Puedo defenderme

2159 Words
Doblando mi rodilla con fuerza logré dar con algo que para mi gusto causó dolor en él. — ¡Ouch! —observando cómo se retorcía, le recordé las palabra que le dije esta mañana en el hospital. — Viste que sí alcancé —respondí. Acto seguido me abracé a mi bata y salí corriendo a la habitación de al lado. No había que ser un genio para saber que ese malestar sólo le duraría unos minutos, y luego intentaría buscar la forma de vengarse. Pero sencillamente ya no tenía más fuerzas para enfrentarlo. Miré a la habitación en la que me encerré, y sentí el frío que ingresaba por la ventana congelando mi cuerpo. Sería una noche larga; de eso no habría dudas. … A la mañana siguiente, cuando salí de la habitación para desayunar, me encontré a Iris bajando de las escaleras, de inmediato me acerqué a ayudarle. — Buenos días —le saludé, procediendo a sujetar su brazo izquierdo. — Oh, Hanna —sonrió, mostrando esos tiernos hoyuelos en sus mejillas—. Pensé que ya te habías ido a la oficina. — Lamentablemente pasé una mala noche, y desperté algo tarde —contesté sin dejar que mi mal humor con Edzel afectara a Iris. — ¿Discutieron anoche, verdad? Al oírlo, me detuve en mis pasos. No pensé que todos se enteraran del pleito entre el hermano de Iris y yo. Era un hecho que Kyle también lo había escuchado, y que no perdería el tiempo para sacar el tema cada vez que lo quisiera. — Lo siento Iris, pero me conoces, y aunque tu hermano sea "Rey" no dejaré que nadie me insulte. Una vez bajado el último escalón, Iris me retuvo de la manga de mi blusa durante unos segundos, para mírame fijamente. — Y porque te conozco es que me preocupas. Te he visto pasar de ser esa niña a la mujer que está hoy delante de mí ¿Estás bien con todo esto? Mostrando mi despreocupación en una sonrisa fingida, tomé sus dos manos para agradecerle su afecto. — Gracias, pero… De todos modos no hay nada que se pueda hacer. Pensándolo bien, era mejor desayunar en la oficina. No deseaba verle la cara tan temprano a Edzel. Salí de casa con la mentalidad de hacer que este día sería mejor que el día anterior. Saqué mi celular para pedir un taxi que me llevaría a la empresa Erardi. El único lugar donde estaba a salvo. Sentada en el asiento de pasajero, pensé en que tal vez ya era hora de comprar un auto. Llevaba años usando taxis, y esperando a que el chófer de la familia me llevara a cuanto lugar se me era citada. Por un instante me imaginé sentada, con mi cabello volando al viento, y disfrutando la adrenalina que se siente al conducir. No tenía mucho que perder. Ya tenía mi Licencia de conducir después de dos intentos. Pobre Harry, recordaba su rostro de pánico cuando iba a toda velocidad y él se encomendada a Dios para que su alma fuera al cielo. … Bajé unos metros antes de llegar al trabajo. Estaba frente al local de la señora Enma. Una mujer mayor que tenía una cafetería, donde preparaban el mejor tiramisú. Un postre delicioso y con toques especiales de que sólo ella conocía. — Buen día —saludé, haciendo sonar la campanita de nuevo cliente. — Buenos días señora Erardi —me respondió el saludo una de las empleadas que trabajan ahí— ¿Llevará lo de siempre? — Sí —afirmé—. Necesito levantar mi ánimo más que nunca. — ¿Hanna? ¡Oh, muchacha! Con una jovial sonrisa y mejillas llenas. La señora Enma se acercó para recibirme con un abrazo lleno de ternura. Decía que le recordaba a su nieta ya fallecida, razón por la que me consentía cada vez que llegaba a su local. Ella procuraba guardar siempre una tajada de tiramisú para cuando llegara, su nobleza y calidez fueron los que la llevaron a convertirse en la favorita de muchos comensales. — Veo que el negocio va muy bien —dije. — Perfectamente, Hanna, y en parte es gracias a ti. — Oh, yo no hice mucho, fueron sus postres y delicioso café los que se llevaron