En la medida que iba caminando con mi padre hacia lo que yo sentía iba a ser mi peor pesadilla, él me decía en voz muy baja:
— Ana, hijita, por favor quita esa cara, pareciera que en vez de casarte con el padre de tu hijo, vas a firmar tu sentencia de muerte. Por favor sonríe mira que esta boda multiplicará nuestra fortuna.
Eso me puso aun más nerviosa, puesto que mi pobre padre no se imaginaba que Nelson, a partir de ese momento, era en realidad el dueño de gran parte de todos mis bienes.
No quise decir nada, solo me limité a fingir una sonrisa que me costó muchísimo, porque lo único que quería era llorar.
Cuando por fin mi padre me entregó a Nelson, este se acercó a mi y me dio un beso en la mejilla, mientras me susurraba en el oído:
— Esta noche serás mía amorcito.
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