Fernando
–¿De dónde sacaste la tonta idea de que Sofía te es infiel?
Me preguntó Lia mientras extendía un plato de desayuno en mi dirección. Previamente había servido dos tazones de avena con la misma proporción, uno de ellos fue para su hija de poco más de dos años, Lucia y el otro para su pequeña de nueve meses, Alessia. Mi amigo Alonzo se encargó de la última, con quien parecía tener que recurrir a la magia para que ingiriera ese poco de papilla.
–Me lo dijeron por ahí. –contesté algo avergonzado– Cuando le planteé la posibilidad no me lo negó, al menos hasta que me lanzó ese feo adorno por la cabeza.
–Tonto, esas cosas deben hablarse con calma para apelar a la sinceridad de la pareja. No en medio de una discusión.
Suspiré. Todos sus regaños tenían razón y no me daba pena admitir que me había equivocado.
–No le des más vueltas y habla con ella. –intervino Alonzo, sin siquiera mirarme debido a lo ocupado que se encontraba metiéndole cucharada por cucharada a la boca comida triturada a su hija menor–
–¡Papá yo también! –gritó Lucia, abriendo la boca para que su padre le diera un poco de atención, brindándole un bocadillo al igual que a su hermana menor–
–¡Allá va una cucharada llena de avena para Lucia!
Gritó mi amigo alerta, llevando el alimento hacía ella. Lo que me hizo pensar con claridad.
A mis amigos no podía molestarlos con mis problemas, ellos tenían sus propias familias y asuntos de los cuales encargarse. El único que no tenía hijos o estaba a punto de quedarse sin esposa era yo.
Ya no éramos unos mocosos adolescentes con el único objetivo de buscar entretenimiento y adrenalina, esa etapa ya la habíamos pasado bastante tiempo atrás. Alonzo tenía tres niños junto a Lia y Angelo era padre de dos gracias a Emiliana.
Mi destino probablemente hubiese sido el mismo, con un par de niños pelirrojos o tal vez pelinegros corriendo por los jardines de mi casa. Pero por alguna razón extraña e inexplicable, Sofía no había logrado quedar embarazada pese a nuestros constantes intentos.
A mi me encantaban los niños, me fascinaba ser el tío engreidor e internamente soñaba siempre con tener mis propios hijos para mimarlos tanto como lo hacían mis amigos con los suyos. La mujer que amaba estaba a mi lado, por lo que pensé que muy pronto tendría realizado aquel deseo y ahora estaba lejos de cumplirlo.
–¡Tío!
Gritó Lucía, la más inquieta. Se había parado sobre la silla, extendiendo sus pequeños brazos hacia mí. Los diminutos rizos caían desde su coleta atada con un fino lazo lila, seguramente iba a ser una castaña tan preciosa como su madre cuando creciera.
–¡Lucia! ¡Siéntate o vas a caerte!
Advirtió su progenitora, aunque la atrapé justo a tiempo. Estrechando su diminuto cuerpo en un abrazo.
–Niña traviesa… –susurré causándole un par de risillas– Al parecer tienes mucha energía por las mañanas ¿No es así?
Sus enormes ojos avellana me dieron la respuesta.
–Bien, pasaré un par de minutos más con estas dos bellas chicas para luego ir a casa. Es probable que Sofía se haya despertado y esté lo suficientemente accesible como para hablar acerca de lo que pasó.
–¡Bien dicho! –apoyó Alonzo, dándome los ánimos que necesitaba– Te irá bien, solo mantén la calma y prioriza la comunicación ante todo.
Asentí con mucha más confianza que al despertar.
Casi una hora más tarde salí de la propiedad de los Conte en dirección a la mía. Durante todo el trayecto conduciendo, pensé seriamente en lo que planeaba decir, las temas que iba a tocar en orden y las posibles reacciones de mi impredecible morena.
“Es Sofía, la chica de la que te enamoraste.” me animé a mi mismo un par de veces antes de doblar la esquina que me llevaba a casa.
“Podemos superar cualquier cosa juntos, no hace falta tanto drama o peleas sin sentido”
Convencido de un resultado positivo, llegué hasta el estacionamiento para dejar el auto. Crucé todo el jardín a pie luego de hacerlo, puesto que sabía que por lo general Sofía habituaba practicar yoga a la luz del sol por las mañanas.
Mi sorpresa llegó a lo más alto, cuando pasé por la puerta principal del jardín, en donde un enorme arreglo floral cargado de distintos vinos con etiquetas de todo los colores y años. Mariana, la muchacha de servicio de mayor confianza de mi esposa lo cargaba en dirección al interior, seguramente buscando al receptor de aquel presente.
–¿Siguen llegando más de esas cosas? –pregunté a sus espaldas, sobresaltando a la mujer de mediana edad por mi repentina aparición–
–Señor Villa, buenos días. No sabía que había llegado…
–¿Otro envío de la familia Greco? Mi cumpleaños fue ayer, pensé que ya habían acabado con la tanda de presentes.
Dicha familia se las había arreglado para conocer la fecha de mi cumpleaños, así que el día anterior enviaron todo tipo de vinos, presentes y detalles que solo se le extendían a alguien cercano. Yo estaba lejos de serlo, puesto que la única persona que mantenía comunicación con ellos era mi esposa, la encargada de dar la cara ante ellos en nombre de los Fioretti.
