Existía algo peor que ser humillado frente a tanta gente, y eso era el ser degradado delante de tu hermano pequeño. Riccardo Greco, el menor de la familia, lo miraba desde un lado con cierto grado de preocupación. No le quedaba más que disimular con toda la fuerza de sus entrañas y fingir que los golpes habían sido roces que no le dolían tanto como era de verdad. Romeo, desde luego, era tan buen actor como mal peleador (cosa que descubrió esa misma noche). Tanto, que logró pararse erguido y guardar la compostura tras revolcarse en su propia lastima y debilidad por sus heridas durante un buen rato. Lo único que deseaba era que el mocoso desapareciera escaleras arriba y dejara de quejarse enérgicamente de todos los que lo abuchearon en aquel gimnasio. –¿Todo va bien? –preguntó el men