos al orgasmo, pero yo seguía insatisfecho.
Me puse de pie en la ventana aún con mi maldita erección a punto de estallar una segunda vez, di un golpe fuerte que la obligó a mirarme, ese sonrojo en su rostro entre la vergüenza y la excitación acompañado de su respiración agitada era divino.
La miré con furia y deseo, sonreí con perversión y en su mirada noté duda, pero no me importó nada, tomé aquello que deleitaba sus ojos perdiéndose bajo mi abdomen y que tanto deseaba, pues esta vez era yo quien daba un espectáculo solo para ella.
Nunca cerré mis ojos pues quería grabar sus gestos en mi memoria, aceleré mis movimientos y ella me siguió al pasar sus dedos en sus pezones y su clítoris, sabía que mi ejercitado cuerpo se marcaba más dejando que ella apreciara y se deleitara, sé que le encantaba cada músculo y más aquel que la llamaba con firmeza desde mi mano.
—Gime para mí y vente conmigo —ordené.
Mi voz era ronca, pero firme, ella cerró sus ojos, tragó saliva al igual que yo y aceleramos nuestros movimientos, nuestros gemidos no esperaron y menos nuestro segundo orgasmo, pero quería más.
Se me ocurrió una loca idea y ella pensó igual al observar el techo de nuestras casas, uno que ella podría pasar con facilidad y sonreímos cómplices. Estiré mi mano, ella cruzó para tomar la mía y el calor aumentó.
Nuestras respiraciones iban al unísono, mis manos tomaron su cintura pidiendo su permiso, pero ella las detuvo para colocarlas en sus nalgas, esas tan redondas, tan carnosas, tan provocativas.
Una de sus manos fue a mi cuello dejando una leve caricia en mi cabello, otra fue a mi espalda, se colocó de puntillas en sus pies y dio un par de pasos cortando la distancia, pero la eliminó por completo en el momento que tiró de mi cadera para mi erección se perdiera entre sus pliegues, esos que yacían húmedos y palpitantes.
Ese fue todo el permiso que necesité de ella para empezar a besar y hacerla mía, mandé al carajo los problemas que me perseguían, mandamos al carajo la cordura, ahora éramos dos locos en un encuentro desenfrenado que por ahora no parecía tener final.