Explicar ¿Cómo es o qué se siente ser una mujer como yo? Es difícil.
Eso de describirse uno mismo no es tarea fácil. Y mira que he presentado muchas pruebas de interpretación, pero nunca de mí misma.
Soy Fiorella Quintana, una mujer que con 25 años de edad, no he tenido mi primer novio, soy tranquila, diría que hogareña, soñadora, estudiosa, la come libros de la familia. Al nunca haber tenido pareja me mantengo del otro lado de la calle donde transitan los que parecen no ser de esta época donde la sociedad va de manera acelerada. Aún soy Virgen. Una especie en extinción.
Cierto, como toda mujer, sueño con conocer a ese hombre casi perfecto, aunque sé que la perfección no existe, soñar no cuesta nada, ese que habrá de acompañarme a cumplir todos mis sueños. Pero no materiales. Eso no me deslumbra. Siempre he querido conocer esa parte de la felicidad que llaman amor. Sueño con enamorarme y ser correspondida. Vivir eso tan bonito que pintan en las novelas que he visto en la tele o leo en las novelitas de Corín Tellado, Bianca y Jazmín.
Por la experiencia de mis amigos y familiares, el amor no parece ser tan bonito como lo dibujan, pero ¿Por qué no experimentar?, ¿Por qué no arriesgarme? Tal vez a mí me vaya mejor que a ellos.
O tal vez no –ahí va el gusanillo de la duda apoderándose de mí. Me roba toda fuerza de voluntad de ser optimista-, tal vez para mí está negado experimentar esa etapa de la vida. No podemos tener todo lo que queremos. Mejor conformarme con el amor que día a día me profesan mi adorada madre y mi idolatrada hermana, ellas nunca han dejado de expresar que soy lo más importante para ellas.
Ese es mí día a día. Una guerra interna entre mi subconsciente y el consciente. Entre mi mente y mi corazón.
Físicamente no soy bonita. De hecho estoy muy lejos de ser el prototipo de mujer ideal de los hombres de hoy en día, y creo que de los hombres a lo largo de la historia de la humanidad. Pero, a veces el corazón me traiciona y me veo anhelando correr el riesgo de descubrir si para mí está reservado un personaje en alguna de esas historias color rosa.
Demasiada cursilería ¿no? Sí. Como ya se los había dicho, soy soñadora, lo confirmo. Demasiado diría yo.
Contrario a lo que refleja mi yo interno, quienes me conocen, pensaran que soy incapaz de demostrar un gesto de cariño, una expresión de amor, porque siempre me he mostrado como una mujer de carácter recio, y mirada fuerte, casi no sonrío. Esa cualidad no vino conmigo al nacer. A medida que fueron pasando los años fui adoptándola como modo de vida.
Muchos dicen que por mi carácter estudie leyes. Sí, me gradué de abogado en una de las mejores Universidades del país. La gran mayoría dice que solo una mujer con mi carácter puede estudiar una carreara tan fuerte y exigente.
¡Aja!, con relación a ello entre los conocidos de la familia he escuchado expresiones tales como: “con razón ese carácter”, o “No se podía esperar menos con ese carácter y pequeña”.
¿Qué soy pequeña? Sí. Soy de talla baja, tengo la estatura de un niño de cinco o seis años de edad aproximadamente. Nací con una condición denominada Acondroplasia.
Te preguntarás ¿Acondro qué? Bueno, ese es el término que la medicina le da al trastorno del crecimiento de los huesos que ocasiona el tipo más común de enanismo.
En mi familia soy la única con esta condición. No existen antecedentes familiares. Los médicos que me atendían desde mi nacimiento hasta los 13 años -edad a partir de la cual decidí no someterme a más tratamientos experimentales- nos informaron que mi caso fue un trastorno genético, un accidente cromosómico. Muchos pensarán: pobre de mí.
Pese a padecer esta condición, fui criada como una persona de los que se consideran “normales”. Respecto de eso, repito: pienso que en realidad no hay nadie normal en el mundo, mucho menos perfecto. Todos tenemos algún defecto, unos visibles y otros no. El hecho es que hice una vida como cualquier otra persona. En la infancia siempre me integré con niños que eran contemporáneos conmigo, pero de estatura promedio (“normal”), nunca coincidí con alguno con mi condición, asistí a colegios donde mis compañeros siempre me sobrepasaban en altura, esto no fue algo que me intimidara; al contrario, siempre terminaba reunida con los más altos y desordenados de la clase. Era buena estudiante, no de las nerds pero sacaba buenas calificaciones. Tenía la aceptación de mis profesores y, a veces, una que otra queja por ser participe en alguno de los desórdenes de clase, Jejeje. Sí, fui algo tremenda.
De niña solía ser muy alegre, participaba en todos los bailes y juegos que organizaban en el colegio, Ya de adolescente iba a fiestas con mis compañeros de clase. Procuraba integrarme.
Sin embargo, a medida que iba creciendo en edad, porque de estatura no notaba mucha diferencia, poco a poco me fui convirtiendo en una chica triste, pero me adaptaba al momento que me tocaba vivir según el lugar y con quienes estuviera, bromeaba, sonreía y hasta servía de consejera sentimental de mis amigos.
Imagínense, yo que nunca había tenido novio ni siquiera un pinche pretendiente, daba consejos a mis amigos cuando estaban todos enguayabados o les gustaba alguien y no se atrevían a dar el primer paso por temor a ser rechazados. Ahí estaba yo para incentivarlos, les daba ánimos. Lo peor de todo era que me hacían caso.
Volviendo a mi tristeza, al transcurrir los años poco a poco se fue convirtiendo en parte de mí pues eventualmente escuchaba comentarios despectivos y hasta hirientes de otras personas en la calle e incluso entre los compañeros de la secundaria y en la universidad acerca de mi estatura.
Por esa razón poco a poco fui creando una barrera invisible que le impedía a cualquier desconocido y hasta algunos conocidos acercarse a mí sino hasta cierto punto. Supongo que por ello ningún chico se atrevió a intentar pasar más allá de una amistad, y si llegaron a hacer algún gesto que demostrara interés hacía mí, ni cuenta me di. Todo por cuanto me fui convirtiendo en una mujer insegura y por ello algo despistada para percibir las señas de las que mis amigas me hablaban cuando el chico al que le gustabas te hacía para dártelo a entender. Llegue a creerme los comentarios de las malas personas y llegue a ver como algo imposible que un chico se pudiera interesar en mí con buenas intenciones, más si había tantas chicas altas y bonitas antes que yo.
Por esa razón llegue a la edad adulta sin conocer la experiencia del primer amor. Lo vivía a través de mis amigas cada vez que me contaban sus experiencias y la felicidad que irradiaban en ciertas ocasiones, y cuando no, también vivía sus desdichas a causa de los sufrimientos que en muchos casos amar ocasiona, yo terminaba siendo su paño de lágrimas.
Nací en una familia de escasos recursos económicos. Afortunadamente teníamos para comer y comprar vestimenta una o dos veces al año y solo lo estrictamente necesario. Crecí junto a mi hermana y mi mamá, quien con todo el esfuerzo del mundo logró hacer de nosotras mujeres profesionales.
Nunca convivimos con nuestro padre. Sí lo veíamos de vez en cuando, pero de su parte no había el compromiso propio de un padre para con su hijo. Eso no nos me afectó, pues pudimos salir adelante.
Bueno el caso es que por provenir de una familia tan humilde mi madre nunca pudo contar con los recursos económicos necesarios para hacerme evaluar con un especialista que determinara el tipo de enanismo que padezco. Entiendo que el mío no es común, pues solo soy de baja estatura. Mi apariencia física no luce como la que caracteriza a una persona de talla baja, tales como cabeza prominente, dedos gorditos y recortados, las piernas arqueadas y más cortas que los brazos, el tronco de tamaño promedio, y en fin, las características propias de una persona con acondroplasia.
Soy pequeña pero a excepción de algunas mujeres de estatura promedio fui privilegiada por los Dioses, pues soy portadora de un trasero envidiable y senos prominentes para mí baja estatura. Dicen algunas chicas por ahí: “mi fuerte”, pero a mí eso no me va ni me viene.
A pesar de ser de baja estatura, no tengo problemas para desenvolverme en la calle. Como dice una tía: cuando voy por la calle camino como si el mundo fuera mío. Aprendí a ignorar las miradas curiosas y los comentarios despectivos y sin sentido. Tengo un lema que he asumido como una oración diaria antes de salir de casa: "Voy a lo que voy y el mundo que se pierda en estupideces".
Obviamente estoy acostumbrada a las miradas extrañas de las persona. Por mi estatura, y lo prominente de mi trasero y busto llamo mucho la atención, y más por la forma que visto. Creerán que visto vulgar.
¡Jamás!
Como dice una amiga, visto como una muñequita, formal y combinada, cuido que nada desentone. Dado que fui privada de unos centímetros de estura, je je je, procuro cuidar muy bien de mi apariencia. Todo ello sin caer en el ridículo. Primero muerta que desarreglada y menos permitir que algo no esté acorde en mi vestimenta. Para lo sería que soy hay algo que no encaja en mi personalidad, uso labiales de colores llamativos: rojos o vino.
El paso de los años me ha ayudado a fortalecer mi mente y tratar de entender y hasta justificar las actitudes de las personas que hacen comentarios tan hirientes de las personas de mi condición aun en estos tiempos tan avanzados. Si las personas supieran el daño que hacen al hacer cualquier comentario sin medir el daño.
A pesar de mi lucha interna por protegerme, hay días en que esa fortaleza me abandona y caigo en estados de tristeza destructiva que hace que esos comentarios influyan de manera negativa en la forma en que me percibo y mis capacidades. Por esa razón mi carácter se ha ido endureciendo aún más, prefiero mantenerme enfocada en mi profesión y alejar toda posibilidad de resultar herida, eso del amor no se hizo para mí.
Como no podemos controlar todo en la vida, ni siquiera nuestro destino, inclusive lo que te va a pasar al minuto siguiente, el día menos esperado la vida me puso de cara con esa historia de amor que tanto soñé y creí imposible vivir.
A siete meses de haber obtenido mi título en leyes, se presenta mi primera entrevista para optar a un empleo como abogada en el departamento legal del Ayuntamiento Municipal de la localidad donde vivo.
Recuerdo era un lunes del mes de julio, asistí a la entrevista echa un manojo de nervios, sin imaginar que a partir de allí cambiaria mi vida no sólo a nivel profesional sino que me sumergiría en las tibias y a veces turbulentas aguas del amor.
La emoción y el miedo de cometer un error en la entrevista me mantuvieron distraída desde que salí de casa e ingrese al edificio donde se llevaría a cabo mi evaluación para ingresar al cargo.
Sabía que por todos los pasillos por los que caminé me observaban curiosos y sorprendidos por mi estatura, pero como siempre y gracias los nervios, no le di importancia al asunto.
Pase frente a una oficina donde habían parados unos chicos.
- Buenos días –saludo por educación sin verles-.
- Buenos días señorita – respondieron al unísono-.
Continué mi paso sin ver atrás. Desde mi posición estaba intentado leer las placas que están en la parte superior de las puertas de las oficinas en ese pasillo, con el fin de ubicar la que me interesa, cuando un chico se acercó y me dijo:
- ¿Puedo ayudarla en algo bella dama? –escucho una voz varonil pero segura-.
Al voltearme a responder a la persona dueña de esa voz, me encuentro a un chico que, si no estoy errada, mide aproximadamente 1.70 cm de estatura, cabello n***o corto, moreno, cejas pobladas y encontradas, de complexión atlética, vestido de manera semi formal, camisa blanca manga largas, pullower marrón, pantalón color beige y zapatos perfectamente lustrados también de color marrón. De él emana un aroma exquisito y embriagante.
- Sí por favor, estoy buscando el departamento legal –contesto con nerviosismo-.
- Venga mi bella dama, la acompaño, esa queda aquí mismo –dice él sonriendo con actitud un tanto pícara-.
Atendí a la indicación que me dio el chico quien muy gentilmente señaló la oficina que estaba buscando, sentí una especie de corriente eléctrica cuando por un momento él me toco el hombro, más sin embargo, no le di importancia, vi que él tocó la puerta por mí. Apenas esta fue abierta entre como disparada pero a tiempo para escuchar que me decía:
- Encantado de conocerla. Que tenga una linda mañana –dice con una sonrisa pícara-.
- Agradecida por la ayuda, igualmente para usted –solo eso respondí y a partir de ese momento lo olvidé, me concentré en la guerra interna que la experiencia de la entrevista me había generado.
Entré a la oficina, ni cuenta me di que el chico se quedó en la puerta. Seguí hasta la recepción donde se encontraba una mujer de cabello castaño claro muy bien arreglado, perfectamente maquillada, uñas pintadas de un rojo intenso, de edad madura, hablando por teléfono, me indicó tomara asiento y esperé hasta que esta terminara con su llamada.
El tiempo que duro la llamada detallé el espacio a mi alrededor o bueno casi todo. Pude observar que todo estaba algo descuidado, aunque limpio, sin embargo, por la emoción del primer empleo en mi profesión lo considere insignificante. A lo que si le di importancia fue a la altura de las sillas, los escritorios y mi dificultad para poder subir y bajar de ellas y realizar el trabajo con comodidad. Algo tan básico para una persona de estatura promedio, para mí en ese momento se convirtió en una de mis mayores preocupaciones.
Qué cosas las mías, no me habían dado el empleo aun y ya tenía una guerra interna con algo tan básico.
Estaba nerviosa pero confiaba que obtendría el empleo.
Tan sumergida estaba en la conversación que mantenía como mi yo interno que no escuche el primer llamado de la secretaria para saber qué se me ofrecía, por lo que esta tuvo que alzar la voz y nuevamente preguntar:
- ¿En qué puedo ayudarle? –hablo la señora de manera educada-
- Disculpe, vengo a una entrevista con la Doctora Mondragón –respondí con vacilación pues de los nervios ya casi había olvidado el apellido de la jefa del departamento legal-.
- ¿Usted es la Doctora Fiorella Quintana? –el corazón se me aceleró cuando la señora me llamó doctora. ¡Dios mío! Así le llaman a los abogados en mi país y es sinónimo de respeto-.
- Sí, soy yo –respondí en tono bajo-.
- Ya la anunció Doctora Quintana. Tome asiento –dicho esto desaparece por la puerta de lo que supongo es una oficina que está al frente de su escritorio-.
Allí me mantuve alrededor de diez minutos. Hasta que me anunciaron que ingresara a la oficina donde se llevó a cabo la entrevista. La Doctora Mondragón me hizo un sin fin de peguntas. Me sentí como si volviera a la universidad a presentar uno de esos exámenes orales que me ponían a sufrir y a dudar de mis capacidades para esta profesión. Bueno en realidad aun dudo de mi en todos los aspectos.
Se que es algo que debo tratar con un profesional. No es normal que una persona por años haya vivido con una carga emocional tan grande y no haberse desahogado ni siquiera con alguna amiga o un familiar.
Me da temor que las personas se enteren de lo que siento. No quiero que me juzguen o peor aun se burlen de mis pensamientos y sentimientos internos, tampoco quiero preocupar a mi mamá y a mi hermana con mis cosas. Ellas tienen más preocupaciones en la vida.
Siempre termino reponiéndome de mis tristezas, Ya pasará.
Volviendo a mi presente, pasada una hora de pregunta tras pregunta, llene un formulario titulado oferta de servicio. Es horrible llenar tantos recuadros para que luego te digan que no te van a dar el empleo. Sería el acabose.
Al final de la entrevista, para mi sorpresa y dándole un espaldarazo al pesimismo que normalmente me acompaña, la Doctora Mondragón me informó que sí estaba de acuerdo con las condiciones del empleo, el monto de los ingresos, demás beneficios, el horario y que debía trabajar bajo presión extrema, me informó que el empleo era mío.
Apenas me dio esta noticia mis oídos se ensordecieron, parecía no escuchar nada más. La emoción era tal que respondí el resto de las preguntas en forma automática y salí de allí en una burbuja de felicidad.
Mi primer empleo formal. Celebro mentalmente, un logro más en mi vida.
Pese a mi inexperiencia en el área, por mis calificaciones y por haber realizado una pasantía en uno de los institutos de la Universidad donde aprendí técnicas de investigación y elaboración de algunos informes, la Doctora Mondragón confiaba que en poco tiempo pueda darles respuestas positivas.
Tanta era mi felicidad que de la emoción ya ni recordaba al chico apuesto. Me fui a casa pensando en que ya no sería dependiente de mi mamá y hermana. La vida tiene sus contrariedades pero siempre recompensa al que sabe esperar.
Que no es mi caso, pues no esperaba que sucediera este milagro hoy en mi vida.