Domingo por la mañana El aroma a cítricos inunda mi nariz. Está mezclado con el frescor mentolado del aire acondicionado, lo cual es bastante bueno y también malo: bueno porque me estremezco con el olor, malo porque el cobertor es insuficiente para mantenerme caliente. Me hago un ovillo debajo de las suaves sábanas, gimiendo al saberme despierta. Luego, mi mente se llena con las memorias del día anterior; al instante me recorre una oleada de ansiedad, que enciende todas las alarmas de mi cabeza. Incorporo el torso tan de golpe, que por un segundo mi cabeza se balancea y veo luces de colores antes de enfocar mi vista en la pulcra habitación. —Evan —susurro automáticamente, volviéndome a un costado. Él ya no está ahí. Probablemente sea bastante idiota pero no puedo evitarlo, necesito s