El día pasó realmente rápido mientras yo me sumergía en las lágrimas, tirada en la fría cama, hacía una rápida mirada a mi vida y el rumbo no me gustaba, no me gustaba nada. De pronto sentía que no tenía nada y me llenaba una sensación de insatisfacción muy desagradable.
Tenía los ojos hinchados y mi cara lucía muy demacrada por la angustia y el llanto, ya era hora de buscar a Aura y yo no había movido un solo dedo en la casa, no había hecho nada.
Las camas seguían desordenadas, el desayuno estaba en la mesa, los juguetes esparcidos por las habitaciones y un sinnúmero de dudas, que no me dejaban continuar con el curso de mi día, con mi rutina.
Tomé las llaves del coche y fui a retirar a Aura.
Cuando llegamos a casa, le marqué a Gabriel, no sé ni para qué, no tenía el valor de confrontarlo.
—¿Pasa algo, Meg?—era la voz de mi esposo, ¿hace cuánto que no nos hacíamos una llamada para hablar de nada o solo perder el tiempo mientras escuchábamos nuestras voces y reíamos? Quizás desde que éramos novios. Que pena. —Megan, ¿sigues ahí?
—Si, Gabri, estoy aquí. Solo quería saber si llegas hoy a cenar, no tengo muchas ganas de hacer el almuerzo y puede que siga así para la cena, compraré comida.
—¿Estás segura? Hacer un arroz o una pasta no es que te cueste mucho esfuerzo, inténtalo.—sugirió de forma áspera.
—Realmente no tengo ganas, ¿llegas a cenar o no?
—No, tengo asuntos muy importantes que atender, llegaré tarde hoy.
—¿Muy importantes? ¿Qué tan tarde?
—Solo tarde.—guardé silencio. Estaría con ella y eso ya lo sabía, pero escucharlo a él decir que eran asuntos mas importantes me partía y hacía añicos el corazón.—Intenta buscar ánimos y prepárale algo bueno a los niños, no es como que tengas otra cosa que hacer, Meg.—dijo.
—Claro.—dije entre lágrimas, conteniendo el llanto.—Nos vemos cuando llegues.
¿Quién era ese hombre? ¿Dónde tenía a mi adorable, comprensible y cariñoso esposo? Pero más importante, ¿desde cuándo era así? ¿Dónde estuvieron mis ojos que no se dieron cuenta de que el hombre que yo amaba no existía? Bueno, estuve con los niños, dedicada a ellos, al hogar, la escuela de ellos, que si se enfermaban, que si tenían que quedar con otros niños, los cumpleaños de los amigos, las fiestas de ellos, que si cogían piojo en el colegio, las tareas, reuniones, cambios de ropa por estación, la ropa de mi esposo, la casa organizada y aprender un montón de cosas e irlas perfeccionando.
¿Esto era ser madre y esposa?
¿Había renunciado a mí misma o ser mujer?
¿Desde que cuándo estaba en estas condiciones?
Seguía asustada por todo y más por el hecho de aquella infidelidad.
Tenía que haber salido corriendo de esta casa, de este hogar con mis hijos, irme de aquí y restregarle en la cara que era un fiel, que faltó a nuestro amor, a nuestra familia, a nuestro matrimonio. En mi mente debía de estar la fuerte posibilidad de pedir el divorcio, pero no era así.
Estaba herida y habían muchas cosas que no asimilaba todavía, era como si de repente mis ojos se abrieran.
Samuel estaba en casa, los dos jugaban, Aura lloraba, tenían que bañarse, hacer las tareas, llegó la hora de cenar, no había cena, mi cuerpo estaba pero yo no. ¿En qué se había ido mi día? ¿Desde cuándo las horas pasaban tan rápido?
Ya era de noche, pedí comida, cenamos en el salón viendo la tele, Aura hizo mucho desorden, ya tenía sueño y se veía cansada, Samuel tenía el pijama y esperaba a por mi.
—¿Cuándo llegará papá?—preguntó mi hijo.
