Capítulo catorce

1197 Words
Damien se encontraba al pie de la escalera, ajustando constantemente su ropa. Bajando las mangas, alisando su solapa, arreglando su corbata. Era muy diferente a lo que solía usar, no en apariencia, sino en cómo se sentía contra su piel. Cada pocos segundos, sacaba su reloj de bolsillo y revisaba la hora, más inquieto de lo habitual. Por última vez, abotonó su chaqueta, alisándola mientras Verónica bajaba las escaleras. Ella lo dejó sin aliento. ¿Cómo podía lucir aún más hermosa de lo habitual? Estaba deslumbrante. Su figura estaba envuelta en capas de gasa, encaje y seda en todos los tonos de azul. Al llegar al pie de la escalera, él le tendió la mano. Ella la tomó con una amplia sonrisa en su rostro. Su corazón hacía piruetas en su pecho. Ni siquiera estaba mirándolo. Su piel pálida contrastaba bastante con la suya, ligeramente más bronceada que cuando se conocieron, ya que había pasado mucho tiempo en el jardín tanto de día como de noche. Llegaron juntos a la puerta. Damien retiró su mano de la suya y se puso unas gafas que no necesitaba en el puente de su nariz. —Seré tu tutor de baile esta noche—, anunció. Verónica lo miró sorprendida. —Pero yo…— empezó, deteniéndose al ver cómo lucía él. Sus gafas eran simples, de marco dorado y redondo. Y realmente se veía increíble con ellas. Sacudió la cabeza y apartó la mirada. Le quitó las gafas y las sostuvo detrás de su espalda, aliviada al saber que no las necesitaba. —Sin gafas. Esa es mi única regla—, le dijo, con la voz entrecortada. Él asintió brevemente, abrió la puerta y recuperó sus gafas, guardándolas en el bolsillo interior de su chaqueta. Luego esperaron afuera de la puerta al cochero y su carruaje tirado por caballos. Tuvieron que esperar diez minutos para que llegara el carruaje. Verónica se sentó junto a la puerta, su falda se amontonaba a su alrededor. Damien la ayudó a levantarse cuando el ruido del carruaje se hizo más fuerte. Luego ella alisó su vestido, quitando las pequeñas motas de polvo que se habían quedado atrapadas en él. Se mordió el labio inferior ligeramente áspero y agrietado mientras miraba sus manos, arrancando pequeñas cantidades de piel. Solo miró el carruaje cuando Damien le dio un toque ligero en el hombro. Sin embargo, nunca pudo prever su reacción. Su respiración se volvió errática, sus ojos se abrieron mucho. Un intenso dolor subió por su brazo izquierdo y comenzó a entumecerse. El ruido a su alrededor era abrumador. Se tapó un oído con la mano mientras se sentaba bruscamente. Damien simplemente la miraba con los ojos bien abiertos, sin saber qué hacer, necesitando unos momentos para comprender lo que estaba sucediendo. Todo en lo que Verónica podía concentrarse era en su padre. Tendido en un charco de su propia sangre a apenas tres pasos de ella. Las lágrimas le corrían por la cara en silencio y dolorosamente. No podía encontrar ninguna manera de hablar, su voz le fallaba debido al impacto. El caballo volvió a encabritarse antes de ser disparado con un rifle. Haciendo que le zumben los oídos. Luego el caballo cayó entre los escombros en los que ella y su padre estaban rodeados. Miraba fijamente hacia la distancia, diciendo pequeños fragmentos de frases. —… Despierta. Por favor. Solo…—, murmuraba. —vuelve…—, este fue el momento en que lo que estaba mal quedó claro para él. Maybel, Elenore y Alice también pudieron ver que algo estaba mal. Pero trataron de hacer que se sintiera mejor de la manera incorrecta. Preguntándole si estaba bien y poniendo sus manos en sus hombros. Esto solo la hizo cubrirse la cara con una mano. Gritando en sus palmas mientras temblaba violentamente. Todo lo que Verónica podía sentir era a la gente apartándose de su padre mientras ella era llevada en una camilla. Damien se pellizcó el puente de la nariz entre los dedos, indicando al cochero que se llevara el carruaje. Luego apartó a todos de Verónica y se acercó a ella, sentándose frente a ella. Empezó a susurrarle: —Está bien. No te preocupes. No tienes nada de qué disculparte. Ni aquí ni hoy—. Su voz, que pasó de ser apenas un susurro audible a su volumen normal, empezó a tranquilizarla y dejó de disculparse, asintiendo. —¿Puedo tocar tu mano?—, le preguntó una vez que recuperó un ritmo respiratorio normal. —Está bien—, susurró ella. Él colocó su mano cuidadosamente sobre la suya, y ella lo abrazó fuertemente, escondiendo su rostro en su hombro. Con precaución, él la rodeó con sus brazos, colocando una mano lentamente en la pequeña de su espalda. Miró hacia el costado de su rostro. —No le debes ninguna explicación a nadie—, dijo, —pero si quieres hablar de esto, siempre estaré aquí para ti—. Pasó los dedos por el lado de su rostro, luego dejó caer su mano a un lado, donde ya estaba la mano de ella en el borde del escalón. —Gracias. Significa mucho para mí—, respondió, inclinándose más hacia su hombro. Alice observaba lo que sucedía frente a sus ojos, confundida por todo el asunto, por decir lo menos. Se acercó un poco más a la pareja y aclaró su garganta, solo Damien la miró. —¿Cómo sabías lo que estaba pasando y cómo ayudar?– Frunció el ceño al preguntarle. Damien rió suavemente mientras pasaba su pulgar por el dorso de la mano de Verónica de manera tranquilizadora. —He experimentado una buena cantidad de ataques de pánico, así que sé qué no hacer—, dijo. —Y he tenido algunos maestros en el pasado que también han tenido ataques de pánico—. Sonrió a Alice, manteniendo su actitud alegre. —Lo siento, no quise ser entrometida—, dijo ella, tratando de salir de la conversación lo más rápido posible. —Está bien, de verdad—, sonrió Damien. Su expresión alegre desapareció rápidamente cuando Verónica acercó su rostro a su cuello. Soltó un suspiro ligeramente más audible de lo habitual mientras intentaba mantenerse lo más tranquilo posible. Se apartó cuando su rostro se calentó considerablemente. Se puso de pie y la ayudó a levantarse también, sacudiendo su vestido antes de sacudir su propia ropa. —Bueno, realmente deberíamos irnos. No deberíamos llegar tarde y esas cosas—, dijo mientras pasaba las manos por su rostro. La pareja caminó lado a lado hasta el borde del campo. Los sirvientes habían regresado a la mansión no mucho antes. —¿Cómo vamos a llegar a tiempo si vamos a pie?—, preguntó Verónica. Él se detuvo, acercándola a él. —Tengo algunas ideas. Pero todas requieren que confíes en mí. ¿Crees que puedes hacerlo?—, observó sus reacciones durante unos momentos. —Por supuesto—, ella sonrió con esa sonrisa inocente y torcida que él había llegado a apreciar profundamente, demasiado profundamente. —Confiaría en ti incluso con mi vida si fuera necesario—, le dijo sinceramente.
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