Capítulo 2 "Su propuesta"

2324 Words
Ni siquiera tenía cajas, tuve que salir y pedirle las cajas que les sobraban a todos los que ya había recogido sus cosas. Era patética. Ni siquiera tenía tiempo para tener cuidado y guardar todo en orden. Mi mayor impedimento era que no quería, no quería irme, no quería tener que llamar a alguien de mi familia y decirle que había estado trabajando tan duro que no me enteré que mi edifico había sido vendido. Dios, ¿Cómo se suponía que iba a trabajar ahora? No tenía casa, no tenía negocio, no tenía nada. Cuando me mudé a la cuidad nunca me había dejado amargar por las adversidades, las recibí todas con las mejores ganas de seguir adelante y poder progresar. Mis padres me habían advertido que no sería sencillo, dijeron que la vida en la ciudad era costosa y que mis sueños tenían que reducirse a mis límites. Ellos solo habían tenido miedo, habían vivido toda su vida en un pueblo tan pequeño que yo sentí que no cabía allí. Fui testaruda y me mudé, desesperada por crear distancia entre mis hermanos y yo. Mis hermanos siempre fueron…agresivos conmigo. Por lo que cuando llegué aquí fue espectacular, pude ser yo misma y nadie me obligó a disminuir mis sueños. Pero ahora me encontraba cayendo en un abismo. ¿Saldría viva de todo esto? No quedaba otra más que averiguarlo. Guardé mi ropa en las maletas pequeñas que había traído conmigo desde la casa de mis padres. Recogí las cosas que consideraba más importantes para no olvidarlas y cuando se hicieron las seis, todavía faltaba mucho por recoger. Yo no tenía casi nada, pero todo me estaba tomando tanto tiempo. —¿Todavía no has terminado, Estela? Jonathan entró mirando el lugar con lastima, debía verme miserable. —Lo lamento, necesito más tiempo —tropecé las palabras. —Ya hemos terminado abajo, puedes ir a revisar, toma un poco de aire y vuelve aquí, ¿bien? —sugirió en voz baja—. El nuevo dueño iba a venir a echar un vistazo y será mejor que no te encuentre todavía aquí. Asentí derrotaba. Cuando salí sentí que mi mundo había cambiado rotundamente, los muchachos del callejón ya no estaban, habían retirado los contenedores de basura y las cajas de lo que había en mi pequeña tienda estaban en la calle. Me dolió ver mi pequeño rincón vacío. Sabía que estaba llorando y que debía tranquilizarme, si me alteraba no iba a poder hacer esto. Miré mis cajas y me deslicé al suelo, estaba aturdida, mis oídos pitaban y el aire me hacía falta. —Señorita, ¿se encuentra bien? Aquella voz melodiosa había sido tan educada y elegante que al principio pensé que la estaba imaginando. —¿Señorita? —insistió y una sombra se posó a mi lado. Giré mi rostro asustada y me encontré una mirada de ojos turquesa estudiándome. Ante mí había un hombre de rostro hermoso, tenía la mandíbula marcada y cubierta por una no muy espesa barba que enmarcaban unos labios carnosos. Sobre su nariz había una cantidad considerable de pecas y hacía arriba, sus impresionantes ojos. —¿Por qué estás llorando? —preguntó, con un tono ineludible. —Me quedé en la calle —dije—. Toda mi vida está en esas cajas. El hombre asintió con lentitud. —¿Vives en este edificio? —Vivía —corregí. Su cabello era n***o y lo llevaba peinado hacia atrás. —Puedo ver que estás en problema, me gustaría ayudarte, ¿Por qué no comenzamos levantándote del suelo? —ofreció con suavidad. Se puso de pie primero y me extendió su mano esperando a que yo la tomara. Mi cuerpo se movió por inercia. Su mano se tragó la mía cuando la tomé, no tuve que poner casi nada de esfuerzo, toda su fuerza tiró de mí hacia arriba. No dándome más opciones que ponerme de pie. Tragué saliva dándome cuenta de su altura, destilaba poder y clase. Tenía que levantar mi rostro para poder mirar el suyo. —Gracias —musité. Por un momento mi mano se quedó en la suya, demasiado tiempo como para que ambos no nos diéramos cuenta y termináramos alejándonos del contacto. —Entonces —dijo, carraspeando—, ¿Qué fue lo que pasó? ¿No te avisaron antes para que pudieras buscar otro lugar? Estaba avergonzada por mi situación, pero quería desahogarme y él estaba siendo tan gentil que no pude evitar contarle todo. Me estaba escuchando realmente