Capítulo Siete.

3020 Words
Capitulo Siete.   Esa noche no pudo dormir.  Esa mujer vagaba en su mente y esa fantasía que lo llevó al éxtasis ser repetía una y otra vez. De vez en cuando debía despertarse a media madrugada empapado de sudor y duro como una piedra para darse un baño d agua fría y poder bajar esa excitación que el invadía el cuerpo y la sangre.  ¿Cómo era posible que alguien como ella despertara ese tipo de cosas en él, un hombre que siempre tuvo lo que quiso y siempre ha tenido por debajo de sus pies, a su merced a sus mujeres? Pero Abril no era como cualquier otra mujer, ella era única entre todas y eso era lo que en cierto modo le hacía desearla. No sé había dado cuenta que se obsesionó con tenerla, con atarla e inmovilizarla, con abrirle las piernas para entrar en ella una y otra vez. Se muere del deseo de llenar sus partes íntimas, de escucharla gemir, de verla transformarse en una fiera bajo su mando, de poder morder su carne y saborear su sangre, de poder sentir sus uñas clavadas en su cuerpo, de poder morder, estirar y pellizcar sus pezones. Lo volvía loco y siquiera ella lo sabía. Se había jurado buscarla, encontrarla y volverla su esclava y lo lograría. Toda la jornada había estado pensando en ella y en cómo podía hacer para conocer su nombre, si estaba en pareja, donde vivía, si tenía hijos. Necesitaba saber su vida completa y necesitaba hacerlo urgente. Hacía dos días había finalizado el acuerdo con una de sus sumisas, una abogada colega del estudio jurídico con el que solían trabajar  en conjunto con algunos casos importantes  y aunque ya tenía una nueva con quién debía firmar otro acuerdo, se había decidido a tener a Abril con él aunque sea lo último que haga. No había imposibles para él y ella no sería la excepción. Esa noche, como todos los días, había ido a cenar a uno de sus restaurantes predilectos a cenar. Llevaba años asistiendo a ese sitio que los empleados ya sabían que esa mesa no se podía reservar, porque, a excepción de los fines de semanas, de lunes a viernes era utilizada por el Licenciado Santino Rivas. Su vida privada era un misterio y mientras los paparazzi vivían pisando sus pasos, jamás habían podido dar con su mayor secreto. Es que si había algo que lo diferenciaba de todos los famosos que conocía, era que se sentía, y así era, lo suficientemente astuto como para ocultar cuestiones importantes en su vida. No había mesera que no se peleen para atenderlo cada vez que pisaba aquel maravilloso lugar, pero él no miraba a ninguna, hacía como si no existieran, como si estuviera solo en ese hermoso y refinado sitio. -          ¿desea tomar algo Señor Rivas? – le pregunta una hermosa mujer de cuerpo de modelo, un metro setenta de alto, pelo color n***o como la noche, atado en una coleta bien baja, maquillaje sutil, pero con labios resaltados en rojo y poniendo una fuerza de voluntad increíble para no caerse “redonda” al suelo. Era todo un Dios griego. Él si quiera se molestó en mirarla a los ojos, simplemente se quedó mirando el menú mientras pensaba qué encargarle. Santino podía ser un irrespetuoso, muchos pensaban, especialmente los hombres. Y claro ¿por qué pensarían de otro modo? Si sus mujeres lo deseaban más que cualquier otra cosa que pudieran ofrecerles.   -          Tráigame el menú siete con una botella de vino. – dice cerrando la carta y entregándosela, para agregar algo más por si se trataba de una mesera nueva. – el mismo de siempre. – dijo, pero aclaró. - el más caro por favor. – pero eso no era lo único que le diría. Aún le faltaba lo último. – llevo prisa. – con esto le estaba diciendo que se apure.    -          De inmediato, Licenciado. – y se perdió entre las otras mesas hacía la cocina.   