Capítulo 3 "Humilde morada"

1577 Words
Era curioso, ni en un millón de años hubiera podido imaginar que estaría en una camioneta carísima, junto a un hombre poderoso, dirigiéndonos hacia su casa. Dios, era como una telenovela. Incluso tenía un chofer que no desviaba la mirada del camino un solo momento, mientras que yo no podía dejar de mirarlo todo, intentaba memorizar los detalles, el camino que estábamos tomando era uno que no conocía, pero sabía que estábamos entrando en los barrios de clase alta. —Has estado muy callada —comentó Reese, llamando mi atención. Podía sentir su mirada sobre mí, pero yo seguía sintiéndome algo intimidada. —Muchas cosas están pasando por mi cabeza en este momento —dije con sinceridad—. Todavía las estoy procesando. Esta mañana tenía una casa y un negocio, pero ahora… Tendría que comenzar desde cero otra vez, pero eso no me desanimaba, ya había comenzado una vez sin saber nada y había llegado a un punto bueno, ahora al menos sabía qué esperar y tenía algo de dinero ahorrado. Sería más sencillo. Eso quería creer. —¿Tenías un negocio? Sonreí. —Sí, vendo varios tipos de postres, solía venderlos allí, justo donde me encontraste…Todavía existe en internet —me recordé—, solo necesito reubicarlo. —Entiendo —su tono pensativo me hizo volver mi rostro para poder mirarlo. Él miraba sus manos con una mueca, pero al sentir mi atención alzó sus ojos—. Debiste haber trabajado duro todo este tiempo. Asentí sintiendo la presión en mi garganta. —Yo vengo de un pueblo pequeño, para mis padres mi destino era casarme y usar mis dotes culinarias para complacer a mi marido, pero yo nunca pude verlo de esa forma, en mis sueños nunca hubo un marido, siempre vi una tienda con mi nombre y a muchas personas disfrutando de mis creaciones —suspiré—. Sabía que los sueños grandes tenían costos grandes, pero eso no me intimidaba, si podía trabajar por ello, entonces no era del todo imposible. Sus labios se curvaron cuando me dio una sonrisa ladeada. —Me da gusto que pienses de esa manera —dijo—. Porque tienes razón, ningún sueño es imposible, solo hay que trabajar duro y más duro por ellos. Jefry se escapó de mi regazo hacia el suyo, quería tomarlo de vuelta, pero Reese me dijo que estaba bien. Lo dejó acostarse allí y ronronear, podía escucharlo desde aquí. Por supuesto, ¿sabría el gato que estaba en el regazo de un millonario que por alguna razón había decidido que le agradaba? Creía que sí, porque nunca lo había visto tan tranquilo. Quizás yo también debería estar tranquila, las cosas no estaban tan desastrosas como esta mañana. Solo tenía que empezar a trazar mi plan y estaría bien. ***** La casa de Reese era preciosa, en la entrada un portón se abrió automáticamente para que la camioneta ingresara. El jardín delantero estaba muy bien cuidado, el césped era radiante y los aspersores de agua estaban encendidos. La impotente casa no era gigante, pero eso no le restaba elegancia y clase. Tenía un estilo renacentista y estaba pintada de blanco hueso. Cuando bajé del auto tuve que tragar grueso. —Bienvenida a mi humilde morada —canturreó Reese, dejando a mi lado mis dos miserables maletas. Se me ocurrían otros adjetivos más apropiados que solo “humilde”. Reese me guió hacia la entrada, la puerta principal era de madera oscura y cuando la abrió para mí un olor fresco me atravesó. Mis ojos se agrandaron al verlo todo, sentí que estaba en una especie de lugar importante. El aspecto del exterior te invitaba a creer que el interior tendría un diseño antiguo, pero era todo lo contrario, era moderno, limpio y…lujoso. Aunque no estuviera cargado, todos los muebles, alfombras y detalles me hacían sentir fuera de lugar. Yo estaba sudorosa, tenía las manos y el rostro manchado de polvo y lágrimas, mi ropa tenía pelo de gato y traía mi par de tenis más desgastado. Sentía que si tocaba algo dejaría una mancha imborrable. Pero Reese no parecía consciente de ello, porque no le importó dejar a Jefry sobre su suelo implacable. El gato se dobló para poder lamer sus genitales en medio de nosotros. —Te llevaré a la habitación para que podamos dejar tus cosas, luego te mostraré el resto de la casa. Su voz hizo un eco que me incómodo. ¿Se escucharía así todo el tiempo? ¿Por qué sentía que si yo hablaba las paredes temblarían? La voz de Reese era elocuente, pacifica, parecía