y eso me gustó, miraba atentamente y hacía expresiones negativas cada vez que le decía mis excusas sobre por qué no pude ver las cartas de mi casero. —Soy una tonta, lo sé —lamenté—. Es mi culpa. —No creo que seas tonta, tal vez un poco descuidada, pero no tonta —decretó, dirigiéndome una sonrisa encantadora. Suspiré. —Debo terminar de recoger mis cosas antes de que llegué el nuevo dueño, no quiero que despotrique contra mí por no desalojar su propiedad. Mi comentario por alguna razón lo hace agrandar su sonrisa. —Creo que fui educado lo suficientemente bien como para no despotricar contra una señorita. Sus palabras no me golpearon sino momentos después, cuando Jonathan palideció al verme junto a este hombre. —¡Señor Becker! —se atragantó Jonathan—. Lamento tanto no tener vacío el edificio, pero la señorita se dará prisa, ¿no es así, Estela? Abrí mi boca, pero no surgió nada, debía parecer un pez boqueando por aire. —Así que te llamas Estela —sopesó el hombre llamando mi atención, Jonathan se quedó callado—. Yo soy Reese Becker y si me lo permites me gustaría ayudarte. Extendió su mano una vez más, tuve que prepararme antes de tocarlo, su piel estaba caliente contra mi piel fría y sucia, aunque a él no pareció importarle. Sostuvo mi mano como si fuera un objeto de cristal. —Estela Anderson —me sonrojé. Huí de su mirada turquesa, sintiéndome intimidada. Había estado quejándome con el nuevo dueño de toda la cuadra, por dios. —¿Me mostrarías el lugar donde habías estado viviendo? —Claro, eh…podemos subir —miré de reojo a Jonathan, quien de inmediato lideró el camino. Reese Becker caminó detrás de mí, haciéndome sentir pequeña y observada. Todos subimos silenciosos por las escaleras de hierro en el callejón y nos adentramos a mi departamento. Aunque técnicamente ya no era mío. Era de él. Vacilé al ver el desorden y sentí mis orejas calentarse. —Todavía te falta empacar algunas cosas —obvió—. Pero no es nada que pueda tomar más de una hora —aseguró—. Jonathan, ¿podrías vigilar las cajas de la señorita que están en la calle? Un camión va a venir por ella. —Yo no he llamado a ningún camión —avisé confundida. Reese me miró. —Yo lo haré, no te preocupes —le restó importancia, como si no fuera la gran cosa—. Te ayudaré a organizar estas cajas. Busqué a Jonathan con la mirada, pero él ya se había ido balbuceando su aceptación. Reese caminaba por el departamento viendo las cajas abiertas y sus contenidos depositados sin cuidado. Movió sus manos hacia los botones de y los desabrochó con agilidad, estaba quitándose el saco y mi corazón se aceleró. Él era el hombre más guapo que había visto en mi vida y quería ayudarme. —No lo pongas allí —ataje su saco antes de que lo dejara caer en el sofá—. Los pelos de Jefry están por todas partes. Lo coloqué en la perchero de la puerta, allí solían estar los míos. —¿Quién y qué es Jefry? —cuestionó con curiosidad. Iba a decirle, pero al escuchar ruiditos en mi cuarto preferí mostrarle. Abrí la puerta de la habitación y la dejé abierta para que Reese pudiera mirar hacia adentro. —Ese es Jefry —señalé al gato sobre el colchón desnudo—. Viene de vez en cuando por comida. —¿Quién es su dueña? —Mi vecina —me encogí de hombros. Reese arrugó su rostro. —Pero…en los edificios de al lado ya no queda nadie —murmuró—, ¿quiere decir eso que lo dejaron? —Yo…—dudé—. Supongo que sí. No creo que su dueña lo extrañe mucho, Jefry pasaba la mayor parte del tiempo aquí. —Entonces tienes que llevarlo contigo —resolvió. Bufé. —Ni siquiera sé a dónde voy a ir —le recordé. Reese no dijo nada, solo me imitó y comenzó a guardar las cosas que quedaban por fuera. Vasos, platos, adornos, pinturas. Todo lo que faltaba por guardar lo metí en cajas que Reese organizó y marcó aunque le insistí que no sería necesario. —¿Cuánto tiempos llevas viviendo aquí? —preguntó cuándo terminamos. —Tres años —me di cuenta. Había pasado tanto desde entonces. Me quedé callada observando el lugar listo para ser desalojado, mi primer hogar, algo por lo que había trabajado duro. —Llegó el caminó —avisó Reese, con voz cautelosa, como si se diera cuenta de que estaba a punto de echarme a llorar otra vez. Seguía sin