Llegué al cuarto arrastrando los pies y sin nada de energía me lancé en la cama. ¿Qué tan culpable era yo de la muerte de Santos? ¿Actuó como cualquier hombre con una esposa? Ahora nada valía la pena, yo estaba sola. –¡Señora, señora! –La voz según yo, venía de muy lejos, perdida en una turbulencia como parte de mi letargo. Abrí los ojos y enfoqué. –Inés, ¿ha pasado algo? –No, no ha pasado nada, es solo que el señor Chico le ´pide que lo acompañe a desayunar. –¿Desayunar? ¿Qué hora es? –Es casi la hora del almuerzo, usted durmió desde que llegó ayer. No se preocupe, no es la único que llegó agotada, la señora Consuelo tampoco se levantó. –¿Y el señor Chico quiere que yo vaya… –Sí, es que ha llegado el joven Ramiro con su novia y él quiere…no quiere estar solo. –Oh,. –Todavía est