—¿Qué te hace pensar que es un peligro? —sonrío de medio lado, divertido por su comentario. Parece bastante contrariado y no entiendo el por qué. —La traes a casa, suficiente motivo —se queja Peter rodando los ojos—. ¿Puedes nombrar con cuántas has hecho eso? Creo que ni un dedo podrías alargar de tu mano. —No seas paranoico, Pete —sonrío esta vez de manera tranquilizadora—, no es como tú piensas. —Eso espero, hermano —resopla, bajando por las escaleras hasta su amada cocina—. No prometo morder mi lengua cada vez que la vea merodeando por aquí, sabes que no me cae nada bien. ¡A ver cuándo te aburres de ella para sacártela de encima! —grita a voz de cuello, sacándome una sonrisa. Sacudo la cabeza, soltando un nuevo resoplido. Es obvio que Peter está en un error, había decidido ser su a