—Tu estarás dormido, pero lo verás en la mañana.—le dije.
—Dile que entre a darme un beso cuando llegue.—pidió mi pequeño hombrecito.
—No lo esperes despierto, tienes que dormir, Sami. Él te dará un beso al llegar, yo me aseguraré de eso. Buenas noches.
—Buenas noches, mamá.
Me adentré en la cocina y la limpié, recogí el salón, los juguetes con sumo silencio para no despertarlos, sobre todo a Aura, la del sueño más liviano. Organicé nuestra habitación y me di un baño.
Eran casi las once de la noche cuando terminé de todo, me puse el pijama y entré a la cama.
Evidentemente no podía dormir sabiendo que él estaba con otra mujer y que luego solo vendría a dormir a mi lado, llenando un espacio para nada, dándome un frío beso y permaneciendo a mi lado sin estar.
Cerré mis ojos con fuerza cuando lo escuché llegar, mis lágrimas querían salir, pero no era el momento, claro que no.
¿Cuándo era el momento?
El entró a la habitación y se desvestía en silencio.
—Se que sigues despierta.—dijo.
—Lo estoy. Sami quería que le dieras un beso al llegar.
—Solo lo despertaría, en la mañana le digo que lo hice, no te preocupes.—cada noche él buscaba la ropa del otro día antes de venir a la cama, era su rutina después del baño, pero parece que ya se había bañado, dado que estaba buscando su ropa, sin intenciones de entrar al baño.—Meg, has lavado la ropa, pero mis camisas siguen sin plancharse. Necesito la blanca para mañana, ¿podrías?—quería que justo ahora me pusiera a planchar su camisa.
—¿No puedes usar otra?—me levanté para abrir el armario, viendo que tenía otras camisas, ¿qué tal esta?—le sugerí la azul celeste.—Tienes una corbata que queda muy bien con ella.—le animé para que eligiera cualquier otra. ¡Tenía muchas!
—Megan.—dijo en voz baja, yo regresé a la cama.
—Tampoco es que esté arrugada, solo no está planchada.
—¡Me gusta bien lisa y lo sabes!—gritó con enojo.
—¿No crees que debiste llamarme para avisarme que necesitabas específicamente esa? No decírmelo ahora en la noche, cuando ya estoy acostada y es muy tarde como para que me ponga a planchar habiendo más camisas. No es la única que tienes ni es la única limpia y sin planchar.
—¿Cómo iba a saber que justo hoy se te iban a quitar las ganas de hacer tu trabajo? ¿Cómo iba a saber que lo único que tienes que hacer no lo harías?
—¿Lo único que tengo que hacer?—pregunté, indignada con sus palabras. Como si mi único trabajo fuera lavar y planchar o como si no pudiera tener un día sin hacer nada.
—¿Qué te cuesta cocinar y plancharme las camisas? ¿Es un sacrificio para ti? ¿Es un trabajo muy difícil de todas las horas libres que tienes al día? ¡Por favor!
—Gabriel, la plancha y la tabla están dentro del armario, no es muy difícil, hazlo tú.—cubrí mi cuerpo con las sábanas y cerré mis ojos, apagando la luz de mi mesita, lo vi quedarse en la cama en silencio.
—Es… es realmente increíble que yo venga tarde de la noche por estar trabajando y que te incomodes porque te pida que me planches una camisa, pero mas increíble es que me mandes a plancharla a mí, como si tú viera tiempo para eso, como si esa fuera mi labor. ¿Qué pasa contigo? ¿Qué es lo que tienes? ¿Desde cuándo me has tratado así, Megan? Si tienes algo que decir, solo dilo. Hablemos.
—¿Dónde estabas? ¿Realmente, dónde estabas?—me senté en la cama con la espalda recostada al espaldar y mis manos cruzadas sobre mis piernas.—¿Por qué llegar a esta hora? ¿Qué parte de tu trabajo te requiere que llegues a media noche? Intenta explicarme y entonces entenderás mi actitud.
