La noche iba llegando, un auto rentado para la ocasión circulaba por la 405 de San Diego Fwy. Dentro del carro Noah James no paraba de morder sus uñas, su pie iba de arriba a abajo y la camisa blanca se le pegaba a la espalda por las gotas de sudor que le empezaban a salir; y aún con todos esos nervios la sonrisa de su rostro era la más grande en toda la ciudad. La felicidad que irradiaba era suficiente para iluminar el lugar.
Pero llegó una iluminación más grande.
Noah James iba mirando la carretera con la ventanilla abajo, la vida pasaba tan normal frente a él cuando todo cambió en menos de un segundo… un Corolla n***o se acercaba a ellos zigzagueando por la intersección. No hubo tiempo de decir algo, acelerar o cubrirse la cara siquiera por instinto. Llegamos al mundo y en menos de un parpadeo nos vamos.
Lo último que pensó Noah James fue en cómo se vería ese día Marina Stewart alumbrada por la luz del fuego y el reflejo del mar.
Minutos más tarde, una mujer vestida de blanco hincada en la arena lloraba y gritaba el nombre de un hombre, sin entender cómo y porqué había pasado lo que pasó. Sus familiares y amigos más enteros intentaban darle consuelo, pero ella los alejaba con gritos y golpes sin querer escuchar a nadie porque en su mente y en su corazón nada de eso estaba pasando, todo debía ser un mal sueño.
Sin embargo, no era así.