1. Dos semanas después
Arturo Abad
Han pasado dos semanas desde que Ana dio a luz a nuestro hijo, por ahora él esta estable, ha evolucionado conforme a lo esperado las indicaciones de Lily han sido que se quedará en la incubadora hasta que complete las semanas faltantes que debió estar en el vientre de su madre, aun le quedan cerca de seis semanas en el hospital. Sólo lo he podido ver a través del cristal de la ventana al igual que ella. En una ocasión Lily me permitió entrar al área de incubadoras, pude tocar su pequeña manita, pero con un guante de látex puesto para evitar que entren virus o bacterias. Anhelaba poder tener a mi hijo en mis brazos por primera vez. Ana se derretiría de ternura si lo viera, es hermoso, mi corazón se agita cuando sonríe, tiene la misma sonrisa que su madre.
Ahora estoy sentado junto a su cama, paso aquí junto a Ana casi 14 horas al día, haciendo pausas para trabajar, pero ni si quiera tengo ánimos de hacerlo. Lily me ha dicho que Ana despertará cuando su cuerpo este listo, que tenga paciencia, cuando ha visto la desesperación y sufrimiento al ver que no reacciona.
Hoy es el cumpleaños de Lisa, por eso he venido temprano a verla al hospital. Mis padres y los de Ana han insistido que le hagamos un pequeño festejo con la intención de que me distraiga un poco y al mismo tiempo pase tiempo con mi hija, y tienen razón los últimos días no he estando tan al pendiente de ella como lo hacía antes, aunque hace unos días tuve la oportunidad de hablar con ella, a pesar de su corta edad me dijo que entendía que estuviera triste porque Ana estaba enfermos, ella también deseaba que Ana y su hermanito pronto estuvieran en casa con nosotros.
Acaricie su mejilla. Acerqué mi boca a su oído, pude respirar el aroma de su cabello, le di un beso en la mejilla.
—Amor, hoy no estaré contigo durante el día, es el cumpleaños de Lisa, ¿lo recuerdas?
No sabía si podía escucharme.
—Te amo, despierta por favor, tus hijos y yo te esperamos con ansias.
Besé nuevamente su mejilla pasando mis labios hasta la comisura de los suyos.
Apenas cerré la puerta de la habitación vi que Lily se aproximaba por el pasillo, agitó su mano en forma de saludo.
—¿Ya vas para la casa? —preguntó con una sonrisa.
—Si en un rato más comenzaremos con el festejo de Lisa —le respondí.
—Dale un abrazo por mí, he dejado un obsequio con Juventina, ve, trata de disfrutar el tiempo con Lisa, ella también te necesita, además cualquier noticia yo te llamo enseguida.
Asentí.
—Gracias Lily, en verdad, por estar al pendiente de Ana y mi hijo, además también de mí, eres una gran amiga, te agradezco todo el apoyo que nos estas brindando en este momento —dije, en verdad si no fuera por el apoyo de Lily y su entusiasmo al decirme que Ana pronto despertará contagiándome de su ánimo, no se que sería de mí, ya estuviera encerrado lamentando mi suerte.
Ella me abrazó, se sentía bien el abrazo de una amiga.
—Ana es como una hermana para mí, siempre quise una y en ella la he encontrado, es una mujer única, la más noble que conozco, también me duele que aún no despierte, pero tengo fe en que pronto lo hará, sus heridas van sanando —se quedó pensativa por un momento —Arturo… ¿Roberto ya regresó de Puebla?
Fruncí el ceño confundido. Por qué Lily me preguntaba sobre mi hermano.
—Si, ya regresó desde ayer no se pierde el cumpleaños de Lisa por nada del mundo.
Lily río.
—Lo imagino, se ve que la quiere mucho, me pregunto cómo le fue por allá.
—Mi cliente quedo satisfecho con su trabajo y por primera vez le agradezco que haya tomado el proyecto por mí —hice una pausa, clavando mi mirada en sus ojos —¿pero por qué la pregunta?
Ella sonrío un poco nerviosa, lo pude notar, entrecerré los ojos analizando su expresión.
—Simple curiosidad, a pesar de que ustedes no se llevan bien creo que él se portó muy bien apoyándote en esta situación tan difícil por la que estas pasando.
Suspiré, Lily tenía toda la razón, Roberto se portó como un verdadero hermano al cubrirme en el proyecto con los inversionistas, si no hubiera sido por él ahorita tendría encima varias demandas por incumplimiento de contrato.
—Roberto y yo ya no somos los mismos desde hace un tiempo, los dos hemos cambiado, aunque nuestra relación de hermanos estuvo en picada durante varios años creo que ahora hemos comenzado a repararla, pero bueno, espero algún día él pueda encontrar lo que su corazón tanto anhela.