Sus ojos me enfocaron y supe que él estaba muy enojado porque lo estaba cuestionando.
—Eran asuntos laborales.—dijo, hablaba despacio pero sus palabras iban cargadas de ira, él no era de gritarme y sinceramente no le hacía falta hacerlo, podía estremecer mi piel sin necesidad de alzar la voz, causarme temor.
—¿Con quién?—mis preguntas estaban siendo atrevidas a pesar del miedo y las dudas.—¿Qué asuntos laborales te requieren a estas horas? ¿Estabas con una mujer?
—Megan, ¿qué dices? ¿Qué es lo que pasa por tu cabeza?
—Olvídalo, quieres que hablemos pero no eres sincero, ¿para qué hablar si no respondes a mis preguntas o solo mientes? ¡Da igual! Ya se me pasará.
Él apagó la luz y se acostó, yo hice lo mismo, dándole la espalda.
La charla no había llegado a nada, si lo confrontaba sin pruebas él solo lo negaría todo, así como mentía, diciendo que a estas horas estaba trabajando.
Ahora sí, comencé a llorar en silencio.
—Megan.—sus manos tocaban mi cuerpo, pasando debajo del pijama, buscaban mis senos.—Megan, estás despierta. Date la vuelta.
—No quiero.—dije casi entre gimoteos.
—Hace mucho que no tenemos sexo.
—Hace mucho que no hago el amor, imagino que tú no llevas tanto.—respondí.
—No sé cuando quieres hacerlo, no lo sé.—se excusaba.
—Gabri, yo…¿tengo que pedirlo con los labios? ¿No te das cuenta de cuando te deseo? Por si no lo sabes, ahora mismo lo que menos tengo es deseo s****l hacia ti, vuelve a tu sitio y retira tus manos.
—Si no lo hago está muy mal, pero si quiero hacerlo, está peor.—bajó de un solo tirón mi pantalón, haciendo que la tela quemara un poco mi piel, se encargó de sacarlo de mis piernas mientras mis manos intentaban devolverlo a su sitio.—Megan, tengamos sexo.—decía de forma áspera.
No quería, sentía cierto asco y desprecio, él olía a otro gel de ducha, se había bañado en otro lado, estuvo con esa otra mujer parte de la tarde y de la noche.
—No quiero, déjame dormir.
—Para una vez que quiero…—sus manos separaban mis piernas, uniendo su piel desnuda a la mía—¿quieres negarte, Meg? Seguro estás así toda malhumorada porque no te he tocado en un tiempo, el trabajo, el estrés. ¡Hoy sí!—le dio la vuelta a mi cuerpo, dejándome boca arriba, yo empujé sin mucha fuerza, y me cubrí con las sabanas, buscando con la mirada mi pantalón.—¡Meg!—sus manos retiraron todo y se subió sobre mi, sujetando mis manos, mientras mis piernas intentaban empujarlo.
—Gabriel, ¿qué crees que haces?—pregunté ya nerviosa la ver que él no se detenía.— ¿No escuchaste que no tengo ganas? Retírate de mi y suelta mis brazos.
—¡Baja la voz! ¿Quieres despertar a los niños? Guarda silencio y estate quieta, no tardaré mucho.
—¡No quiero!—ya me estaba desesperando.
—¡Que te calles!—puso mas presión en mis manos y su cuerpo se acostó sobre mi, dándome todo su peso, comencé a llorar, sus piernas me empujaban a separar las mías y su pene presionaba sin dirección alguna, buscando donde entrar. Seguí forcejeando con mis manos pero ya su pene había encontrado mi entrada y me invadía a la fuerza, presionando sin cuidado y abriéndose paso. Mi desesperación aumentó cuando él comenzó a besar mi cuello, mi llanto se alzaba mientras él no paraba. —Eres mi esposa, no quieres hacer de comer, no quieres tener mi ropa ordenada y no quieres tener sexo conmigo, ¿qué sigue?—su voz gruesa se alzaba sobre mi llanto y no dejaba de hablar.—¿Luego dirás que no quieres criar a nuestros hijos? Megan, ¿quien te está llenando la cabeza de cosas? ¿Cuándo fue que cambiaste tanto? Mírame y disfrútalo, porque yo lo estoy haciendo; así seca está demasiado rica y apretada, es como si tu interior me rechazara y yo tuviera que abrirme paso con fuerza, imponerme y hacer vale mis ganas, lo que yo quiera, cuando yo lo quiera. Eres mía.—seguía con sus penetraciones, el peso de su cuerpo molestaba mucho, había tenido que dejar de llorar para concentrarme en respirar.