–Eh… Lo siento. –titubeó la mujer bajita frente a mí– Pero este regalo no es para usted.
Mi curiosidad creció más.
–Es para la señora.
Respiré hondo tratando de no ser tan reactivo como lo era Alonzo o en el peor de los casos Angelo, cada vez que se trataba de sus mujeres. Los vi encenderse en celos muchas veces e incluso apuntarle con un arma a algún hombre que sacara a bailar a su chica en el caso del Fioretti, cosa que me rehusaba a repetir.
Yo era distinto. Más juicioso, pensante y por sobre todo con una mayor grado de madurez.
–¿A nombre de la familia Greco? –cuestioné amigable, pese a mis intentos por no ser un celoso sin control–
–Sí. –respiré tranquilo– Bueno, en realidad a nombre del señor Romeo Greco.
“Romeo Greco”
Repitió mi fuero interno ardiendo en llamas.
Nunca tuve contacto alguno con aquel tipo, tampoco nos conocimos de vista o al menos cruzamos un saludo por cortesía, sin embargo, era lo bastante popular como para no saber de él. Yo mismo lo investigué junto a nuestro mayor hombre de seguridad, Nikolay Kozlov, antes de establecer cualquier tipo de vinculo con su familia.
Era un joven estudioso de apenas 26 años recién cumplidos y un futuro prometedor. Aunque no me pareció lo suficientemente inteligente como para atreverse a mandarle flores a mi esposa en la misma casa en donde vivía yo.
–¡Vaya! –sonreí hipócrita– ¡Que bueno! dámelo, yo se lo llevaré a Sofía.
–No hace falta señor, yo puedo hacerlo.
–Dije que me lo des.
Mariana era lo suficientemente mayor como para leer mis emociones. Tenía muchos años trabajando para nosotros y desde luego, nos conocía muy bien, por algo era la jefa del servicio. Además de ser la única a la que se le permitía tutearnos en ciertas ocasiones o sermonearnos de vez en cuando.
–Fernando, no creo que sea lo que…
–Mariana… –gruñí con la misma sonrisa, esforzándome por no quitarla de mi cara–
–Bien…
Me pasó la enorme canasta de regalos.
–¡Ah! ¡Eres imposible!
Chistó la vieja antes de dirigirse a la cocina y dejarme solo. Espacio que me permitió leer la tarjeta que colgaba sobre una de las rosas pegadas al cesto.
“Recuerda que estoy aquí por si necesitas hablar con alguien”
¡Ella no necesitaba hablar con nadie más que conmigo!
Tomé aquel estúpido regalo y caminé en dirección hasta donde acostumbraba a poner una especia de tapete plástico para practicar aquellas poses medio acrobáticas a las que me tenía acostumbrado.
Su rostro no pareció expresar sorpresa o al menos otro gesto. No me miró pese a que supo de mi llegada, tampoco se inmutó por verme con aquel presente en las manos y eso que era bastante visible.
–Buenos días, al parecer tienes un presente que no dudó en llegar mientras estamos en pleno proceso de divorcio.
Mi voz sonó más irónica de lo que yo mismo esperé.
–Sabía que vendrías a primera hora dispuesto a discutir. Es tan típico de ti.
Suspiré ahogado en mis propios sentimientos. Tomé el aliento que necesitaba y me serené para poder entablar una conversación racional con ella, la misma que esperaba salvara nuestro matrimonio.
Coloqué el canasto de vino sobre la mesa cercana antes de terminar a unos pocos pasos de donde practicaba la rutina de ejercicios.
–No he venido a pelear. –de repente me prestó atención, como si no se hubiese esperado aquello– Yo solo quería decirte que lamento lo que pasó ayer. De repente exploté en el peor momento, cuando tú también estabas al borde de todas tus emociones.
–Fernando…
–Escucha Sofía, yo no quiero divorciarme. Dejando de lado tus repentinos ataques de ira o incluso, que me hayas lanzado un objeto de porcelana. –rodé los ojos de manera involuntaria– No estoy dispuesto a dejarte ir, no después de todo lo que pasamos. Eres la única mujer con la que planeé tener una casa, una vida, hijos…
Lo último hizo eco en todo el ambiente, como si nos halláramos dentro un entorno cerrado.
Sus ojos café oscuro se posaron en los míos y de repente pude notar cierta incomodidad en su interior.
–No quiero alejarme de ti. Quiero seguir a tu lado y formar esa familia que ninguno de los dos tuvo en su niñez. Necesito que te quedes a mi lado y continúes siendo mi compañera, amante, amiga…
–Fernando.
Cortó con facilidad toda mi palabrería y sentimientos ensimismados. Tan solo la miré de frente cuando volvió a romperme el corazón.
–Has sido muy bueno conmigo y un buen esposo. Me disculpo por lo que ocurrió ayer, las cosas se me salieron de las manos y perdí el control, sin embargo, ayer solté algo con lo que tuve que lidiar por mucho tiempo. No encontraba la manera de decírtelo sin lastimarte, pero, veo que eso será imposible.
–Sofía… –esta vez fui yo quien quiso detenerla, antelando algo malo–
–Fernando. Quiero el divorcio porque ya no siento lo mismo por ti.
Y eso fue todo.
Se podía luchar contra muchas cosas, menos contra el desamor.