Apoyo la mejilla sobre mi palma, esperando que mi gesto de fingida aburrición sea lo suficientemente evidente para que Hillary deje de abrir la boca. Ha intentado convencerme desde hace casi una hora y aunque admito que me emociona la idea, el tema está fuera de discusión. —Marion, ayúdame a convencerla —ordena. La interpelada se tensa sobre el sofá y me mira temerosa, de inmediato baja los ojos. Sí, sigo enojada por el engaño. —Es solo un fin de semana —insiste Hillary, subiéndose de rodillas al sofá y recargando los pechos contra el espaldar. Me mira suplicante. Enarco una ceja mirando mis zapatos subidos en la mesa con mi mejor interpretación de gánster. Marcus, junto a las suelas de mis sandalias no ha abierto la boca en todo el rato, sigue sentado con su mismo gesto fastidiado. —