Prólogo

551 Words
Hace muchos años leí una novela de Stephen King, titulada El Cazador de Sueños. Hay una frase muy repetida por varios de sus personajes, que de cierto modo adopté: DDMM que significa Diferente día, misma mierda. Así eran mis días. Uno tras otro. Ya estaba harta de eso. Todo era igual que el día anterior. La misma gente, las mismas cosas, los mismos errores y por ende, las mismas lecciones por aprender. Caí en una tediosa monotonía. Parecía mentira que llegaría a mis veintitrés años de edad y aún vivía con mis padres. Estaba frustrada, con empleos mediocres como asistente de un abogado, secretaria de algún arquitecto o ayudante de alguna esposa de algún millonario. Pero eran los únicos disponibles que daban una remuneración decente y debía conformarme, pues la crisis económica de mi país, no daba muchas opciones laborales. Tenía tantos sueños, metas y deseos sin cumplir, que se diluían en el tiempo. Debía hacer algo. ¿Pero qué? Esa era mi lucha interna a diario. Estaba estancada y sin rumbo. No sabía qué diablos hacer con mi vida. Era una economista recién egresada de la Universidad de Buenos Aires, pero no sentía la pasión para ejercer mi carrera. Un título que obtuve solo para satisfacer el capricho de mi madre. Tenía tantos talentos, pero ninguna de las actividades a las que me dedicaba lograba llenarme. Eso era lo malo de ser una niña índigo. Mis padres jamás lo notaron. ¿Cómo supe que era índigo? Me lo dijo mi psiquiatra la semana pasada. Ese día descubrí muchas cosas acerca del tema. Supe que mi falta de interés en las cosas, pasado cierto tiempo, no se debía a que fuese una niña indisciplinada, sino porque era algo que se salía de mis manos. —Cuando encuentres lo que de verdad te apasiona, te darás cuenta, pues con el transcurso del tiempo no te sentirás aburrida ni agobiada con lo que hacés —me dijo mi doctor. A esas alturas de mi vida, sentía que había hecho de todo y a la vez no había hecho nada. Continuaba esperando ansiosa por descubrir cuál era mi pasión. Sabía que algo le faltaba a mi vida, pero no sabía qué. Quería hacer algo distinto, vivir de verdad. Recuerdo que cuando era niña solo me imaginaba cantando sobre un escenario y era ovacionada por miles de personas. Otros días, jugaba a ser la directora de una película súper taquillera, en mi plató de grabaciones imaginario. A veces le leía el periódico a mi padre, sintiéndome como la narradora de un noticiario. En otras ocasiones, estaba frente a un espejo bailando las coreografías de mis artistas preferidos. Recuerdo que me sabía a la perfección todos los pasos de los vídeos musicales de Nsync, Britney Spears y Backstreet Boys. Soñaba con ser la bailarina de alguno de ellos. Conocerlos, viajar por el mundo y tener un hermoso romance con Nick Carter o Justin Timberlake. Hoy en día suspiro y sonrió a medias, al recordar aquella inocencia e ilusiones. Solo me pregunto: ¿Dónde quedaron todos esos sueños? Creo que se comenzaron a esfumar el día que un chico me partió el corazón por primera vez. Me di cuenta que la vida es cruel. Luego vino la universidad, y con ella la dura realidad. Olvidé mis sueños.
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