Capítulo 1 - Jessica

2487 Words
Salí de la cama de un brinco y me dirigí al baño. Sin perder tiempo lavé mi cara y cepillé mis dientes. Fui a la cocina y comí un gran tazón repleto de cereal, aunque ya fuese la hora de almuerzo, mientras mi madre discutía consigo misma porque había olvidado hacer la compra el día anterior. Mi padre estaba frente al televisor, enzarzado en una calurosa disputa con el narrador de noticias porque daba noticias falsas acerca de situación económica del país. ¿Qué puedo decir? Era un típico sábado por la mañana en la casa de los Sandoval. Aspiraba que esa tediosa monotonía acabara pronto, cuando consiguiera un nuevo empleo, pues después de casi un año de trabajar con el Licenciado Roberto Aranda, alias Bobby “viejo verde”, decidí renunciar, harta de sus tantos intentos por invitarme a su lujosa mansión en Palermo para ver el bello anochecer desde la terraza de su lujoso penthouse. Salí al balcón de mi casa y pude observar la agitada ciudad. Sin perder más tiempo en auto-compadecerme de mi realidad, fui a mi cuarto, me cambié de ropa y fui en busca de mi mejor amigo, Adrián. Hacía ya varios días que no lo veía, y necesitaba urgentemente conectar con la única persona capaz de comprenderme en el mundo. Mi admiración por él iba en aumento cada día. Él nunca dejó de luchar por su sueños, y al contrario de mí, persiguió sus anhelos con pasión y dedicación. Yo era su antítesis. Adrián era un actor de teatro en ascenso, muy conocido en mi país. Tenía mucho talento. Recuerdo que cuando éramos niños, él venía a mi casa (nuestras madres eran grandes amigas a raíz de un evento de la iglesia en la que se conocieron) y jugábamos hasta que era muy de noche. Yo siempre era la doncella en apuros. Él era el príncipe que me rescataba. Poseía el don de recitar a Shakespeare de una manera increíble, con apenas doce años de edad. Siempre decía que quería ser actor o un cantante muy famoso. Muy a su pesar, el canto no se le daba muy bien. Muchas veces, él fue el impulsor de tantas locuras, como aquella vez que me inscribió, sin consultármelo, en un casting para participar en Latín American Idol. Fui preseleccionada, pero faltando dos semanas para la prueba final, decidí retirarme, por miedo a que mi voz no fuese lo bastante buena. Y así como esa ocasión, fueron muchas las veces que dejé escapar una oportunidad, por miedo. Yo era especialista en auto-sabotearme con pensamientos derrotistas, incluso antes de intentar cualquier cosa. Volviendo al presente, caminé sumergida entre el caos y el bullicio citadino. Escuchaba como todas las mañanas, la única canción que me animaba a esas tempranas horas: Wake me Up de Avicii. Tomé el subterráneo y me sumergí en más caos. No me extrañó para nada que la ciudad estuviese tan agitada, pues era fin de semana. Procuré sentarme alejada de la gente, y me llevé la grata sorpresa de que mi gran amor platónico acababa de tuitear un lindo mensaje, después de tanto tiempo sin aparecer en sus r************* , debido a que llevaba casi cuatro meses inactivo por cuestiones de trabajo. Estaba grabando tres películas simultáneas y una miniserie. Vi la pantalla de mi móvil y sonreí al leer. “Los sueños son para hacerlos realidad, así que persíguelos y cúmplelos. El cielo es el límite. Tu cielo. Tu limite”. Era como si esa frase en especifico estuviera llegando a mi vida en el momento preciso, y algo dentro de mi se removió. Pensar en todo lo que él había logrado, simplemente me hizo reflexionar en el hecho de que yo no había hecho nada en mi vida por lograr lo que tanto deseaba desde que era una niña. Él era el sueño de millones de mujeres. Su cuenta de ** contaba con más de cien millones de seguidores. Su cuenta Twitter no se queda atrás, con más de ochenta millones. ¡Una locura! ¿Verdad? —Corbin Windsor —dije su nombre entre dientes, como si lo saboreara. Había perdido la cuenta de las veces que me había imaginado estando entre sus brazos. ¡Dios! Tenía que parar con eso. Mi madre decía que no era sano idolatrar a alguien de la manera en que yo lo hacía. Benjamín, mi novio, en más de una oportunidad me recomendó ver a un psiquiatra para tratar esa extraña fijación que tenía por Corbin, pero no le di mucha importancia a su consejo, pues asumí que como médico recién egresado de la universidad, para él, todo era patológico, además de que los celos también jugaban un papel principal a la