Capítulo VIII Nos quedamos en la intimidad hasta casi la hora del cóctel. Por mí, no habría sido una simple aventura de viaje. Ya al volver al hotel con Norma empecé a entenderlo. Me había duchado en su casa y en el Plaza me cambié rápidamente de ropa, en un momento, pero igualmente llegamos a casa de Lines con media hora de retraso, los últimos: —Está bien —me susurró ella en cuanto llegamos, al ver que miraba el reloj—, eres el invitado de honor. Tal vez no estaba tan bien para el dueño de la casa, al que, en cuanto el criado, un hombre de aspecto frágil de unos sesenta años, de piel mulata, evidente fruto de una combinación afroamericana y europea, nos abrió e hizo entrar, se le escapó un sonriente: —¡O, por fin! —Pero inmediatamente se corrigió—: ¡Estábamos todos impacientes por