Santino tenía una particularidad y eso era que nada ni nadie se le negaba a un pedido por lo que consideraba que esa chica desconocida entendería que él es su única y mejor opción para explorar, como mujer, su propio límite en la cama. Creía ser, y lo sostiene, el único capaz de hacerles conocer el verdadero placer en el arte del sexo. Tenía una seguridad en sí mismo envidiable para todos los demás, por eso es que cuando una mujer le llamaba la atención directamente la denominaba como propia y por consiguiente se ponía a elaborar el contrato que utilizaría con ella. Él tenía tres cláusulas que estaban presentes en todo contrato: exclusividad, discreción y cero sentimentalismos, pero había otras que variaban según lo que quería de esa mujer, pero con esa desconocida le pasaba diferente. Su forma de ser, su desfachatez al tratarlo, su mal genio, la grosería que le hizo con la mano y lo que le dijo le había generado un fuego en todo su cuerpo, que en principio había confundido como ira, esto era diferente. Santino no estaba enojado, él solo quería tenerla, para atarla, castigarla de todas las maneras excitantes que se han inventado e inventar nuevas en ella. Era tal la confianza que tenía, que esa misma mañana se puso a elaborar el contrato que le daría a firmar para hacerla suya una y otra vez. La quería a sus pies, besando el suelo por donde caminaba y eso mismo haría. -           ¡Demonios!  -  maldice molesto al ver su reloj que ya habían pasado cuarenta minutos y su comida no estaba en la mesa, pero justo cuando iba a ir a quejarse a la barra, se acerca otra mesera, quien venía con una amplia sonrisa y va dejando cada elemento en la mesa. -          Que tenga una agradable cena. – le dice ella mostrándole una amplia y brillante sonrisa. Él solo asiente y se sirve una copa de vino y al probarla se da cuenta de algo que lo enfada demasiado.   Otra de las cosas que él detestaba, era la incompetencia de las personas. Eso era algo que no solo no soportaba, sino que no toleraba y por ende, perdonaba. No sólo le había traído la comida tarde, era que se habían confundido de vino y le trajeron el peor que había probado en toda su vida. No se molestó en llamarla, sino que directamente se dirigió hacía la barra para quejarse con quien estuviera a cargo. Llevaba siete años comiendo en ese sitio y era la primera vez que cometían un error, y lejos de creer que errar es de humanos, que nadie es perfecto y que todos merecen una segunda oportunidad si de enmendar un error se trata, es que no lo iba dejar pasar. Si no servían para atender como corresponde a las personas, mejor que se busquen otro tipo de trabajo. Ese era su concepto ante grave incompetencia. ¿Era exagerado? La verdad que algo, pero ¿cómo negarse ante esa mirada penetrante que amenaza por arrasarte por completa?  Y eso lo sabían todos y todas. Llevaba en su mano la copa de vino y realmente estaba enfadado como para prestar atención que una mujer venía, hablando por teléfono sin prestar atención a quién tenía por delante, cuando de buenas a primeras quiere reaccionar al darse cuenta de quien se trata y termina chocando con su cuerpo de manera abrupta y provocando que su copa de vino caiga, completa ¡COMPLETITA! En los pechos de ella. La desconocida de esa misma mañana. -          Lo siento se…. – él ya se había cerciorado de que se trataba de ella, pero si actuaba normal pensaría que la estaba acosando cuando eso no era así. O por lo menos no por ahora. Ese choque hizo que ella se mire el frente de su cuerpo notando la gran mancha rosa en su vestido blanco y visualizando la furia en su rostro. Santino fingió, por lo que al encontrarse sus miradas actuó como si sintiera que lo está siguiendo y ella pensó, en verdad lo mismo. -          ¡¿me estás siguiendo?! – gritaron al unísono, pero él tenía tantos deseos de mirar sus pechos, que resaltaban en la fina tela, que no se privó de hacerlo. Fue solo verlos para sentir una presión entre sus piernas. Eran tan grandes que ya podía imaginarse con su m*****o entre ellos, que podía sentir en las palmas de sus manos sus pezones haciendo presión en ellas. Como a todo hombre, a él había algo que le volvía loco, además de las zonas intimas donde introducir y sacar su polla, y eso eran los senos de las mujeres y Abril tenía unos hermosos desde cualquier perspectiva y todos mojados con vino hacían que deseara lamerlos hasta limpiarlos de ese liquido rojo. -          ¿Puedes dejar de mirarme los pechos? –  no era tonta, y lejos de taparse los