—¿Crees que es mucho? —pregunta Hillary de pronto.
Alzo los ojos hacia ella, sin estar enterada a lo que se refiere.
No la he estado escuchando desde que nos encontramos en la puerta de la facultad, tampoco cuando nos dirigimos por los pasillos hacia el aula, ni ahora que ella saca un refresco de la máquina expendedora.
—Taruga.
—Me perdí —admito—, y no me culpes porque no has parado de hablar, pelos de elote.
Tuerce los ojos.
—Sólo quiero saber si no crees que sea demasiado llevar el bikini n***o.
Frunzo el entrecejo.
—¿Ése al que tú llamas bikini y yo pedazo de tela?
Sus ojos verdes se entornan antes de sonreírme con vanidad.
—No es mi culpa que no tengas con qué llenar los trajes de baño —replica con ganas de molestarme.
Lo logra.
Me doy la vuelta, dispuesta a ingresar al s
