—Les aseguro que no trato de ser un intruso en su círculo —la traviesa voz de Samuel, logra que las tres demos un respingo.
Parpadea confundido un par de veces, antes de intentar seguir la dirección de nuestros ojos, le tomo el brazo antes de que se de cuenta que estábamos criticando a la novia de su primo, (y posiblemente crea que somos peores que cucarachas envidiosas)
—Hola, Samuel, qué bueno que te veo —reconozco, porque el abogado me lo ha puesto fácil esa noche.
—Gracias, Leilah, igualmente —me devuelve la sonrisa con naturalidad, estira el brazo en medio de nosotras y hacia la mesa, para alcanzar lo que seguro había ido a buscar desde un inicio: su celular—. Lo olvidé aquí —se encoge de hombros.
Va a despedirse cortésmente, pero vuelvo a hincar los dedos sobre su brazo.
—Te pre