hora de determinar un diagnóstico. Es normal, a cualquier hombre le incomoda que su novia sienta cosas por otro, aunque ese otro sea una celebridad, cuya probabilidad de conocer en persona es nula. Llegué a la estación Diagonal norte. El teatro donde Adrián ensayaba para su próxima obra quedaba a unas pocas cuadras de allí, así que caminé. Al llegar al recinto pude ver que estaban en pleno ensayo. No quise interrumpir. Me senté en unas butacas al final de la sala, esperando que el vigilante no se percatara de mi presencia y no terminara pidiéndome que me fuera. Ver a Adrián y a sus compañeros ensayando hizo que mi imaginación volara muy lejos, al Reino Unido, al lado de ese hombre que admiraba tanto. Fantaseaba casi siempre con verlo actuar en vivo. Mi móvil sonó, sacándome de mi bello ensueño. Era Benjamín. —¿Dónde estás? Acabo de estar en tu casa y tu madre me dijo que saliste. —Hola —saludé—. Estoy en el teatro. —¿Y eso? ¿Desde cuándo te gusta el teatro? Puse los ojos en blanco ante el comentario de Benjamín. Él era un buen hombre, pero no poseía sentido alguno del arte. Todo lo que estuviese ligado al teatro, a la música o a cualquier manifestación artística, simplemente no llamaban su atención. A duras penas lograba que me acompañara a los estrenos de las películas más esperadas del año. Para él, era más práctico una profesión “académica”, como él decía y no una tonta fantasía de gente bohemia. No sé quién le metió en la cabeza que los artistas eran unos muertos de hambre que nunca lograban ser alguien en la vida. ¡Ah sí! Su padre. Mi suegro era un poco cruel a la hora de expresar sus ideas. Para él, ser cantante, actor, pintor, escritor eran opciones para fracasados que no lograron ser licenciados, doctores o ingenieros. Y no lo culpo. En Buenos Aires, la gente que hace arte, es por amor al arte (valga la redundancia). Los artistas son muy mal pagados. —Vine a ver a Adrián. ¿Nos vemos en la noche para ir a cenar juntos? —respondí. —De hecho fui a llevarte la película que le prestaste a mi hermanito. Esta noche tengo guardia. Te veo en dos días —me indicó él. —Bien, diviértete salvando vidas. Finalicé la llamada y vi como Adrián se acercaba en dirección a mí. —¡Hey! ¿Qué hacés acá? No esperaba verte hasta el domingo —dijo mi amigo con gran entusiasmo. En efecto, todos los domingos nos reuníamos en su casa para ver películas y discutir lo buenas o malas que eran. —Necesito hablar con alguien —le dije. —¿Qué sucede? —No estoy a gusto con mi vida —dije sin titubear. Adrián me miró algo preocupado, imaginé que algo descabellado pasaba por su cabeza y enseguida agregué—: Tranquilo. No pienso suicidarme —ambos reventamos en una sonora carcajada al unísono. —Bien. Es un alivio saber que no tendré que usar ese feo traje que solo uso para funerales —reímos una vez más. Aunque su comentario era bizarro y cruel, eso era lo que me encantaba de mi amigo, que me hacía reír con facilidad—. Si estás aburrida con tu vida, pues cambia de rutina, haz algo distinto, cambiá de look, buscáte un nuevo novio, que sé yo —me aconsejó, encogiéndose de hombros. —Aunque son tentadoras todas esas opciones, no creo que sean la solución —no pude evitar que mi lado derrotista y pesimista aflorara. Adrián permaneció en silencio por unos segundos. Su rostro se iluminó, era la cara que siempre ponía cuando alguna idea “brillante” se le ocurría. —Ven, levántate. Hoy te convertirás en actriz —dijo, levantándose y extendiendo su mano hacia mí. Yo lo miré con desconfianza y permanecí sentada sin ningún ánimo de levantarme de mi asiento—. Ven —insistió. Noté que hablaba en serio y me asusté, nunca en mi vida actué frente a nadie. Siempre lo hice en la soledad de mi habitación, donde los posters de Corbin Windsor y una que otra foto de Nick Carter, eran mi única audiencia. —¡Oh vamos Jessica! Te quejás de que estás aburrida de tu vida y te doy la posibilidad de hacer algo distinto, ¿y te quedás allí sentada? Mi amigo tenía razón, pero tenía muchos miedos acumulados dentro de mi ser. —No lo sé. No sé si sea buena —me encogí de hombros. —Si no lo pruebas nunca sabrás si eres buena o mala para esto. Las dudas se apoderaron de mí. Estaba a punto de entrar en pánico, pero la radiante sonrisa de Adrián hizo que me tranquilizara. Luego de un par de minutos de insistencia por parte de mi amigo, accedí. Me levanté de mi asiento, tomé una honda inhalación y