Edward miró fijamente a Sarah unos instantes sin moverse ni un centímetro. Pasó la lengua por sus labios resecos y soltó un hondo suspiro, tratando de serenar las miles de emociones que tenía dentro. Moría por ir a su lado y al menos abrazarla. Se dijo que si Sarah se acercaba más a él, seguramente no tendría el control suficiente para detenerse. Por lo que decidió en esos momentos, que era mejor estar a metros de distancia. —Sarah, no creo que sea buena idea —rascó su cabeza, incómodo —De acuerdo —ella lo miró con expresión triste, provocando que un nudo se formara en su pecho— Ya entiendo que nada te gusta de mi, Edward —Sarah no digas eso, tú eres hermosa —frunció el ceño —Sí, claro —refunfuñó la castaña— Deja de hacer halagos y admite que a mi no me harías nada porque no