Fernando
–¡¿Y sabes qué más?! ¡Detesto tu estúpida manía de dejar los cajones abiertos! ¡Siempre eres tan desordenado!
Gritó Sofía desde la habitación, cerrando las gavetas abiertas a su paso.
–¿Ah si? ¡Pues qué raro! ¡Siempre te pareció gracioso!
Contraataqué, imponiendo mi fuerte y colérica voz que hizo eco en toda la enorme casa. Buscaba mi chaqueta por toda la maldita sala, pero al parecer se había empeñado en ralentizarme la huida. ¡Qué mal momento para desaparecer!
–¡Antes! ¡Cuando no eras un desgraciado insensible!
Su respuesta me dejó perplejo.
De repente dejé de buscar la prenda por toda la sala para quedarme de pie en mi posición. La ofensa de Sofía no me había dolido por tacharme de desgraciado, si no por decirme insensible.
No lo comprendía. Me esforzaba por hacerla feliz, pasaba por ella para cenar tras el trabajo, le compraba regalos cada que podía y buscaba siempre el darle todo lo que me pedía.
¿Cómo se atrevía a llamarme insensible? ¡Maldita desagradecida!
–Creo que lo he aprendido de ti. –grité presa de la furia, aún sabiendo que no necesitaba agregar más leña al fuego– ¡Eres la experta en indiferencia!
Su figura apareció como un alma en pena cruzando el pasillo hasta llegar a mi. Por un momento sentí pánico, ya que se deslizaba pegada a las paredes como un ente del infierno recién traído por medio de un rito satánico. Su cabello largo e intensamente n***o no ayudó para nada a su aspecto de ultratumba, por un momento creí que se lanzaría hacía mi para robarme el alma.
–¿Qué acabas de decir jodido imbécil? ¡Repítelo en mi cara!
Titubeé al hacerlo, pero ¡Rayos! ¡Estaba tan enfadado con ella!
–¡Es que no lo entiendo! Hago de todo por ti, me esfuerzo todos los días por hacerte feliz, pero al parecer tu ya tienes los ojos en otro lado ¿Verdad? –de repente su rostro se quedó perplejo, casi blanco de la impresión al ser descubierta– ¿Crees que no sé que estás saliendo con alguien más? Me rehusé a creerlo, quería que fueras tu misma quién me dijera que ya no sentía lo mismo por mi y que por respeto a los que tuvimos al menos me regalaras un poco de sinceridad. ¡En cambio, no! Estás aquí buscándome la pelea por cualquier tontería para hacerme ver como el culpable del quiebre de este matrimonio. ¡Soy la víctima pero quieres hacerme creer que soy el responsable!
–Eres un maldito inconsciente. ¿Insinúas que te he sido infiel? ¡Es el colmo!
Entonces, como en una escena de película, tomó aquel feo adorno de porcelana comprado en Francia para lanzarlo sin temer donde cayera. Mis reflejos fueron buenos, inclinándome al tiempo en el que aquel falso elefante gris pasó muy cerca de mi cabeza.
–¡¿Pero qué demonios te sucede maldita loca?! ¡Casi me matas!
Una bofetada cayó de improviso en mi mejilla, callando todas mis rudas palabras estancadas en la garganta desde hace varias semanas.
Cuando levanté la mirada y me topé con sus ojos llenos de lágrimas supe que quizá me había extralimitado un poco, sin embargo, la situación me empujó hasta el cofín de mis emociones. No tuve idea de si disculparme o continuar en mi posición, pero entonces sonó el timbre central.
–¿Sabes qué? –empuñó sus manos para contener la ira que ya no podía retener más. Ni siquiera le importó que la muchacha de servicio abriera la puerta, dejando ingresar a nuestros amigos, quienes venían con regalos, pastel y confeti– ¡Quiero el divorcio!
–¡Hemos llegado y trajimos la fiesta! ¡Feliz cumpleaños Fernando! –gritó Alonzo sumamente emocionado al mismo tiempo que la nueva exigencia de Sofía–
–¿Qué?
Mis brazos cayeron a cada lado del cuerpo, inertes y tan confusos como mi cerebro. Todos llegaron hasta nuestro punto, cosa que evitó mayores explicaciones por parte de mi todavía esposa.
Mi amigo Alonzo quedó atónito, observando nuestra pelea al igual que todos sus demás acompañantes. Quiso decir algo, pero Lia, su esposa, lo tomó del brazo para devolverlo a su lado y evitar alguna interrupción en una discusión de pareja que ninguno debió ver.
–Lo que oíste, quiero el divorcio lo más pronto posible.
Quise detenerla, decirle que se lo pensara mejor pero entonces se dio la media vuelta dejándome perplejo y presa de mi corazón roto.
–¡Bien! ¡Lo firmaré gustoso y luego me iré a celebrarlo después!
Ni siquiera supe por qué se lo dije. Ya estaba de espaldas, pero sabía perfectamente que me escuchó fuerte y claro, así que optó por caminar más rápido y abandonar todas las instalaciones.
Para colmo y cumbre de todos mis males uno de los globos recién traídos se reventó, causando un ruido explosivo en medio de todo el silencio incómodo que las dos parejas asistentes observaron.
–Pero… ¿Qué ha sido eso? –cuestionó Alonzo Conte, el único que se atrevió a hablar tras varios minutos de lo ocurrido–
–Que dentro de poco voy a ser un hombre divorciado ¿Acaso no es evidente? –chisté de mal humor, sentándome sobre el sofá tras de mi–
–Es evidente, –intervino Emiliana, la esposa de Angelo, mi otro mejor amigo– pero todos pensábamos que se amaban. Tenían sus problemas, es cierto, sin embargo, nunca imaginamos que llegara a este punto.
–Voy a ver Sofía… –dijo Lia, avisándole a su esposo con un suave apretón de manos–
–Te acompaño… –Emiliana corrió tras ella en busca de mi próxima ex esposa, dejándome a solas con mis dos compañeros–
Angelo Fioretti, el menor de los tres, se sentó a mi lado con una evidente cara de preocupación en el rostro. Alonzo se quedó de pie junto a la mesa pegada a la pared, en donde irónicamente descansaba el retrato de mi boda. La misma que se estaba yendo por el tacho en ese momento.
–Sofía siempre fue una chica difícil. –soltó Angelo, rompiendo aquella burbuja de silencio– Pensaba que tras su matrimonio iba a obtener esa felicidad y paz que tanto le faltó durante su niñez, pero ya veo que no se lo está permitiendo.
Me sorprendió que no me culparan a mi o al menos guardara la duda de quien dio el primero paso en falso allí. Angelo la conocía mucho antes que Alonzo y yo, y siempre había tomado el papel de hermano protector con ella. Sin embargo, al parecer era consciente del carácter imposible que por tanto tiempo traté de ablandar.
–¿Todavía la quieres? –consultó Alonzo, mi castaño amigo de pie junto a la pared– ¿O es que algo cambió entre ustedes?
–Claro que la sigo amando. –solté como si fuera lo más sencillo del mundo de responder. Estaba tan seguro de lo que sentía, que ni siquiera el casi asesinato con ese adorno de porcelana me iba a hacer retroceder–
–¿Y ella? ¿Sigue sintiendo lo mismo por ti?
Me encogí de hombros. ¡Sabía Dios si ella me seguía amando!
Las malas lenguas me chismearon que se estaba viendo a escondidas con otro hombre. Claro estaba que yo no permitía que simples rumores me hicieran dudar de mi chica, si se lo había expuesto en medio de discusión se debía a que fui preso de la impulsividad y solo hasta ese momento me arrepentí de ello.
