CAPÍTULO OCHO Con las manos temblando, el Padre McMullen se arrodilló ante el altar, mientras apretaba el rosario, rezaba para ver las cosas con mayor claridad. Y también, tenía que admitirlo, oraba para que lo protegieran. En su mente todavía centelleaban imágenes de esa chica, Scarlet, que su madre había llevado varios días antes, y de ese momento cuando, incluso en ese lugar santo, se rompieron todas las ventanas. El padre levantó la vista y miró a su alrededor, como si se preguntara si había sucedido realmente, y sintió un agujero en el estómago cuando, como un recordatorio, las ventanas ahora estaban tapiadas con madera contrachapada. Por favor, Padre. Protégenos. Protégela. Sálvanos de ella. Y sálvala de sí misma. Te pido una señal. El Padre McMullen no sabía qué hacer. Era un sa