el crédito. — Tal vez eso fue después, pero la publicidad que me recomendaste, y el dinero que generosamente me ofreciste; fueron la base para mantener este lugar. No cabe duda que además de ser hermosa por fuera, lo eres por dentro. — Hará que me sonrojé señora Enma —contesté ya ruborizada. — Ja, ja, ja. Una joven sonrojada. Eso solo son sombras del amor. — Aquí tiene señora Erardi —la joven que antes me atendió, apareció con mi pedido. — Gracias —acepté el paquete, desviando el comentario de la señora Enma. — Bueno, ya debo irme. Fue un gusto verla señora Enma. — Por supuesto querida y se fuerte. Confundida la miré unos instantes. No entendía a qué se refería con ser fuerte, bueno en realidad sí lo sabía, mas mi pregunta era ¿Cómo lo sabía?, pero ella levantó su mano para tocar mi hombro y contestar mi interrogante como si leyera mi mente. — Lo vi en las noticias. Sé que él está aquí. Bajando la mirada a mis tacones para luego mostrar mi mejor expresión respondí: No sé preocupe, lo que diga ese tipo ya no tiene efecto en mí. — Querida, tengo 67 años, no trates de engañar a esta dama que ha recorrido tanto en la vida. Hasta la roca más fuerte puede romperse. — Pues está roca está llena de picos, y aquel que quiera romperla se lastimara en el intento. El amor ya hizo el intento y no lo logró. — Tan obstinada como siempre —comentó sin dejar de sonreír—. De acuerdo querida, hacerte cambiar de opinión es un reto que tomará más del tiempo que me queda de vida. — ¿Cómo? —fingí molestia, colocando mis manos en mis caderas—. Hemos quedado en no hablar de eso, ni siquiera como broma. — Tranquila. Por el momento no planeo morirme, al menos hasta verte felizmente con un hombre que te merece y una familia que te ame. — Entonces va a tener que esperar durante muchos años, porque pienso dedicar mi vida solo a mi trabajo y a recuperar la fábrica de mi padre. — Te desearía suerte, pero sé que no la necesitas. — Tengo a mi ángel de la guarda personal —contesté guiñandole un ojo. … — Bienvenida, señora Erardi —apenas había dado un paso, el hombre de seguridad me abrió la puerta, lo saludé con un movimiento de mi cabeza, y continúe con mi caminar. Conforme iba avanzando recibía la mirada y saludos de los demás empleados. Me había demorado años en lograr esto. Respeto, y por fin podía casi ver mi nombre en la gerencia General. Hasta ahora mi trabajo estaba en la gerencia de imagen. Sí, un buen trabajo, pero quería más. Demostrar que podía dar la talla, y que mi edad no era un obstáculo. ¿Quién más que yo? Conozco el manejo de este lugar a la perfección. Recién había logrado graduarme, pero he estado tan involucrada en esto desde que me casé. Así que mi momento había llegado. Ya no sería necesario que otros manejaran lo que con derecho debía ser mío. Entré al ascensor, exhalé largamente, para luego beber un sorbo de mi café recién hecho. Me agradaba esta sensación de calidez recorriendo mi garganta. Si tan solo la vida fuera así… Todo sería más sencillo. — Buen día, Lois —le dije a la secretaria sin detenerme. Estaba ansiosa por llegar y disfrutar de ese sillón de gerente. Tomé la perilla de la puerta, empujando con la más grande sonrisa en mis labios, pero todo esto se borró, cuando encontré que alguien ya ocupaba mi lugar. Sentada sobre las rodillas de Edzel, Melody y él se besaban de manera descarada. Las manos de él no dejaban de tocarla y apretarle los muslos, mientras ella lo tenía abrazado del cuello. Esto era más de lo que podía tolerar. Al notar mi presencia, ambos se detuvieron, sin embargo, Melody siguió sentada sobre él. Llevando un dedo a sus labios para ocultar su sonrisa me miró con un brillo de triunfo. Quería verme estallar en rabia, su dicha era lo peor para mí. — Señor… —Lois, la secretaria que segundos atrás había saludado, entró —. Lo lamento, no pude