—¡Mamá!—escuché la voz de Sami desde su habitación.
—¡Ya va! ¡No salgas de tu cama!—le ordenó Gabriel.
Sus manos soltaron las mías y yo pensé que se iba a apartar, pero no fue así, tomó mis piernas y sus penetraciones solo aumentaron su velocidad y su fuerza, cubrí mi boca con ambas manos para que Sami no me escuchara llorar; mientras Gabriel disfrutaba con esto, yo sufría, siendo víctima de su abuso.
Él terminó y yo me tiré de la cama, secando mis lágrimas y buscando mi pantalón entre las sábanas para ir a ver a Sami.
Respiré con calma y fui hasta su habitación.
—¿Qué pasa, cariño?—le pregunté con un enorme nudo en mi garganta, conteniéndome.
—Te escuché llorar, creo que tenía una pesadilla.
—Solo fue una pesadilla, vuelve a dormir.—lo cubrí bien con las sábanas y él cerró sus ojos otra vez.
Revisé a Aura por si estaba despierta, pero dormía, usé el baño del pasillo y me encerré en él, sentía la fuerte necesidad de lavar mi cuerpo.
¿Quién era ese hombre en mi cama que había abusado de mi? ¿Quién? Que no le bastó que yo me negara y solo se comportó como un animal, sin escuchar mis palabras.
Vi las marcas de sus manos sobre mi muñeca, todo me ardía y dolía, lloré bajo el agua y después de vestirme me fui al salón, dejando las luces apagadas y acostándome en el sofá.
Escuché unos pasos y me cubrí con los cojines.
—Megan.—se sentó a mi lado y yo retrocedí hasta el otro extremo.
—Aléjate.—pedí con miedo.
—-Se lo que piensas, pero eres mi esposa, así que no, no es lo que imaginas.—decía, queriendo descartar el hecho de que había abusado de mí, solo porque yo era su esposa.
—Muchas veces te he deseado y nunca te he forzado a nada, Gabriel.
—No es igual y lo sabes. No te forcé, solo hice uso de mis derechos sobre mi esposa, que quede claro. Se que también disfrutaste a pesar del llanto, no pudo ser malo para ti, soy tu esposo, es lo que hago, tu cuerpo es mi posesión, no lo veas de otra manera.
—Gabriel, tienes una amante, te escuché esta mañana mientras hablabas por teléfono, estabas con ella toda la noche y no sé desde cuando. Es un hecho que acabas de abusar de mi, no lo disfraces.
—¡No podría abusar de mi esposa!
—Si, si, si yo me niego, es violación, así seas mi esposo, no te hagas el ignorante. Solicitaré el divorcio y mañana mismo me iré de esta casa. No me quedaré con un hombre que no me respeta, que no respeta nuestro matrimonio y que le da igual nuestra relación, Gabriel.
—¿Qué sigue? ¿Denunciarme por tener sexo con mi esposa? No seas absurda. Mañana hablaremos sobre esto, ven a la cama, no te quedarás en el sofá.—tiró de mi mano hasta hacerme estar de pie y de allí me empujó hacia la cama. Sus brazos me rodearon, había algo en él que me llenaba de miedo hasta tener pánico y no me dejaba moverme, besaba mi cabeza y sentía su respiración muy cerca.—Hoy no te sientes bien, solo duerme, mañana hablaremos. Verás que todo se solucionará, solo descansa.