En la mañana del 18 de agosto estaba en la antecámara del despacho del Jefe del Gobierno a la espera de ser recibido. No había tenido que esperar mucho. Mussolini tenía con él una gran deferencia, al contrario que la indiferencia que solía mostrar hacía los demás, salvo el rey y la reina y los grandes jefes de estado extranjeros; pero hacia el científico el respeto era genuino, le trataba de usted y le llamaba excelencia. Así que había evitado recibirlo como hacía con sus subordinados e incluso se había adelantado hasta la puerta de la sala, había acompañado a Marconi hasta las sillas de los invitados colocadas delante de su escritorio, había aguardado a que se sentara en una de ellas y finalmente se había sentado también él, detrás de su escritorio. “Excelencia Marconi”, había empezado,