Capítulo 33: Horace ―Voy a dejar una crítica terrible en internet, señor ―dijo la cabreada madre, moviendo el dedo hacia Horace, de forma amenazante―. Tengo tres mil seguidores y una insignia ―amenazó. Una voz femenina sonó a su lado. ―Cállala ―dijo―. No dejes que te hable así. Horace estaba a punto de disculparse por duodécima vez. Se interrumpió y se giró para ver a una rubia conocida. Su cerebro se congeló por un largo momento, tratando de recordar de qué conocía a aquella mujer. ¡Claro! ―¡Soberbia! Me alegro de verte por aquí. Eh, ¿cómo hacéis para saber siempre dónde encontrarme? Soberbia se encogió de hombros con una expresión muy ensayada y dijo: ―El teléfono, tonto. Estuviste de acuerdo en compartir tu ubicación con nosotras en todo momento. Deberías leer esos términos. Hor