–No lo sé, ni siquiera tengo idea si continúa enamorada de mi o no. En estos últimos días se ha vuelto tan intransigente y poco abierta a la comunicación. –suspiré dejándome caer en el espaldar del sofá– ¿Es así como son los matrimonios en verdad? –miré primero a Angelo y me dirigí a él– Te he visto discutir con Emiliana hasta el punto en el que la tomas en tus brazos y la llevas a tu auto para regresarla a casa, pero nunca la vi pedirte el divorcio o al menos distinguí signos de desamor en ella. –luego miré al Conte– A ti te he visto estar en desacuerdo con Lia muchas veces, sobre todo por su trabajo y por los celos que sientes hacía su jefe, pero nunca los vi en medio del quiebre de su matrimonio. Me doy cuenta de que no todos los matrimonios son iguales, mucho menos las esposas. Pero… ¡Ah! ¡Esto es tan complejo!
–Al menos tienen que darse la oportunidad de hablarlo tranquilamente. Esta noche todo ha sido rabia y gritos, estoy seguro de que cuando se lo tomen con mayor tranquilidad podrán llegar a mejores términos.
Las palabras del Conte me daban una pequeña ilusión. Quizá mi morena podía recapacitar y contarme lo que le sucedía respecto a nuestra relación antes de tomar una decisión tan precipitada como el fin de nuestro matrimonio.
–¿Por lo pronto qué harás?
Cuestionó Angelo, el más callado de los tres.
–Lo mejor será que la deje a solas por hoy, tal vez necesite un momento a solas para pensar y respirar un poco. –tanto como lo necesitaba yo– Será mejor que me vaya a un hotel por esta noche.
–¿Estás loco? No tienes que ir a un hotel, no cuando tienes mi casa disponible. Estoy seguro de que a Lia no le importará, además, a los niños les encanta estar con su tío favorito.
Agradecí sutilmente. Los rizos castaños de Alonzo bailaron de forma tenue cuando agitó su cabeza de lado a lado en símbolo de negación, como si todavía no terminara de creer lo sucedido.
Angelo suspiró abatido y de repente, las dos mujeres que hace momentos desaparecieron en busca de mi esposa, regresaron con las manos vacías y sin su compañía.
–Se ha ido muy rápido. –comentó Lia, sin sorprenderme. Sofía era una persona tan hermética como renuente a mostrar sus emociones negativas– La buscamos por todo el jardín hasta que la vimos alejarse en su auto.
Emiliana fue más lógica y juiciosa. También estaba tan angustiada como la dulce Lia, pero fiel a su personalidad, ya estaba buscando soluciones.
–Tienes que darle algo de tiempo. Deja que se calme y cuando regrese eviten pensar en esta discordia. Si tu la amas y ella a ti sabrán superarlo.
Y no había nadie mejor que ella para hablar sobre cómo superar situaciones realmente duras. Los Conte tampoco se quedaban atrás.
Ambas parejas frente a mí lucharon con garras y uñas para defender su amor en su momento. Venía siendo hora de que hiciera lo mismo por mi morena y no me rindiera.
–Cariño, Fernando se quedará en nuestra casa esta noche. Quiere darle espacio a Sofía.
Comunicó Alonzo a su esposa y esta no hizo más que asentir. La enfermera accedió muy fácil y rápido, como si no se necesitara su permiso para recibirme.
–Bien, pero que no le vuelva a hablar a Steffano sobre los tatuajes. Mucho menos a decirle donde se los hicieron con todo y dirección. –reí por lo bajo, recordando la curiosidad de aquel mocoso por la tinta en mi piel y lo fascinado que quedó tras explicarle sobre el proceso para obtenerlo– Compórtate frente a tus sobrinos Fernando Villa.
Accedí de primera.
Ni siquiera tenía ganas de divertirme ejerciendo mi mala influencia en los niños.
De repente ya nada me parecía tan interesante como tener de vuelta a mi chica.