Domingo por la tarde
El aire fresco me revuelve los cabellos, pero me mantiene a un nivel de congelamiento necesario dado; que la palma de Evan lleva casi cinco minutos reposada sobre mi muslo izquierdo, inclusive sus dedos han invadido el espacio entre mis piernas.
Ayuda sobremanera que tenga que utilizarla para hacer los cambios de velocidad, escasos segundos donde su agarre abandona mi temblorosa pierna y me permite recuperar el control de mi respiración.
No obstante, la ansiedad sigue rebotando contra mi pecho con tan sólo saberlo tan cerca de mí, porque de quererlo; bastaría con alzar la mano y estirarla quince centímetros para tocarlo.
Aprieto las manos contra el regazo, al darme cuenta del cosquilleo agradable que juega debajo de mis palmas; fugazmente me he acordado del juguete