acostumbrado a sí mismo y al vacío en el ambiente. Subimos unas escaleras rectas que nos llevaron hacia otra sala, pero esta era menos formal, había una mesa de billar, un televisor, muebles y una mesa para jugar ajedrez. Seguimos por un pasillo alfombrado, que nos llevó hasta varias puertas. —Esta es la habitación de invitados —informó Reese abriendo una de las puertas—. Tu nueva habitación. El alivio me embargó cuando no me recibió una habitación extravagante, de hecho, era bastante sencilla, lujosa, pero no lo suficiente para agobiarme. Reese me dejó entrar primero, puso las maletas sobre un escritorio desocupado y empezó a señalarme el baño, el armario, los interruptores de luz que también se activaban con voz. —¿Puedo usar el baño? —pregunté interrumpiéndolo. —Por supuesto, ¿te espero para mostrarte el resto de la casa o quieres descansar un poco? —Espérame, por favor. Quería reír, porque ahora era cuando no podría descansar, ahora era cuando empezaba ese “trabajar duro y más duro” que había dicho él. Estaba agotada, pero no podía dejar que eso me venciera. Me encerré en el baño y casi chillé cuando vi mi reflejo en el gran espejo, tan iluminado que parecía tener el fin de mostrarme mi insignificancia. Había una bañera, una ducha y… ¿dos retretes? Tenía la impresión de que uno de ellos tenía otra función, pero no indagaría en ello. Quise abrir el grifo, pero no encontré las manillas. Arrugué mi entrecejo. —¿Reese? —llamé. —¿Sí? —contestó de inmediato. —¿Cómo uso el lavabo? —Tiene un sensor de movimiento, solo pon tus manos bajo la llave. Hice lo que me explicó y un segundo después el agua cayó. Formé una “o” con mis labios y mascullé un "gracias" hacia afuera que fue respondido con un “no hay problema”. Froté mis manos con el jabón que olía a lavandas y luego me dediqué a mi rostro. Tenía los ojos enrojecidos y algo hinchados, estaba pálida y mi cabello rubio despeinado. Miré hacia mis ojos café, exigiéndome fortaleza. Recogí mi cabello, sequé lo mojado y con una respiración profunda salí. Reese estaba sentado en la cama, pero cuando me vio salir se puso de pie. Sonreí cohibida. —¿Segura que no quieres descansar? —preguntó. —No, me gustaría seguir viendo el resto de tu mansión, nunca he estado en una. Mi comentario lo hizo reír. —¿Me creerías si te dijera que esto no es una mansión? —Parece un palacio —argumenté. Abrió su boca, como si quisiera objetar, pero al final se rindió. —De acuerdo, discutiremos esto más tarde. Rodé mis ojos y lo seguí. Me señaló la puerta de su habitación, una oficina, un pequeño estudio que también era una biblioteca. Nos encontramos a Jefry en uno de los muebles del recibidor, estaba durmiendo. Miré a Reese esperando que quisiera bajarlo de allí, pero solo se acercó para acariciarlo antes de seguir haciéndome un tour por su casa. En el piso de abajo habían algunos armarios, el comedor y al fondo la cocina. Ese fue el último lugar que me mostró. No tenía palabras. —¿Te encuentras bien? —se asustó al ver las lágrimas correr por mi rostro. Era lo más hermoso que había visto alguna vez, tan hermoso que me provocó genuinas lágrimas de admiración. Esta era mi cocina soñada, espaciosa, limpia, donde un desastre como yo podría desatarse. —Toda tu casa es preciosa, Reese —jadeé—. Pero esto…esto es perfecto, ¡eres tan afortunado! Deslicé mis manos por el mesón de la isla, era de mármol, tan reluciente que quise besarlo. —Puedes usarla cuando quieras —ofreció. Lo miré con ilusión. —¿En serio? Sonrió abiertamente. —Por supuesto, Estela —caminó hacia uno de los bancos y se sentó—. Además, creo que tendrás que usarla pronto, porque me gustaría hacerte un pedido —arrugué mi rostro con confusión—. Quiero que me hagas una tanda de tus mejores dulces. Me enderecé. —¿Hablas en serio? —Sí, estoy interesado en probar esas creaciones tuya, no tiene que ser hoy —se apresuró a añadir. —¿Y si quiero hacerlo hoy? —consulté. Él vaciló. —Bueno… —No estoy cansada —mentí. La idea de cocinar aquí hacía que mi espíritu se elevara hasta las nubes—. Déjame hacerlo y correrá por mi cuenta, para agradecerte. Esa idea no le gustó. —Eso no es necesario… —Por favor —interrumpí, vi la duda en sus ojos. Pero entonces me miró con decisión. —Bien —accedió, provocándome una sonrisa—. Solo si puedo ayudarte. 
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD