La fiesta

6489 Words
Suspiro haciendo un mohín, mirando el cielo y diciéndome que esta lluvia no quiere cesar de momento.   Lo que es un verdadero problema, ya que acabo de enterarme que mi hermano no hizo la reservación, ni siquiera ha llegado con Alan y ya estoy perdiendo la paciencia gracias a este inclemente clima.   Si no fuese por ese pequeño detalle, ya estuviera dentro del cálido restaurant debajo de la marquesina, acompañando a Marion y juntando fuerzas para no golpear a Neil cuando lo viera. Además, buscando la forma de pensar en cualquier otra cosa que no sea el nuevo profesor.   Las palabras de Hillary rebotan en mi subconsciente, y si no fuera porque lo presencié, no creería que alguien pueda ser tan guapo y tan interesante. Y es que incluso el hecho de no decir su nombre el primer día de clase, le agrega leña al fuego de su galantería arrogante.   —¡Leilah!   Me vuelvo de inmediato al reconocer la inconfundible voz de mi hermano Neil, quien viene corriendo por la mojada acera, mientras alza una mano en mi dirección.   —¡Idiota! —exclamo lo primero que se me ocurre—. ¡Olvidaste hacer la reservación!   Más tardo en terminar de hablar, cuando mi hermano ya se ha lanzado sobre mí para abrazarme.   —¡Leilah, te he extrañado mucho mi saltamontes! —me aprieta con fuerza y a pesar de que aún tengo ganas de golpearlo, tengo que devolverle el gesto.   —Y yo también —suspiro pesadamente.   —Lamento la tardanza —dice sin soltarme, tomándome por los hombros—. ¿Por qué no has entrado? Aquí hace frío —veo que hace ademán de sacarse la chaqueta, pero lo detengo.   —Porque no hiciste la reservación, torpe.   —¿Eh? —parpadea confuso—. ¿Me tocaba a mí?   —¡Habíamos quedado en eso por w******p! —gruño.   —Creo que se me olvidó, hermanita —ríe tontamente, rascando su nuca incómodo—, pero conozco un sitio estupendo donde venden unos tacos excelentes. Podemos ir mientras esperamos que llegue Alan... —se detiene y mira sobre mi hombro—. ¿Uh? ¿Hola?   Me vuelvo de golpe, sintiéndome totalmente grosera.   —Discúlpame Marion —suplico con una mueca—.  Neil, ella es mi amiga de la universidad.   La pobre está más roja que un tomate, pero mi bobalicón hermano parece no notarlo, porque le extiende la mano y sigue parloteando.   Me balanceo sobre mi peso, con mis botas salpicadas de lodo pero satisfecha con mi atuendo. Una falda hubiese sido más problemática con este clima.   Muerdo mis labios. ¿Por qué no puedo dejarlo pasar? ¡Vamos, Leilah!   Y entonces, mientras miraba la oscuridad de la noche lo veo. Sonrío sin pensar. A pesar de todo, Alan siempre me provoca una sonrisa. Está parado al otro lado de la acera, resguardándose de la lluvia, con sus manos dentro de la chaqueta azul oscuro que carga.   Sigue siendo tan guapo como siempre, o quizás más que antes, por las marcadas líneas de sus facciones bien parecidas. Nos mira con una sonrisa y yo levanto la mano a modo de saludo, cosa que mi hermano nota, ya que se vuelve de golpe.   Mi amiga me aprieta la mano apenas los ojos azules de Neil la liberan.   Finalmente conseguimos entrar en un pequeño restaurante a pocas cuadras de donde estábamos.   Mi hermano Neil habla animadamente con Alan, quejándose de no conseguir en ésta ciudad unos buenos tacos, lo que el pelinegro responde divertido y rodando los ojos que no sea tan llorón.   —Neil, si quieres yo puedo acompañarte —Marion habla de manera tímida, mirando más sus manos que a su interlocutor.   «¡Enamoramiento a la vista!» me digo.   —¿En serio? Marion, ya me caes bien —su brazo la rodea con confianza, sin siquiera fijarse en el rostro encendido de mi amiga, que parece querer salir corriendo.   Alan parece querer empujarlo dentro del local, pero baja la mano cuando Neil entra en contacto con mi amiga.   —¿Qué no vas a entrar? —me dice. Su voz es como la recuerdo: grave y estoica.   —Claro —musito, echándome a andar detrás de mi hermano y la pobre Marion, quien parece que su tono de piel natural es el rojo—. Es sólo que no tuvimos tiempo de saludarnos bien, Alan. Ya sabes, apenas llegaste y tuvimos que venir hasta acá.   Emite un monosílabo así que me doy por vencida de momento. A punto de alcanzar a mi hermano, siento que me devuelven a mi lugar. Él me sostiene por el antebrazo al instante en que la sangre sube a mis mejillas.   —Hola, Leilah —dice lentamente, con su pulgar acariciando mi piel por encima del abrigo.   —Hola, Alan —espero que la voz no haya temblado como mi corazón. Él se inclina hacia mí, depositando un suave beso sobre mi mejilla.   Sonrío automáticamente y él corresponde mi gesto, colocando un mechón de cabello detrás de mi oreja. Creo que hasta la gente en la puerta puede oír mi errático corazón.   —¡Hey! ¿No piensan venir? —exclama mi hermano, desde uno de los sillones acolchados. Tomo la mano de Alan y nos guío hasta donde ellos están ya sentados.   Mi amiga Marion juega frenéticamente con sus dedos, y sonrío divertida al notar sus nervios por tener a mi hermano cerca, aunque puede decirse que ambas estamos casi en la misma situación.   —No tiene novia —le digo a Marion apenas los chicos van por nuestras órdenes.   —¿Eh?   Me inclino sobre la mesa y bajo la voz, sonriendo de manera cómplice.   —Neil no tiene novia.   Marion se muerde el labio, dirigiendo su vista hacia los chicos. Neil golpea el hombro de Alan en la fila de espera y ambos sueltan una carcajada.   —Yo...   —Créeme Marion. Si la tuviera ya me lo hubiese dicho. Puede que sea bastante cabezota y distraído, pero...   —Leilah, es que creo que...   —¿Que es gay? —me río, divertida—. ¡No! ¿Cómo se te ocurre?   —No —dice apenada—. Es que creo que él...   —¿De qué hablan, señoritas? —mi hermano se sienta de nuevo al lado de Marion, dejando en la mesa dos bandejas repletas de comida chatarra.   —De un profesor —es lo primero que se me ocurre decir, ya que no he podido sacármelo de la cabeza.   —¿Qué profesor? —interviene Alan, dejando nuestras bandejas sobre la mesa, sentándose a mi lado.   —Un idiota presuntuoso —digo, tomando una papa frita.   —¿Qué profesor no lo es? —ríe mi hermano, dándole un enorme mordisco a su hamburguesa.   Marion suelta una risa ligera.   —¿Cómo se llama? —inquiere Alan, picando el pan con los dedos.   —No nos lo dijo, ¿pueden creerlo? —casi estoy segura de haber interrumpido a Marion.   Estoy a punto de decir que supe su nombre por mi amiga Lisa, pero me contengo. No quiero que se meta en problemas.   El tema cambia rápidamente y me entero que mi hermano había suspendido dos veces antes de pasar álgebra avanzada. No me sorprende, aunque suene cruel; Neil siempre había sido malo con los números como para haber decidido ser ingeniero.   Alan habla de su hermano, quien estaba en un internado y en ésos momentos vivía con su primo James. Es un poco más reservado a la hora de hablar de su familia, pero así siempre ha sido él.   Paso la mitad del tiempo armándome de valor para tomar la mano de Alan bajo la mesa, ¿y cómo no? Cuando me decido hacerlo, se levanta, llevándose consigo el celular.   —Kristen —musita mientras se aleja.   Frunzo el entrecejo al instante.   —Neil...   Me mira sin dejar de echarle salsa a las papas de Marion que ahora son de él, gracias a sus quejas por el hambre y el amable ofrecimiento de mi amiga.   —¿Quién es Kristen? —pregunto directa, antes que Alan vuelva a la mesa.   —¿Kristen? —enarca una ceja—. Ah, es la ex novia del idiota. Creo que van a volver o algo así.   Mi boca hace una perfecta O, pero no emito sonido alguno. Soy consciente de la mirada de Marion sobre mí, llena de comprensión, porque el tarado de mi hermano no se da cuenta de nada.   Me siento una completa idiota al hacerme ilusiones de nuevo. Era obvio, Alan es un muchacho guapísimo e interesante. Ahogo mis repentinas ganas de llorar y me concentro en mordisquear el pan.   Marion roza mi mano sobre la mesa de manera significativa.   —Leilah...   Doy un respingo cuando Alan se sienta a mi lado de nuevo.   —Acompáñame a mi casa —suelta de pronto. Neil escupe el refresco que bebía.   —¡Oye, idiota!   —Mañana hay una reunión familiar —tuerce los ojos con fastidio—, se supone que debo llevar a alguien —lo dice, restándole importancia.   —¡Llévame a mí! —exclama Neil—. ¡Soy tu mejor amigo y tus padres me adoran!   —En realidad mi padre no te soporta, como yo —sonríe de manera socarrona, mirándome por encima de su hombro—. ¿Leilah?   ¡Leilah! ¡Leilah! ¡Leilah! ¡Ferguson, responde, maldita sea!   Estoy en medio de un shock, así que sólo atino a asentir.   ¿Alan y yo en una cita con su familia? Eso lleva nuestra relación a otro nivel y mis esperanzas al cielo. Sonrío como tonta al pensar que quizá mi oportunidad de llegar a su corazón está cada vez más cerca.   ***   Doy una última vuelta frente al espejo, vigilando que el vuelo del vestido sea lo suficientemente escaso.   Reviso que la longitud de la falda sea el indicado, simplemente porque no quiero tener encima ninguna mirada reprobatoria. Ladeo mi rostro, analizando por milésima vez mi aspecto, luego de más de una hora revolviendo el armario y extendiendo mi ropa por toda la habitación, para obtener el aspecto deseado.   Me sujeto la cintura con una mueca y me vuelvo hacia Marion.   —¿Y? ¿No crees que es demasiado? —gimo de pronto, no tan convencida. Ella me sonríe para infundirme ánimos.   —Te ves muy bien, Leilah —dice. Escruto mi reflejo de nuevo.   Mi vestido n***o con brillantes, escote corazón, mi cabello recogido. Resoplo al darme cuenta que es demasiado y lo suelto sobre mis hombros.   —Mucho mejor —musito ante mi reflejo, dándome vuelta antes de arrepentirme de nuevo.   Hillary sube la vista del móvil y enmarca una perfecta ceja.   —Ya basta, taruga, vas a una aburrida reunión familiar, no va a pedirte matrimonio —frunce el ceño.   Estoy a nada de arrojarle mi bolso, sino fuera porque estoy más ocupada en llenarlo de mi reserva de maquillaje.   —¿Es la primera vez que verás a sus padres? —Marion se hace un espacio en mi cama para sentarse.   —No, ya los conozco desde hace años. Sus padres son bastante amables, aunque admito que su padre; Elton, a veces me da miedo.   Cuando iba a su casa, procuraba inventar cualquier excusa para pasar el mayor tiempo posible en su compañía, aunque tanto a él como a su padre les resultara fastidioso. Me río ante los de recuerdos, porque no había imaginado que luego de siete años de tira y encoge, por fin sería acompañante de Alan en una fiesta familiar.   —Qué envidia —farfulla Hillary, echándose sobre la cama entre mi ropa desperdigada—. Todos en esa familia seguramente son guapos y encima irás con ese chico que te trae tan loca.   —Te deseo mucha suerte —sonríe Marion y le devuelvo el gesto. De pronto me acuerdo de algo importante.   —¿Tú cuando saldrás con Neil?   —¿Eh? —los colores se le suben al rostro.   —Quedaron a comer tacos, ¿recuerdas? —enarco una ceja—. Aunque a veces es un poco...   —Idiota —masculla Hillary.   —Despistado —corrijo, de todos modos es mi hermano—. Estoy segura de que si le recuerdas, no va a decirte que no.   —Es que...yo no creo que le guste —dice jugando con sus dedos.   —¿Cómo sabes que no, si no has hablado con él? —inquiero impaciente.   —¡Vamos, Marion! —Hillary le da un empujoncito en su hombro—. Iremos a una cita triple: Leilah invita a su primo y a Alan, él a Neil y yo a ti. Así todos salimos ganando.   Enarco una ceja, ya que sigo sin entender cómo alguien como ésa rubia esté interesada en el cubito de hielo de mi primo. Ni siquiera imaginaba a ése par en una conversación normal, simplemente no encajan.   El sonido del claxon se escucha amortiguado y el corazón me da un vuelco de emoción.   —Ya llegó —corro hacia la puerta, recogiendo mis llaves.   Doy brinquitos de emoción al cruzar la casa de huéspedes donde me hospedaba, hasta esa noche había gozado de vivir sola en la habitación, sin embargo cuando Marion me contó que buscaba alojo, no dudé en ofrecerle la cama extra.   Marion era una compañera más conveniente que Hillary y sus repentinas fiestas alocadas.   Inspiro hondo cuando me encuentro parada frente a la puerta, oigo mi corazón acelerado pero trato de mantener una postura relajada cuando la abro y salgo a encontrarme con Alan, quien ya está esperando en su auto.   —Hola —dentro de su auto huele a aromatizante mezclado con su perfume.   —Hola, Leilah —Alan enciende el auto sin decir nada más. Se ve bastante guapo en camisa y corbata.   Trato de pasar por alto el hecho de que no me ha hecho cumplido alguno. Total, estaba allí como invitada y no en la presentación de nuestro matrimonio. Me burlo de mí misma internamente y me dispongo de disfrutar lo más posible. Estoy con él después de todo.   Trato de hacer conversación banal mientras nos dirigimos al lugar, enterándome que la reunión iba a ser estrictamente familiar, pero que a la madre de Alan se le había ocurrido invitar a un amigo de la familia, un doctor muy reconocido y para no hacerlo sentir tan fuera de lugar, habían decidido que cada uno de los integrantes llevara un acompañante.   Oigo atentamente tratando de no perderme un sólo detalle que sale de su preciosa boca y al mismo tiempo, lucho contra los tristes hechos: no es una cita, sólo una obligación para con la familia. Suelto un suspiro cuando nos detenemos frente a una imponente casa pero decido no dejar que eso me desanime, después de todo, pudo haber invitado a Neil o a ésa ex novia, la tal Kristen.   Frunzo los labios al darme cuenta que con sólo una vez que la nombraron, ya me había aprendido el nombre de la fulana.   ***   La familia Beresford siempre se había distinguido por la elegancia de sus miembros y su posición social. Mi familia también tenía porte y distinción, pero nada como la familia de Alan, quienes eran reconocidos por sus veladas inolvidables.   Cruzamos por el camino empedrado hasta la verja lateral, ingresando por el jardín hasta la puerta principal.   El sitio está adornado con luces esparcidas por todo el pasto, dejándome gratamente sorprendida. Unos cuantos meseros estirados se pasean por entre los invitados, cargando enormes bandejas ataviadas con comida y botellas, convirtiendo el lugar en una fiesta real.   Me fascina. Sobre todo porque tengo mucho tiempo sin visitar la casa Beresford. El sitio se ve prácticamente igual a la última vez que fui, lo que inunda mi cabeza con recuerdos de cuando me paseaba por entre los jardines de rosas.   —Leilah —Alan me toma por el brazo, cuando doy el primer paso para adentrarme al lugar.   —¿Sí? —me vuelvo hacia él, quien desvía su mirada al encontrarse con la mía curiosa.   —Te ves... muy guapa —se echa a andar sin decir alguna otra palabra, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón.   La sonrisa tonta que me inunda el rostro se graba como en piedra y sospecho que allí va a quedarse para siempre.   La primera en saludarme es su madre, quien luego de prometerle que le daría saludos a mis padres, deja hablar a su esposo. El sólo dice un par de palabras y se escabulle por allí con su mujer. Paravser el anfitrión lo noto disgustado, aunque en verdad no me importa, sólo que estoy allí con Alan y su halago sigue rebotando en mis neuronas.   Un chico alto de cabello castaño saluda con efusividad a mi “cita”, lo que éste resopla y se sacude de él con una mueca de fastidio. El interpelado posa sus grandes ojos, verdes y vivaces sobre mi, carraspeando para llamar mi atención.   —Oh lo siento, no hemos tenido tiempo siquiera de saludar a Alan —me extiende su mano—, soy Samuel.   —Leilah —me presento.   —¿Llegó Rick? —interviene Alan.   —Está presentando a su novia Elaine —se encoge de hombros, tomando una bebida de la mesa.   Su hermano Rick era alguien bastante dulce y animado a quien no había tenido mucho tiempo de conocer, porque se había ido a la universidad en la época que conocí a la familia. Alan y él son muy unidos y por lo que he oído de Neil, existen tensiones entre ellos por la novia que ahora tiene el mayor de los Beresford.   Alan resopla mientras su primo le asegura que irá a hablar con él, apenas se libere de los compromisos sociales.   Miro discretamente a mi alrededor, sintiendo que el aire se me atora en la garganta.   Él está ahí.   También me mira y pese a que debe volver los ojos a su interlocutor, sigue contemplándome unos segundos más. Siento sus ojos adustos y profundos recorrerme de arriba a abajo sólo por unos segundos, pero los suficientes para subir los colores a mi rostro y sentir que el estómago se me encoge.   Mi profesor de anatomía, justamente en la cena de la familia Beresford. ¿Acaso me estaba perdiendo de algo?   Lleva su cabello lustroso más arreglado que la última vez, su gesto sigue estoico o quizá nunca quita ésa expresión de su rostro. Sostiene una copa de algo, la inflexión de su codo hace que la camisa blanca se le pegue a los músculos del brazo.   Aprieto mi propia bebida, avergonzada ante su mirada escrutadora. Ése hombre transpira testosterona y yo, nervios.   Me cuesta trabajo dejar de analizarlo de pies a cabeza. Descubro que mi cuerpo entero está tenso, así que lo relajo con un suspiro echando una ojeada a Alan y su primo. Ellos siguen en lo suyo.   Me sorprendo de que él precisamente se encuentre aquí esta noche, lo que me hace devanar los sesos si no sería él, el reconocido amigo médico de la familia.   Si es así, podría decir que las casualidades en la vida no parecen existir.   —¿Leilah? —la mano de Samuel se pasea frente a mis ojos. Doy un salto estando a punto de perder mi bebida, si no fuera porque la mano de Rick Beresford me sostiene.   Me dirige una mirada gentil y yo sólo puedo preguntarme en qué momento ha llegado.   Debió ser hace rato, ya que tres pares de ojos verdes están posados sobre mí, además de unos castaños. La muchacha me sonríe ampliamente al entrelazar sus dedos con los de Rick.   —Soy Leilah —me apresuro a estirar mi mano. Ella se ríe ligeramente, pero me devuelve el saludo.   —Lo sé, Alan ya lo había dicho.   Siento el rubor inundar mis mejillas. El aludido me mira fijamente desde su altura y ni siquiera soy capaz de descifrar su expresión.   Elaine resulta ser bastante encantadora, a pesar de su evidente nerviosismo y no era para menos; era la primera vez que conocía a los padres de su novio, eso debía ser bastante aterrador.   Rick sigue siendo tan guapo como lo recordaba, amable y caballeroso. Su mirada pacífica irradia tanta calma y de vez en cuando le dirige una a su novia tan cargada de amor, que francamente me da envidia.   Dirijo mi vista hacia su hermano Alan y éste está enfrascado en una conversación con su primo Samuel, ajeno a cualquier mirada furtiva de mi parte. La estoy pasando bastante bien y disfruto de la conversación con Elaine y el alegre e hiperactivo primo de los Beresford.   Me doy cuenta de que a pesar que mi profesor; el amigo de la familia, es bastante allegado a ellos, casi nadie se le acerca por demasiado tiempo.   Los padres de Alan se desaparecen en un punto de la fiesta mientras yo me atrevo por fin a sujetar su mano. Él me mira de reojo y aprieta mis dedos entre los suyos levemente, sobre su rodilla. Mi corazón da un vuelco, tal vez dos... o quizás tres. Veo mi sueño formarse lentamente frente a mí y me pongo nerviosa por pedirle que me lleve a mi casa.   Ya saben; me besaría, definitivamente lo haría.   Doy otro sorbo a mi bebida, sonriendo contra el borde del cristal.   Mi profesor no me ha puesto atención de nuevo el resto de la fiesta y eso me hace sentir más tranquila, no creo poder soportar otro comentario respecto al largo de mi vestido.   —Deberías invitar al tío Frank —dice Rick de pronto, refiriéndose al tío más relajado de la familia.   —¿Y al profesor Roberts también? —interviene Samuel.   Siento cosquilleos en mi vientre, esperando que esté bromeando.   —No, sólo a su hermano Peter —se ríe ligeramente, sentándose a sus anchas y pasando el brazo por detrás del respaldo del asiento de la castaña.   Miro con curiosidad al profesor y al hombre de cabello largo que tiene a su lado, diciéndome que no se parecen mucho y que éste parece no despegarse nunca de su lado.   —¿Invitarlo a qué? —pregunto a Alan en voz baja. El me mira atentamente.   —Has estado muy distraída hoy —señala.   Me encojo en mi asiento apenada, desviando la mirada. De pronto aprieta mi mano ligeramente.   —A un juego —chasquea la lengua, luciendo aburrido. Quizás podamos irnos antes.   —¿Un juego?   Antes de poder responder, su primo se acerca al llamado tío Frank y después de quitarle al mesero una bandeja de shots de bebidas de colores, comienza a dar las reglas y condiciones del juego, que consistía en cumplir un reto quien consiguiera un osito de goma en su bebida.   Su tío rueda los ojos divertido, diciendo que debía estar bromeando.   —Que tontería —comenta Peter, aún más aburrido que Alan.   —Es la razón por la que Rick tiene novia y tú no —apunta Samuel, haciendo un mohín. Elaine se ruboriza de inmediato.   A medias escucho la explicación de los retos, ya que estoy más al pendiente de la mirada gélida del profesor Roberts, al ver a Peter de pie junto a Elaine y Samuel. Su mirada adusta choca contra la mía y no puedo evitar estremecerme, a pesar de sentirme acalorada.   Carraspeo incómoda y desvío la mirada de inmediato.   Los retos van llegando y con ello la diversión. El primer reto es para Peter, quien le toca enviar una pizza a una dirección falsa. Jamás voy a olvidar la expresión de su rostro cuando lo hizo. Luego vino el mío y mi rostro se descompone cuando el primo de Alan me reta a besar a uno de los presentes.   Por supuesto no hay mucho de dónde elegir, ya que el tío Frank está descartado, al igual que Rick. Al serio Peter no me atrevo siquiera a mirarlo y el primo no me atrae para nada, por lo que queda Alan; mi amor platónico.   Enderezo la espalda con una enorme sonrisa en los labios, decidida a cumplir con mi reto. No era el beso que había deseado, pero ¿qué importa? Lo bebido a lo largo de la noche me indica que un beso es un beso.   —Qué tontería —dice Alan y mi sonrisa se desinfla.   De pronto un escalofrío me recorre entera y paseo el lugar con la mirada. Él me está mirando de nuevo.   Escondo las manos tras mi espalda para calmar la ansiedad que me ataca. Su mirada me hace sentir incómoda y profundamente nerviosa.   Seguimos cumpliendo retos, siendo instada por Rick a que no teníamos por qué cumplirlos en ése preciso momento, por lo que mi reto de besar a uno de los presentes sigue en pie. Para ése entonces son la una de la mañana y ya el tío Frank se ha ido a llevar a su colega y “amiga” a casa.   Peter está bastante más mareado que yo y recibe miradas atentas de parte de su hermano, quien está ahora muy cerca de nosotros. Pero para ése momento y según mi nivel de alcohol, he dejado de sentirme atemorizada por él.   Estoy más ansiosa por terminar el desafío.   Comienzo a divagar en mi mente por cómo sería un beso del guapo de Alan y sin poderlo evitar, comienzo a reírme como hiena loca ante la mirada perpleja y fastidiada de los presentes.   Alan se levanta de pronto y toma mi mano, tirando de mi muñeca.   —Ya es tarde, te llevaré a casa.   Su hermano Rick se levanta también, ayudando a Elaine en el proceso.   —Alan no ha oído su último reto —se queja Samuel. Por alguna razón, todos le damos nuestra atención—. Debes besar a una de las chicas que estuvo presente en el juego —me sonríe ampliamente.   Tardo unos segundos en devolverle la sonrisa, porque Alan ya me está remolcando hasta la casa.   —Trae tu bolso —sentencia serio. Asiento en silencio.   Yo tengo un reto.   Él tiene un reto.   Un beso para ambos.   Las luces de la casa me deslumbran de pronto, percatándome del sutil vértigo que me ataca. No estoy acostumbrada a beber de éste modo, siempre terminaba sujetando el cabello de Hillary antes de comenzar mi segundo trago.   Taconeo por los elegantes pasillos mirando retratos familiares hasta dar con mi bolso. Tengo que hacer una visita al servicio para retocar mi maquillaje y conseguir un chicle antes de llegar a la puerta de mi casa.   Voy a dar la vuelta al corredor para buscar el sanitario, cuando Elaine pasa a mi lado, sollozando bajito.   —¡Elaine! —la llamo y estoy a punto de seguirla, pero me detengo al escuchar la voz de Rick al otro lado de una puerta   —Eres mi padre y te respeto, pero no tienes derecho a decirlo —espeta con dureza. Todo atisbo de gentileza ha desaparecido de su voz.   —¡Esa muchacha es una oportunista! —gruñe su padre.   —Madre, ¿piensas lo mismo? —habla entre dientes.   —Rick, estás... pagándole los estudios —jamás creí oír a Diana decir algo así.   La puerta se abre de pronto y por ella sale Rick, como alma que lleva el diablo. Me aparto de inmediato y señalo el fondo del pasillo, por donde Elaine se había ido.   —¡Rick! —exclama Elton, yendo detrás de su hijo. Me pego del muro, esperando que terminen de pasarme de largo.   Los oigo gritar y de seguro Alan también, ya que aparece de pronto y luego de dirigirme una mirada de disculpa, se aleja detrás de su familia. Dudo unos segundos antes de echarme a andar. Al dar la vuelta por el pasillo, freno repentinamente antes de chocar con Evan Roberts.   Retrocedo un par de pasos, estrellándome contra una maceta. Me peleo con las grandes hojas de la molesta planta, antes de quedarme quieta delante de mi profesor.   —Buenas noches —digo por fin, alisando la falda de mi vestido.   Parece notarlo, porque deshace su gesto adusto para convertirlo en uno de macabra satisfacción. Sonríe de lado a medias y se echa a un lado para dejarme pasar.   —Gracias —musito, sujetando con fuerza mi bolso para comenzar a andar. No he dado ni tres pasos cuando lo oigo caminar detrás de mí—.Creí que iba hacia el otro lado, profesor —carraspeo para aliviar mi garganta.   —Te estoy escoltando afuera —su voz grave y ronca rebota contra mi cabeza turbada, haciéndome estremecer.   —¿Por qué?   —¿Qué harías si alguien te agrede? —ironiza con tono profundo.   Mi mente vuela en las posibilidades de ser atacada en la noche, aunque está claro que no se refiere a que me roben el celular o el maquillaje. Por alguna razón, me siento incómoda de que sea él precisamente quien lo diga, sobre todo cuando noto que no ha dejado de tutearme.   No supe qué más decir, por lo que sigo caminado con él detrás de mí.   Su presencia es tan poderosa e imponente, que no me pierdo ninguno de sus pasos; lo oigo claramente sobre la alfombra, el roce de la tela al moverse... hasta el olor caliente del alcohol que desprende su ropa.   Supongo que Alan no va a molestarse si lo espero luego de la disputa familiar. Debe ser algo bastante grave, como para que la velada termine así.   Me recuesto contra el muro forrado de enredaderas y para mi grato asombro, descubro al profesor Roberts parado cerca, con las manos dentro de los bolsillos. Aspiro el aire helado de la madrugada, tratando de deshacerme del bochorno que va subiendo por mi vientre. Lo admito: Evan Roberts es un hombre atractivo hasta el cansancio, pero de eso a que su presencia me ponga nerviosa...   Además, debe tener al menos diez años más que yo y es prepotente y grosero. Mientras voy encontrando calificativos para él, a mi mente llega una palabra que una vez escuché por allí: “experiencia”   Los colores se me suben al rostro al tiempo que siento mi vestido más apretado en el corsé.   —¿Cuántos años tiene? —pregunto sin pensar.   El profesor miraba hacia otro lado, por lo que debí tomarlo desprevenido.   —Treinta y tres —responde escueto.   Asiento en silencio. Son once años entonces.   Me balanceo sobre mis pies, esperando no perder el equilibrio e irme de bruces contra el suelo. No me gusta este silencio, me hace sentir incómoda y profundamente nerviosa. O quizá es él quien me pone de ésa forma.   Se vuelve hacia mí en ese momento y soy incapaz de negarme a admitirlo: Evan Roberts me gusta.   Pero vamos; es normal, a casi toda la facultad le gusta (porque la otra mayoría son chicos heterosexuales). Es guapísimo, además de neurocirujano, sexy...y está mirándome. ¿Por qué sigue mirándome?   Me peino el cabello detrás de la oreja y siento mi espalda tensa y el cuello palpitar gracias a mi sangre alocada.   —Alan no va a venir —dice al fin, luego de un rato de largo silencio.   Asomo los ojos al interior de la casa, no se ve más que el camino alumbrado hacia el salón. Tal vez tiene razón. Aprieto los labios al comprender que la noche está arruinada y que quiero saber si Alan está bien.   —Te llevaré a tu casa.   —No —suelto de golpe. Él enarca una ceja bajo la luz mortecina—. Llamaré un taxi.   Inhala antes de echarse a andar hacia los autos aparcados en la calle, pasando delante de mí.   —No lo conozco.   —Soy tu profesor —replica, encogiéndose de hombros. Me atraviesa con una mirada severa—. Además, me aseguraste que no querías una nota fácil. Nadie va a seducir a nadie —agrega con simpleza, retomando el camino.   Siento mi mandíbula tocar el suelo.   Lo veo quitar la alarma de un precioso Audi n***o y abre la portezuela para mi. Aprieto mi bolso y echo un vistazo hacia la casa, no parece que fuera a salir nadie, la pelea seguramente sigue.   Él se acerca a mi en ésos momentos de manera lenta y acechante. Mi cuerpo se tensa de inmediato ante el choque de calor que se apega a mi ropa. Pierdo el control de mi respiración, sintiendo un cosquilleo en mi mejilla cuando habla muy cerca de mí.   —Aunque no lo creas, no soy tan pervertido.   Aspiro hondo en busca de controlar el simulacro de hiperventilación. ¡Me había oído en clase! Seguramente en ésos momentos tengo el rostro del color de la grana.   Con una mano me insta a entrar y obligo a mis piernas a moverse, delizándome sobre el asiento. Siento mis fosas nasales inundadas con su aroma y pronto, rodea el auto y su perfume se cuela con intensidad en ese pequeño espacio.   —No quiero sacarlo de la fiesta —musito. Él me mira de reojo y detiene la marcha. Tengo un acceso de pánico al no notar la luz roja.   —¿Te parece que ésa seguía siendo una fiesta?   Muerdo mi labio sin saber qué más decir para escapar. Me siento atrapada y curiosamente a gusto con esa idea. La calefacción parece estar subiendo el nivel de calor ahí en esos momentos.   —Vas a lastimarte —dice de pronto.   Me vuelvo de inmediato sin comprender, al instante mis hombros se tensan al sentir el suave dorso de su mano pasarse por mis labios, instándome a liberarlos del fiero agarre de mis dientes.   Pierdo el control de mi respiración de nuevo, sintiendo el cosquilleo de excitación bajar por mi entrepierna. Aprieto con más fuerza las rodillas y ése hecho me sacude con una horda de urgencia. Me quedo quieta mientras se separa y pasa algo lejos de lo que es “correcto”: me acerco a él, buscando sus labios.   Su mano se apoya en mi garganta suavemente, deteniéndome con delicadeza. Su tacto me arde.   —Creí que no trataríamos de seducirnos.   Boqueo buscando aire y me aparto bruscamente al reparar en su cercanía. Me pego a la portezuela y entorno los ojos, reteniendo el aliento cuando veo que no está bromeando. Cosquilleos inconvenientes me recorren el cuerpo.   Seguramente es el alcohol.   —Es que no soy una de... ésas —balbuceo—. No...no quiero una nota fácil.   —Ya veo que sí.   Lo miro horrorizada. Él parece burlarse de mi evidente vergüenza, en el sonrojo que calienta mi cara.   —¡Sólo trataba de ganar el reto! —digo por decir. Lo admito, a veces soy idiota.   Él entorna los ojos con cruel diversión.   —¡Es en serio! Samuel dijo que ganaría si besaba a uno de los presentes ésta noche y... —me detengo, pensando que elegir a mi profesor no era la mejor idea.   —¿Por qué no nos movemos? —sigo diciendo, hundida en mi asiento—. Ya hay luz verde.   —Estoy esperando.   Abro los ojos perpleja mientras lo miro de hito en hito. ¿Esperaba qué? ¿Que lo besara?   —¿Al menos me vas a decir dónde vives? —enarca una ceja con sorna.   No tengo que darle muchas indicaciones, ya que parece saber lo que hace. Trato de enfocarme en las calles oscuras y solitarias para distraerme del profesor Roberts a escasos centímetros de distancia.   —No trato de seducirlo —musito al reconocer mi avenida.   —Intentas ganar un juego infantil de Samuel —replica lacónico, haciéndome sentir como una tonta.   A lo mejor ese juego lo era y yo también por encontrarlo divertido. No sé qué pensamiento es peor: si ganar un juego de jóvenes borrachos o intentar besuquearlo.   —Ten por seguro que Alan no ganará.   —Ni yo... —murmuro derrotada, soltando un suspiro.   —Sólo porque él no se atrevió, no significa que pierdas —habla con la mirada fija al frente.   Frunzo el ceño ante todas las posibilidades que cruzan mi cabeza; desde querer privacidad, hasta que no me encontraba atractiva después de todo. El que Alan no se haya atrevido a besarme suena increíble. Vamos; es Alan Beresford, nunca retrocedía ante nadie y mucho menos sentía vergüenza por algo tan pequeño como un beso.   —No es más que un niñato —dice escuetamente, con burlona prepotencia.   Me vuelvo hacia él, intrigada. Su brazo reposa sobre el volante y me mira de manera fija con un atisbo de sonrisa altanera, que me estremece de pies a cabeza.   Inclina su torso hacia mí, rozando suavemente mi mejilla con la yema de sus dedos, rodeando luego mi mandíbula. Cierno mi agarre en torno a mi bolso, estrujándolo con tanta fuerza que creo que mis manos van a caerse.   Sus profundos ojos se posan en mis temblorosos labios, sosteniéndolos con el pulgar para evitar que sigan temblando de la ansiedad. Un calor rebota en mi vientre, bajando por los muslos con tanta intensidad, que mi bikini puede llegar a incendiarse.   —No te cortaste —musita. Su aliento cálido con aroma a alcohol choca contra mi barbilla—. No te muerdas tan fuerte, no se supone que seas tú quien lo haga —sonríe de nuevo, altanero.   Me concentro en controlar mi respiración y de pronto soy consciente de que aparece al lado de mi portezuela, abriéndola. El aire helado corre por el interior de la cabina, devolviéndome a la realidad y forzando a mis piernas a salir una por una.   Siento la tela deslizarse hasta mis muslos mientras bajo, pero es más fuerte el bochorno que contrarresta la intemperie. Evan  contempla atento cada uno de mis movimientos.   Sostiene una mano frente a mí, alzada en una clara invitación. Frunzo mis labios, buscando en mi mente si le debía algo o simplemente me estaba ofreciendo ayuda para caminar. Enarca las cejas ligeramente, al tiempo que me brinda una sonrisa de manera franca, la primera que le veo esbozar en toda la noche.   Parpadeo un par de ocasiones, carraspeo y finalmente tomo su mano. El suave tacto me arde pero no la suelto, mientras camina a mi lado por la ancha acera hasta la puerta de la casona de huéspedes. Ya no siento más el resquicio de vértigo ebrio, sólo las piernas temblorosas y el pecho agitado, apretujado debajo del corsé del vestido. Rebusco en mi bolso, apartando a manotazos cualquier cosa que no sean mis llaves.   Él se mantiene estoico a un costado, esperando.   —Sé que están aquí, profesor —me disculpo, maldiciéndolas en mi fuero interno.   —Evan.   —¿Eh? —alzo los ojos vivazmente, encontrándome de nuevo con aquella mirada altanera y autosuficiente con la que habló sobre mi falso liguero.   —Mi nombre es Evan.   Quise decir: “y yo soy Leilah”, pero en lugar de ello, tintineo las llaves de manera alegre frente a él, antes de introducir una en la cerradura.   Quiero ignorarlo mientras abro y empujo la puerta, pero al volverme para despedirme; el corazón se me detiene al verlo acercarse hasta mí, haciendo que retroceda contra el muro, a la vez que apoya un brazo al costado de mi cabeza.   —¿Puedo? —aunque seguro es una pregunta, la entonación sugiere que no va a recibir negativa alguna.   —En el auto... —balbuceo sin aire. Ya había intentado besarlo y él me había detenido. No tiene sentido ahora.   Suelta una carcajada gutural, engreída.   —¿Crees que no me atreví, señorita? —me estremezco ante su tono—. Estábamos en medio de la carretera —explica, encogiéndose de hombros.   Eleva su mano hasta mi barbilla y me callo abruptamente ante lo que sea que iba a decir.   Ya no tengo la más mínima idea de lo que pasaba por mi mente, porque la tengo obnubilada y mi cuerpo está hirviendo en este momento, al sentir el cálido roce de su aliento.   Sus labios son suaves, desprenden el sabor del alcohol y se mueven a un ritmo cadencioso que aún así, traspasa una intensa pasión contenida. Su lengua roza suavemente la mía con una danza sensualmente caliente y el ardor se desquicia entre mis piernas, bañando mi ropa interior.   Estoy a punto de colgarme a su cuello y quizá abrazarlo con las pantorrillas, pero de pronto se separa, dejándome demasiado turbada para poder reclamar, respirar o... sentirme excitada.   —Ganaste —se aparta a una distancia prudente, señalando el interior de la casa.   Tanteo hasta ingresar hasta el oscuro salón compartido, él retrocede con expresión neutra y luego se encamina hacia su auto. Cierro de inmediato, recargando la espalda contra la puerta buscando apoyo, deslizándome lentamente hasta el frío piso.   Oigo el auto ronronear en la lejanía y mi respiración errática dispararse con un montón de febriles fantasías.  
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