senos, sabiendo lo babosos que se veía él al observarlos, comenzó a pasar sus manos por el frente de su cuerpo e inconsciente hace un comentario que provoca en la mente de ese hombre un huracán de deseos que no entiende ni él, cómo hace para contenerse de no tomárselos con ambas manos y apretarlos. Mordió sus labios y dejó que esas imágenes golpeen una y otra vez su cabeza. – y darme una mano. –ante aquel comentario él sonrió casi sin que ella pueda notarlo de los nervios y la vergüenza – no, me malinterpretes. Me refiero a que me des algo para secarme ¿pero a que idiota se le ocurre venir a los baños con un vaso de vino? – en realidad, la pregunta era ¿qué clase de arquitecto pone el pasillo del baño casi al lado de la barra? Si lo piensan, no tiene lógica como que el baño este a un lado de la cocina, pero que va, no le importaba mucho - ¿y bien? –  de pronto ella se detuvo y se quedó inmóvil viéndolo, como si estuviera esperando algo de su parte y sin saber qué, de parte de él, solo imitó su gesto, aunque descaradamente siguió mirando sus pechos y esta vez sus labios. No le llamaban la atención de querer besarlos, pero sí el grosor de los mismos. Era una sensación extraña que jamás había experimentado antes, pero que no era tan importante cómo para pensar la razón. - ¿vas a fingir que no me estas mirando los pecho o por lo menos te vas a dignar a pedirme disculpas? – fue solo escucharla decir aquello, que hizo que aquel enojo viniera a su cuerpo y a su cabeza ¿tan descarada podía ser de exigirle unas disculpas cuando era ella quién debía dárselas? No, definitivamente no le pediría absolutamente nada. -          Tu me la debes a mí. – claro que era ella quien debía disculparse por haber pasado en rojo, rayarle el auto e insultarlo en plena calle delante de otros transeúntes y automovilistas. -          Que soberbio que eres. – y no se equivocaba. Santino era consciente de que su forma de ser tan omnipotente, narcisista, egocéntrico, frío, y de más podría generar desagrado ante algunas personas, pero francamente a él no le importaba en lo más mínimo, por lo que se encogió de hombros, pero ante un gesto de esa mujer rebelde ante sus ojos, hizo que el fuego se le saliera por el cuerpo y sin pensar ni darle importancia sobre o que ella pudiera pensar, es que le dijo lo que le pareció el verla morderse el labio inferior y quiso verla hacerlo de nuevo. -          Eso que acabas de hacer fue excitante. – las pupilas de sus ojos se fueron agrandando y sus ojos se volvieron del color de la noche. Santino no daba más de deseo y no quería esperar mucho por tenerla en sus manos – hazlo de nuevo. – una parte de él, pensó que ella se derretiría ante aquella actitud, por su parte, pero sin embargo hizo algo que no se esperó y eso fue el haberlo empujado para retirarse de allí. -          Lo que una tiene que aguantar de hombres degenerados como usted. – escucharla decir aquello con su voz entre cortada, le hizo sonreír de lado. Ya había caído en sus redes, solo faltaba poder atarla a sus deseos. Nunca le había lograr atraer una mujer con la personalidad de ella y el hecho que lo rechace hacía, todavía, más interesante la situación. Regresó a su asiento a seguir cenando y notó que esa mujer no había vuelto, por lo que comenzó a buscarla con su mirada ¿y si se había retirado? Esa era una posibilidad dado que le había arruinado el vestido y desnuda no podía estar. Aunque él estaría agradecido de ser así, porque la follaría ante las decenas de ojos a su alrededor. De momento a otro, nota movimientos extraño, pero antes de que pueda darse cuenta de algo, la desconocida apareció ante sus ojos vestida de una forma que lo calentaba aun más que antes. Llevaba puesto un vestido blanco, como el otro, pero particularmente este tenía un escote muy pronunciado que no dejaba nada, pero nada a la imaginación.   -          Ohhh . . .  – se le escapo sin notarlo. Si fuera un dibujo animado, habría un gran charco de saliva debajo de sus pies. Cuando la ve venir, al igual que varios presentes, no le quitan los ojos de encima, especialmente de encima de sus pechos, aunque a ella no le incomoda tanto como unos en particular. había descubierto que sus mesas estaban enfrentadas, con otras tres en medio ¿podía tener tanta mala suerte?  