tener la menor idea de que hacer, podía llamar a Leslie y preguntarle donde había guardado ella las cosas de su peluquería, aunque a lo mejor ella si había desalojado a tiempo. Tenía varias semanas que no la veía, eso tendría sentido. Diablos, tenía que sacudirme esta nube miserable y comenzar a mirar mis opciones. Saqué mi celular y comencé a revisar mi lista de contactos cuando Reese les pidió a unos hombres que comenzaran a guardar las cajas. —Estela —levanté la mirada hacia él—, sé que dijiste que no tienes a donde ir… —Llamaré a alguien —aseguré, él ya había hecho mucho y no tenía por qué—. Veré quien puede darme alojo mientras vuelvo a conseguir algo para mí. Su garganta se movió cuando tragó saliva. —Quiero proponerte algo —se enderezó y su rostro se volvió serio—. Puedo darte hospedaje por unos días, tú podrás organizarte con calma y no tendrás que preocuparte por tus cajas, estarán guardadas en uno de mis almacenes. Esperé varios segundos, esperando que dijera que estaba bromeando, pero cuando no fue así, negué sorprendida. —Reese —dije atónita—, ya has hecho suficiente por mí, me ayudaste cuando no era tu responsabilidad. Gracias, pero no puedo aceptar eso. —Difiero contigo —expuso—. Puedes aceptarlo y dejarme ayudarte. —¿Por qué? —cuestioné con incredulidad. Fue su turno de dudar, sus ojos barrieron todo el lugar antes de volver a enfrentarme. —Porque tengo las posibilidades y quiero hacerlo, no soy un desalmado —espetó—. Estás en problemas y no hay nadie más ofreciéndote ayuda, acéptame. —Acabo de conocerte —alegué. —Yo también acabo de conocerte —recordó—, y te estoy ofreciendo mi casa. Tenía que estar demente, no podía estar hablando en serio. Achiqué mis ojos. —Por dios, no sabes si soy una asesina serial —dije con desaprobación. Él soltó una carcajada que me hizo vibrar el cuerpo entero. —Tengo la certeza de que eres una desordenada serial, pero eso no me da miedo —sus ojos me buscaron—. Puedes quedarte una sola noche si es lo que quieres, pero no me dejes con la inquietud de haberte dejado en la calle. —No me dejaste en la calle. —Así se siente —confesó—. Por favor, solo… —Está bien —acepté de golpe. El corazón me palpitaba en los oídos, pero no era miedo. Reese pestañeó, tenía pestañas gruesas y bonitas. —¿Sí? —inquirió. Me encogí de hombros. —Sí, ¿si el millonario quiere ayudarme por qué no iba a dejarlo? Rió. —Por supuesto, eres ocurrente, Estela. De todas formas, no creía que fuera tan malo, tampoco iba a quedarme toda la vida, no esperaba que él me soportara por más de dos día, planeaba quedarme solo una noche, mientras rogaba ayuda a alguien más. Cuando todas las cajas estuvieron fuera Jefry se paseó por el recibidor, iba hacia el lugar donde yo le dejaba la comida, pero cuando no encontró nada comenzó a maullar. Vi a Reese acercársele, él ya se había colocado su saco y no le importó sujetar al gato contra su pecho, acarició su cabeza y las cicatrices que tenía por las peleas callejeras. —No iras a dejarlo aquí, ¿verdad? —preguntó. Sonreí. —¿Le estás ofreciendo hospedaje también? —enarqué mi ceja. Me dirigió una mirada en la que lo dijo todo. Cuando terminaron de cargar el camión Reese les dio la dirección de uno de sus almacenes y se fueron, él tomó mis maletas y las llevó hacia un auto que lucía costoso, yo no conocía de autos, pero me apeteció silbar ante tal belleza. Aprovechando su distancia me acerqué a Jonathan, quien seguía tan atónito como yo por el rumbo que había dado la situación. —Si no vuelves a saber de mí, dile a la policía que ese hombre me raptó, ¿bien? Jonathan incapaz de articular palabra solo asintió. Yo estaba bromeando claro, todavía me quedaba un poco de sentido del humor en esta situación miserable. Caminé hacia el auto de Reese con Jefry en mis brazos, me pregunté cómo se sentiría el pequeño animal. Como yo, seguramente. Alguien lo había abandonado y ahora Reese lo había proclamado mío, no tenía problema, era el único que debía compartir mis emociones, pues ambos estábamos dejando el lugar que había sido nuestro hogar por mucho tiempo. Y ahora alguien nuevo nos estaba tendiendo la mano. 
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD