—¿En qué tanto piensas? —su aliento golpea contra mi cabello, y muevo mi mejilla sobre la piel de su pecho para sentir su suavidad.
—En lo que hemos pasado hasta ahora… Este último mes pasó con prisa —me remuevo para poder observar su alargado y terso rostro, que se ilumina con una frescura preciosa y jovial.
—Pues, tienes razón —Alessander se acomoda apoyándose en su codo, y posando sus labios en mi frente con un tierno y suave toque, y cierro mis ojos disfrutando esa caricia—. Aunque espero que pienses en lo bueno, hay varias cosas por el que alegrarnos —con la punta de su nariz va trazando un camino sobre la mía, hasta llegar a escasos milímetros de mis labios—. Para mí, eres lo mejor que me pasó en años —sonríe sobre mi boca sin llegar a tocarla, y le sigo el juego, a la espera de lo que va a hacer.
—¿Sólo en años? —susurro con tono travieso, conteniendo una sonrisa y las ganas de lanzarme encima de él.
—Y espero que por el resto de mi vida —el delicado recorrido de sus carnosos labios se detiene en mi clavícula, y con su brazo libre rodea mi cintura, apretándome hacia él. En un rápido y ágil movimiento se endereza recostándose contra la cabecera de mi cama, y me sienta sobre su abdomen bajo.
—Buenos días —rio enroscando mis dedos en su cabello, y escondiendo mi nariz dentro de su cuello, en donde tiene cosquillas.
—Oye, no juegues con la comida —se queja, haciéndome cosquillas en los costados.
Y así comenzamos una batalla entre risas, como dos niños jugando desde los primeros momentos del día, ajenos al mundo exterior.
Desde que nos besamos por primera vez, la confianza y el amor van creciendo cada día. Al igual que la seguridad que sentimos junto al otro. Él es la única persona con la que puedo ser mi mejor y peor versión, que me acepta y acompaña a cada paso, transmitiéndome una confianza plena en que lo que soy, tal cual soy, es correcto y natural.
Luego de terminar con lágrimas de risa por las cosquillas, caemos en la cama, exhaustos, y me acurruca a su lado, tapándome con las mantas. Pasamos así unos silenciosos minutos, en los que nuestras respiraciones se regulan. Girando un poco la cabeza, lo veo con los ojos cerrados y una sonrisa totalmente relajada. Con la mano libre pellizca mi mejilla, ganándose que le muerda el dedo juguetonamente.
—Ouchi, ¿mi pequeña ya tiene hambre? —revoleo los ojos, y bufo sentándome, pero él me toma por los brazos, tirándome de nuevo sobre su ancho y fuerte pecho.
—Déjame, en serio tengo hambre —hago un tierno puchero para que me suelte, pero me muerde con suavidad mi labio inferior, tirando de mí.
—¿Y si bebes de mí? Hace mucho no lo haces —un escalofrio recorre mi columna, junto con el deseo creciente en mi garganta y mi abdomen.
—Sabes que no me gusta hacerlo —mi voz es un tono más áspera, y él arquea una ceja, con rostro divertido.
—Ambos sabemos que sí te gusta, es más —acerca su boca a mi oreja, inclinando a propósito su cuello para que quede muy cerca de mi boca—, lo deseas.
Me alejo y veo que no hay broma en su expresión, y eso me aterra aún más. Alessander hace tiempo que tampoco bebe mi sangre, me ha estado cuidando de sobremanera, que creo que ni se le ha cruzado la idea de pedírmelo; y tampoco se lo ofrecí.
Por lo que aprendí en este tiempo, beber la sangre de tu pareja es algo mórbido para casi todo el mundo. Algo que se relaciona con el placer y el deseo más básico, porque ambos exploran el salvajismo del instinto más primitivo que tienen los vampiros: el hambre y el anhelo. Y claro, mezclado con el sexo, dicen que es la mejor y más satisfactoria experiencia que se puede probar.
Pero Alessander y yo aún no…
—¿Vas a clavarme tus preciosos colmillos o me vas a ignorar? —parpadeo repetidas veces, espabilándome. Su carita de perro mojado me hace dudar, teniendo su cuello totalmente expuesto, mientras traza círculos en mi nuca con sus dedos.
Dejo escapar un suspiro con resignación, y quito su brazo de mi cuello, bajándome rápido de la cama.
—Voy a bajar a desayunar, pesado.
Me coloco velozmente una sudadera violeta ancha –de Alessander–, haciendo oídos sordos a sus réplicas, bajo corriendo hacia la cocina, en donde el aroma a café y tostadas me inunda los pulmones.
Mi madre está terminando de sacar la mermelada del refrigerador, y mi tío James saca la cafetera ya llena y lista para servir.
—Buenos días, familia —abrazo a mi madre, y beso la mejilla de ambos.
Mi tío, desde unos días luego de que llegara –y de explicarle su lado de la historia a mi madre–, se instaló en la habitación de mi tía Lía. Se lo notó mejor de ánimo, pero charlando una vez, me confesó que dormir todas las noches en la habitación de ella hace que reviva en su mente todas las malas decisiones que tomó, creciendo así su arrepentimiento y el odio que siente hacia él mismo.
—Buenos días, tortolitos —saluda James mientras saca otra taza de café del estante.
—¿Qué hay de nuevo para hacer hoy? —veo que Alessander baja ya cambiado y con una sudadera negra y el mismo jogging que usó de pijama.
—Deben pasar por casa de Cromwell antes de ir al Instituto —anuncia el hombre con profundas ojeras marcando sus ojos marrones—. Ella les dará el informe diario, yo debo pasar por la cabaña antes de ir al hospital. No haría tiempo de hacer todo.
—No es por ser entrometida, pero deberías descansar un poco.
Mi madre tiene razón, desde que llegó no se ha tomado ni un minuto para él. Entre cuidar a mi tía, buscar un remedio que la ayude a despertar, ayudarnos con la recolección de información del clan Errantis y sus aliados, y vigilar que Jones Williams se quede dentro de la cabaña sin tener que salir para que no lo encuentren… Básicamente vive para los demás, descuidándose como su imagen deteriorada demuestra.
—Pues —suelta un suspiro pesado, levantándose de la silla y dando el último sorbo a su café—, descansaré cuando Lía despierte y pueda remendar las cosas con ella. De mientras, ya me voy yendo.
Toma un abrigo del perchero en la entrada junto con sus llaves, y tras saludar rápidamente con la mano, se va con prisa.
—Aun no entiendo como un hombre que dice y demuestra haber amado a alguien, haya estado tantos años alejado de esa persona —miro a mi madre, quien se encoje de hombros sentándose y colocando la azucarera en la mesa.
—Él creía que ella siempre estaría aquí, segura dentro de la tranquilidad del pueblo. Al parecer nunca se le ocurrió que, así como te expusieron a ti, poniendo en peligro tu vida, también podrían hacerlo con ella.
—Tiene razón, señora Carduccio. Pero quizás haya más —sugiere mi novio, agregando mermelada a su tostada—, sino no comprendo el que se haya quedado tan tranquilo.
—Puede ser. Ya veremos lo que dice ella cuando despierte —sus ojos reflejan el dolor que le causa la situación en la que se encuentra su gemela.
Recuerdo cuando me contaban de niña, que, en ocasiones, ambas podían sentir lo que sentía la otra; desde mucha euforia, miedo, hasta dolor. Me pregunto si habrán sentido algunas emociones de la otra en este mes…
Continuamos el desayuno en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos y preocupaciones. Hoy será un día largo, ya que estamos esperando resultados de una investigación que María Cromwell realiza junto con Margot Insaurralde, la bruja líder del aquelarre Aeternum. Ambas encontraron aliados dentro de otros clanes, que por medio del “contacto de un contacto”, reciben información confidencial de los planes de muchos líderes que odian y repudian a la Alianza.
Inclusive, dentro de los Protectores hay quienes prefieren un gobierno liderado por ellos, con el resto de las razas sobrenaturales como esclavos. Jacob Miller es uno de ellos al parecer, según nuestra información, es participe de una organización aparte –dentro de Protectores, pero de ingreso elite–, que planea la caída del líder Takehiko Yukimura, quien permanece manejando todos los asuntos desde la sede principal en j***n.
—Tengan mucho cuidado —repite mi madre cuando después de terminar de desayunar y juntar todo, nos dirigimos hacia el coche para ir a ver a María Cromwell.
Desde ese día, ella parece estar todo el tiempo con los nervios de punta. Ha tenido que vivir a tés y unas medicinas naturales que la vieja Cromwell le dio para que pudiera dormir por las noches. Los ataques de pánico fueron frecuentes en ella, hasta hace una semana que, aparentemente, dice estar curada. Pero lo veo en sus ojos, en donde antes había un brillo jovial y alegre, ahora sólo hay una opaca mirada que lo único que refleja es preocupación.
Arranco mi coche, y saludando con la mano a mi cansada madre, nos dirigimos a nuestro destino.
‹‹Guarida de operaciones, allá vamos››.