Ella asintió apretando sus labios, podría existir la pequeña posibilidad de que Lily estuviera interesada en él como una vez me lo insinúo Ana, por que de ser así Miguel se sentirá muy culpable de haberse alejado.
—Anda ve a tu casa o se te hará tarde, salúdame a los padres de Ana y a Laura —dibujo una sonrisa en su rostro, nos despedimos con un beso en la mejilla y entró a la habitación donde Ana estaba.
(…)
Cuando llegué a la casa de mis padres, pasé directo al jardín. En cuánto mi hija me vio corrió a abrazarme.
—¡Papi…papi! ¡Viniste! —gritaba emocionada, mi corazón se arrugo al pensar que en los últimos días casi no la había visto. La cargué en mis brazos, sonreí al darme cuenta que mi pequeña niña ya no era tan pequeña, ahora ya tenía siete años.
—¿Cómo podría no asistir al cumpleaños de mi princesa? —le pregunté besándola en la mejilla. Ella me correspondió el beso con uno igual.
—Papi te quiero mucho —junto su mejilla con la mía. Apreté su cuerpo al mío.
—También te quiero mucho mi princesa.
En cuánto a bajé Lisa corrió tirándose de un clavado al enorme trampolín que mis padres ya me habían comentado rentaron para este día. Estaban presentes algunos niños del colegio amigos de mi hija y también los sobrinos de Ana.
Había unas cuatro mesas en el jardín donde estaban los adultos sentados. Camine hasta la mesa donde estaban los padres de Ana y los míos.
—Buenas tardes —saludé.
—Hijo que bueno que viniste temprano —dijo mi madre poniéndose de pie para abrazarme.
—¿Hay alguna novedad, Arturo? —preguntó con tristeza mi suegra al ver la respuesta en mi rostro abatido.
Me senté en una silla, apoyando mis manos en la mesa.
—¿Cómo está mi nieto? —preguntó ahora mi padre.
Sonreí al recordar el momento que pasé con él por la mañana.
—Hoy lo vi sonreír por primera vez, su sonrisa se parece a la de Ana —dije un poco más alegre.
—Ten fe en que pronto los cuatro estarán juntos de nuevo —espetó mi suegro, asentí.
—¿Quieres? —escuché la voz de Roberto a mi lado, se sentó junto a mi ofreciéndome un vaso de refresco sabor cola.
—Gracias —le respondí bebiendo del vaso.
—Es nefasto que en las fiestas infantiles no pueda haber alcohol para los adultos —reí al escuchar su comentario.
—Por eso son fiestas infantiles, para la diversión de los infantes no de los adultos.
—Lo que hago por mi sobrina.
Sonreí, cruzamos miradas, ya no eran de odio, eran de complicidad como antes.
La fiesta de Lisa me levantó el ánimo un poco, ya por la tarde cuando los invitados se fueron, Lisa y yo comimos pastel de nuevo. Lisa me confesó que lo había hecho con Ana una vez en navidad, habían comido pastel en su habitación, y la vez del chocola en el auto, sonreí al escucharla. Me quedé en su cama hasta que se quedó dormida, por ahora ella se estaba quedando con mis padres. Yo iría a mi casa a dormir ya que por la mañana tenía un cliente importante que atender.
Eran cerca de las nueve de la noche cuando conducía rumbo a casa, el tráfico a esta hora era demasiado, la fila en los semáforos avanzaba lento, a unos kilómetros estaba el hospital San José, mis dedos comenzaron a moverse en el volante, dudé por unos instantes, pero cuando el semáforo cambio a verde desvié mi camino. Me dirigí al hospital.
Entré a la habitación de Ana, dormía plácidamente, me senté en la silla a su lado y acaricié su mano con delicadeza.
—Nuestra hija te envía saludos, le hiciste falta hoy en su fiesta —dije al pensar que desde hace meses Lisa ya le decía mamá a Ana, ella también la quería como una hija —se vistió de Frozen, la princesa de la película, jugo con Iker y Alan, se divirtieron mucho saltando en un trampolín que mis padres rentaron para que jugaran, comió muchos dulces y pastel, estaba muy feliz, sabes… —hice una pausa al momento de reír —Lisa me confeso las travesuras que han hecho juntas, ¿el café en el pastel en su habitación y el chocolate en el auto, eres muy traviesa amor… aun así te amo —mis ojos se cristalizaron al verla inmóvil en esta cama, puse mi rostro en su mano —amor, por favor despierta, te necesitamos, nuestros hijos te necesitan… yo te necesito.
En eso sentí como sus dedos se movieron, pensé que estaba alucinando, me puse de pie, Ana estaba despierta me veía fijamente. Al instante una enorme sonrisa se dibujó en mi rostro.
—Arturo… —musitó con dificultad.