Por parte de él, eso era lo mejor e interesante que le podía pasar en ese día. No le quita los ojos de encima y puede leer su lenguaje corporal, por lo que pondría las manos en el fuego en decir que esta nerviosa y que seguramente está húmeda, completamente húmeda y gracias a él. Nota que esta acompañada y que de momento a otro se acerca a ese lo suficiente como para besarlo, cosa que le generó una sensación extraña en la boca del estómago, pero a la que no le dio mucha importancia. De momento a otro, la ve llegar hasta él y cómo si esperara lo que va a decir, le habla con total desfachatez y de mal modo. -          ¿quieres una foto o qué? – Su forma de ser lo estaba volviendo loco de una manera que no podía imaginarlo siquiera él, estaba completamente loco por ella. Tan loco, que la tomaría sin que firmara el acuerdo que desde ese mediodía descansaba en el tercer cajón de su escritorio bajo llave. Y la respuesta a su pregunta era sencilla. La quería en vivo y en directo, arrodillada a sus pies, con una correa de cuero, completamente desnuda y con una joya anal es su zona intima entre los glúteos. En color n***o preferiblemente. Tenía cierto fetiche por ese color. -          ¿eres mudo o qué? Contesta. – no le respondió, simplemente dejó aún costado su copa para acomodarse en el respaldo de la silla y recorrerla por completa. Le era divertido ver su expresión y su supuesta ofensa. Él ponía sus manos en el fuego en creer que ella estaba loca de deseo por él. Lo podía ver, lo podía oler en el aroma de su cuerpo que, si quiera a varios centímetros, hasta más de un metro de su cuerpo era capaz de sentirlo. – deja de mirarme así. – -          ¿así cómo? – en cierto modo era entretenido desafiarla, después de todo, así la tendría más tiempo frente a sus ojos. Pero iría por más. - ¿cómo si quisiera follarla? – le dice sintiendo como su polla, dura como la piedra quiere escapar de sus pantalones y entrar en su boca para sentir como sus dientes lo muerden y al generarle dolor lo hacen tocar el cielo con las manos. -          Usted es un cerdo degenerado. – hasta aquello en sus labios sonaba excitante. Nada podría ya detenerlo. -          Y usted se me presenta prácticamente con sus pechos desnudos ¿pretende que no se los mire? – Rivas tenía un pensamiento bastante machista, por eso ese comentario. Sostenía que, si no quería que le mire los pechos, ¿por qué se le estaba presentando ante sus ojos de ese modo? Lo cierto es que ella estaba en conocimiento de aquello, pero era un imán para ella. – y respecto a la foto realmente no creo que me dé la foto cómo quisiera verla. – no hacía falta que sea más explícito porque ella entendía perfectamente el mensaje y podía verlo en sus ojos y en su cuerpo. De echo sus pezones se le volvieron a poner duros. Ya había terminado de cenar, y debía retirarse a su casa porque al otro día tenía que regresar a su rutina, pero no quería hacerlo sin decirle una ultima cosa.  - déjeme decirle que lo que usted necesita, es alguien que la eduque, porque parece un animalito salvaje. –  concluyo poniéndose de pie y ve como ella da un paso delante y queda a escasos centímetros de él, pero éste no se inmuta ni se mueve un milímetro. -          Y usted necesita ser menos idiota . . .  – ya lo había cansado escucharla decir tantas groserías, por lo que le dijo lo que pensaba. -          ¿lo ve? Usted necesita disciplina. – y con su mirada roja de miles de emociones por parte de ella, es que pasó a un lado, pero por un segundo se detuvo a susurrarle algo que necesitaba decirle.  – por cierto, ese escote le sienta mucho mejor. – logró cerrarle la boca y se sintió tan importante, tan satisfecho que a su vez, provocó que el deseo por tenerla se vuelva necesidad vital. Esta conversación fue el comienzo de algo que los incendió y desde entonces no los volvió apagar, pero cuatro años más tarde, todo ha cambiado . . . 
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