detenerla. — Retírate —contestó Edzel con seriedad a la secretaria, mientras se levantaba del asiento. — Lo lamento, con permiso —se retiró. Existen una o dos cosas que me quedaron de las palabras de mi madre cuando yo era una adolescente, y esas eran "Obedece a tu marido" cosa que jamás pondría en práctica, porque no soy una máquina, y la otra "Mantén la compostura ante cualquier situación" algo que me había servido para enfrentarme a personas indeseables como Melody; quien se aparecía en esta empresa cuando le daba su regalada gana. Pero ¿Qué podía hacer? Ella era accionista de esta empresa, o más bien es la hija del accionista. La niña de papá que obtiene todo lo que quiere y cuando lo quiere. — Parece que has errado de camino —habló por fin Edzel—. Tú oficina está en el piso de abajo. — No, no me equivoque, y te pido que no ensucies mi oficina con tu zorra. Definitivamente ellos no esperaban que de mis labios saliera semejante palabra. Casi al borde de las lágrimas, Melody se apoyó en el pecho de Edzel, y él la rodeó con el brazo, como si la protegiera de un atacante. Teniendo los ojos fríos de Edzel como misiles a punto de destruirme, caminé hasta el escritorio para dejar mi café. — Retira tus palabras Hanna —exigió Edzel con voz firme. — No, no voy a retirar nada. Se veía a kilómetros que a él no le gustaba que lo contradigan. Seguramente eso era con los demás, mas no conmigo. Que vaya a hacerse el rey con su amante, que de mi no conseguiría nada. — Las cosas se dicen por su nombre, y eso es lo que es tu adorada Melody. Tu amante. — Edzel… —susurró la muy fingida. — ¡Ya basta! Vas a disculparte, Hanna. La sonrisa en la cara de ella, fue con sabor a victoria. Creía haberse salido con la suya, y definitivamente no. Jamás me disculparía por decir la verdad. — Preferiría morir, antes que disculparme con una zorra. Y aún estoy esperando a que te vayas de mi oficina. Él resopló, sus dientes apretados y manos en un puño me lo decían todo. Estaba por estallar. — Primero. Te obligaré si es necesario a disculparte, y segundo. Esta es mi oficina. Si tienes alguna queja al respecto, revisa los documentos en tu oficina, la que está debajo de la mía —cuando lo dijo, sentí tanto ego en sus palabras. Qué diferencia con aquel chico de mirada dulce que robó mi corazón. — ¡Nunca! —tomé mi café y me giré para marcharme de ahí, pero él me lo impidió. Su mano estaba apretando mi brazo izquierdo, entonces, fue tanta mi rabia que sin dudarlo tiré mi bebida sobre su pecho. La cara de Melody fue de sorpresa, pues hasta a ella le había alcanzado las gotas de café en su "lindo" vestido rosa. — ¡Pero qué te pasa, estúpida! —exclamó ella con enojo, más preocupada por su apariencia que por otra cosa. — ¡Hanna! —gruñó Edzel entre dientes. — La única disculpa que pediré será a la señora Enma por haber malgastado su café en ustedes. Dejé caer el vaso en el cesto de basura, y salí de ese lugar, cerrando la puerta con toda mi fuerza. Pretendía entrar al ascensor para alejarme de toda esa maldita toxicidad, pero cuando estiraba mi brazo para apretar el botón, sentí una mano en mi hombro que me hizo girar a verla. — Puedes hacer lo que quieras. Enojate, que la sangre te queme de rabia, pero eso no cambiará que Edzel me ame a mi, que disfrute mis besos, que soy yo la que duerme en su cama, que a mi me hace el amor, y que por ti solo siente un profundo asco. La mujerzuela que se revolcaba con su padre a cambio de… —*Plaf* Juro que nunca sentí tanto placer como ver la cara de esa mujer enrojecida por un golpe mío. — No te equivoques. Yo conseguí todo con esfuerzo, no metiéndome a la cama con cuanto hombre se me cruce —respondí, entrando al ascensor, mientras veía la expresión llena de ira de Melody. — ¡VAS A PAGAR POR ESTO! ¡TE LO JURO HANNA!
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