me dejé llevar. Decidí vivir el momento. Adrián me guió hacia la parte trasera del escenario y pude ver como algunas chicas se maquillaban. Algunos chicos se paseaban de un lado al otro con los libretos en sus manos. Parecían estar dando un repaso rápido a sus guiones. —Tomá —dijo Adrián a la vez que extendía un manuscrito en mi dirección. —¿Qué es eso? —pregunté. —El libreto —comentó como si se tratara de la cosa más evidente del mundo. Lo tomé. —¿De qué se trata? —inquirí sin siquiera tomarme la molestia de hojearlo. —Es acerca de una trágica pareja de enamorados, cuyas familias son enemigas. Los Montesco y… —Los Capuleto —lo interrumpí—. Ya entendí. Romeo y Julieta. —Exacto —exclamó él—. ¿Conocés la obra, cierto? —Yo creo que no es buena idea —balbuceé—. Me sé la obra, ¿pero actuarla? Es algo muy distinto. Hay una trama, un trasfondo, variedad de personajes e interacciones… Adrián me fulminó con la mirada. —Te he visto aprenderte todo un álbum de los Backstreet Boys en menos de diez minutos, no me digas que no puedes aprenderte unas cuantas líneas en media hora porque no te creería. —¿Media hora? —Los ojos casi se me salen de las cuencas—. ¿Te volviste loco? No podés comparar un par de canciones con una obra literaria… —Has leído Romeo y Julieta como mil veces —comentó mi amigo—. Esto será fácil para ti. —Eso no es cierto. La leí una vez para el colegio y vi la película de Leonardo DiCaprio… —La peor adaptación que hicieron de la pobre, por cierto —acotó Adrián, haciendo una mueca de asco. —Como sea. Es un disparate —argumenté—. Ustedes deben haber ensayado mucho tiempo para esto y… —sacudí mi cabeza ante la mirada inquisitiva de mi amigo—. Sí. Tenés razón, debo hacer algo distinto con mi vida, pero no creo que esto sea lo más recomendable. —¡Basta! —Espetó Adrián y yo di un respingo—. Dejá de ponerle peros a todo. Pero esto, pero lo otro, pero aquello. ¿No te cansás de quejarte todo el tiempo? —Pero… —intenté hablar. —¿Ves? —Él levantó la mano, denotando algo de frustración—. Por una vez en tu vida lanzáte a la aventura, arriesgáte. Si lo hacés bien, de acuerdo, será una experiencia agradable que recordar. Si lo hacés mal, pues te levantás de nuevo y seguís adelante. Vive la experiencia de hacer algo espontáneo. Improvisá. Demostráme que podés hacer eso y mucho más —hizo una pausa—. Además hoy es una función de fogueo. Algo para nosotros, para corregir uno que otro detalle. Queremos probar la nueva instalación de luces y comprobar que el telón no se quede trabado como lo hizo la semana pasada. »No habrá público. Solo seremos nosotros. Les diré a los chicos que te nos unís y cualquier cosa podés apoyarte en ellos. A parte de todo eso…—se acercó mucho a mí y se acercó a mi oído como si lo que iba a decir a continuación fuese un secreto—, estás frente al coordinador de artes escénicas. Puedo hacer lo que me dé la gana. —¿Y qué le sucedió a tu jefe? —Digamos que se rompió una pierna —comentó Adrián. Yo entorné los ojos, creyendo que hacía referencia a la famosa frase usada en el teatro—. Literal —me aclaró—. Soy el encargado provisional del teatro y tomo las decisiones. Eso quiere decir que soy el jefe. Si metés la pata, y espero que no, tendrás que vértelas conmigo. Creéme. No es algo que sea muy agradable. Reí. —¿Sabés que eso se llama abuso de poder? —comenté entre risas. Él se carcajeó y pasó un brazo sobre mis hombros. —Esto de ser el jefe me queda muy bien —bromeó. —No me hago responsable si meto la pata —mascullé. —Relájate, mujer. Sé que lo harás bien. En realidad, Adrián tenía razón, debía arriesgarme por una vez en mi vida, al fin y al cabo era "Romeo y Julieta". ¿Quién no se sabe Romeo y Julieta? Me concentré en aprenderme mis líneas, eran solo diez. Adrián me asignó el papel de la nana de Julieta y yo recordaba la película. Se me haría más fácil. Después de algunos minutos memoricé casi todos los diálogos y pude relajarme un poco. En fin, sería algo entre nosotros. Algo para divertirse y pasarla bien. Los chicos fueron muy amables conmigo y la chica que interpretaba a Julieta era hermosa y muy talentosa. De seguro nadie se fijaría mucho en mí. Ella era capaz de opacar a cualquiera. Sentí que el corazón se me saldría por la boca, cuando Adrián se me acercó con un vestido en la mano. Me miró sonriendo y dijo: —Ponételo, en quince minutos comenzamos.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD