Narra Helen —Nena, sé que puedes hacerlo—dijo Maximiliano. —¿Cómo?— pregunté—Ni siquiera sé si puedo hacerlo. Me quedé de pie en el telesilla, silla tras silla pasando a nuestro lado. Estuve de pie así durante media hora, mi corazón latía con fuerza y mi cerebro enviaba a mis músculos la necesidad de correr, si pudiera. Por mi vida, no podía entender por qué el crujido de la nieve y la humedad en el aire hacían que mi garganta se cerrara con nerviosismo. Estaba sudando profusamente y todavía no había hecho ni un gramo de actividad física.Meter los pies en las botas había sido bastante difícil. El dolor que vino con equipar un zapato formado en mi pierna una vez destrozada fue agonizante, solo empeoró por mi ritmo cardíaco altísimo. Quería gritar, llorar, nunca volver a ponerme un par