Lo que no conversó Astrid

2391 Words
–Se acerca navidad, quiero que estés lista mañana para ir a comprarte ropa. –Me dijo esa mañana mi suegra. –Y a la pequeña Flor también. Llevaba dos meses en la casa. La pequeña Flor estaba cada día más despierta y bonita. Santos había sido tratado y pasó un par de días sin tomar, pero ahora mismo estaba desparecido. Tanto como Chico. El presidente estaba delicado de salud y él se movía para dedicarse a ciertos asuntos que se relacionaban con la presidencia. En realidad, por lo que escuchaba de los hombres de seguridad que a veces entraban a la cocina, al presidente no le quedaba mucho tiempo y cada político, empresario o inversionista estaba rondando a los posibles candidatos a tomar ese lugar, congraciarse con el próximo presidente era vital, hasta para mi padre. Para los que no vivían de la política y sus beneficios, la historia era diferente, quizás así como la mía. Haciéndole ojitos a Flor, dándole besitos, pegar mi nariz de la suya y reír de sus gestos, hermosos gestos. No imaginaba mi vida sin ella. Mi cariño era devuelto por sus caricias. Las de sus manos en mi rostro, su mirada verde y su risita perdida. Tal vez eran solo sonidos y para Ismenia y para mí eran risas. Sonidos o risas que ya ocupaban la casa y hacían que Chico de vez en cuando le diera un beso antes de irse para perderse un día entero. Como la casa quedaba sola, únicamente con la servidumbre, yo me movía a placer. Ayudaba en la cocina y a lavar ni ropa y la de Flor. Hacíamos dulces y después, frente a la ventana de mi cuarto leía. Había encontrado un libro llamado El Conde de Monte Cristo, me había atrapado por completo, tanto, que de no ser por Flor, yo misma hubiese sido ese prisionero que aprende de la vida a través de los ojos de otro. –¿Qué lees? –me preguntó una tarde en que llegó la señora Consuelo temprano. –ah, buenas tardes señora. Leo El Conde de Montecristo, lo encontré en el salón del piano. –Ah sí, mi padre era un lector empedernido. –Levantó una ceja y después extendió la mano, billetes. –Toma. –Los tomé cerrando el libro y contando los billetes discretamente. –quiero que lo guardes. –No me hace falta, yo… –¡Tómalo! –Claro que lo tomé–y sigue leyendo. –Se fue.     Era el momento de amasar para el pan. Dejé a Flor en su cuna y cuando bajaba las escaleras la puerta se abrió: Santos. –Hola esposa. –Saludó. Su estado de embriaguez no era tan grande, podía negociar con su comportamiento. Se tambaleaba un poco peroono llegaba a caer, era como la mitad del Santos que era. –He llegado a casa ¡me esperabas? –Estábamos preocupados por ti. –Terminé de bajar y le serví de apoyo haciendo que me rodeara con su brazo izquierdo y yo lo tomé por la cintura. –Te ayudo a subir. –Quise ser amable, después de todo era mi cuñado y siempre fue amable conmigo. –Eres fuerte. –Dijo después de dar un par de pasos. Yo siempre fui la más robusta de la casa y Santos siempre fue delgado, más ahora que casi no comía. Lo llevé hasta el inicio de la escalera y al comenzar a subir apareció Rafaela por los lados de la cocina. –¿Quiere que la ayude señora? –no, yo lo subiré. Tu lleva un caldo arriba y jugo de naranja, por favor… Ella afirmó y se alejó, yo seguí de soporte para Santos, mi…esposo. –mamá siempre dijo…me dijo, nos dijo, que tu eras fuerte. Que me había equivocado escogiendo esposa. –Los dos sabemos que no te equivocaste. –Le respondí. –Astrid era una mujer muy hermosa y además te quería mucho. –El me miró no muy acertadamente y siguió subiendo con torpeza. –ustedes, tú debes recordar cada momento bueno, bonito con ella. –Ella, yo quiero pensar que la hice feliz. –Terminamos las escaleras en ascenso. –No podía ocultar su felicidad. –Le sonreí y lo dirigí a su cuarto de soltero. Caminamos a su ritmo, bajo la atmósfera delicada y fría de esa casa. Una vez ahí, abrí la puerta y se apresuró a caer sobre la cama boca arriba, con los brazos extendido. Respiró profundo, su dolor, la ausencia de mi hermana le pasaba. Como pude quité sus zapatos y acomodé sus piernas sobre la cama individual. Fui a la ventana y la abrí para que entrara aire y se llevara el olor que él despedía. –¿De verdad crees que era feliz? –Me preguntó otra vez con los ojos cerrados. –¡Por supuesto que sí! –Fui hasta él y luché para quitarle el paltó. –Tú la hacías muy feliz, iba a darte una hija. Rió con un poco de tos. –No hablabas mucho con ella ¿verdad? –Yo estaba ya sentada en la orilla de la cama y lo miré extrañada. –No, claro que no. –Pasé mucho tiempo con ella mientras se desarrollaba su embarazo, hablamos de muchas cosas. –¿Y te habló de que no le gustaba el sexo conmigo? –Saltó y me tomó la mano con fuerza para acercarme y mirarme con esos ojos hundidos y casi transparentes. –no. –Rió y volvió a toser echando la cabeza atrás, burlándose seguramente de la expresión de mi cara. –Claro que no te lo dijo, no eran tan íntimas. –Me  miró y volvió a reír. –¿Todavía crees que era feliz? Iba o quería decirle algo pero mi boca no podía, nada entendía. Rafaela entró con una bandeja donde llevaba jugo, caldo y pan. Notó que yo estaba asustada, nerviosa y que miraba a Santos que no paraba de reír, con un poco de miedo. –¿Señora? Virginia…¿estás bien? –S-sí. –me espabilé y tomé el jugo de la bandeja. –Ven Santos, toma un poco de jugo. –Cambié de lugar y fui a levantarlo. Rafaela me miraba no sé si preocupada o sorprendida. Tocarlo no fue nada agradable. No olía bien, su ropa estaba sucia y podía sentir los huesos de su espalda. –Rafaela ¿puedes pedirle a Domingo que suba, por favor? –Sí, ya voy por él.          –Y agua caliente para el señor. –Sí. Le dejo el caldo aquí. Puso la bandeja sobre la  mesa cerca de la cama y salió muy rápido. Para ese momento Santos ya tomaba su segundo sorbo de jugo. –No sé porque me ayudas. Se secó los labios con la mano derecha y luego negó para rechazar el jugo. –No tengo razones para no ayudarte. Dejé el vaso en la bandeja y fui de nuevo a la cama para quitarle las medias. –Te tomas muy en serio tu papel de enfermera. –No ponía resistencia a mis movimientos, solo me miraba. –He cuidado a muchas personas sin ser una enfermera. –Traje el caldo con una mano y con la otra coloqué una almohada detrás de su espalda. –Ayudar a otros no requiere de un título universitario. –¿Ayudar? ¿Me ves cómo alguien que necesita tu ayuda? –me preguntó con la lengua enrollada. Tomé asiento frente a él y le metí la primera cucharada de caldo en su boca rodeada de pocas rojas. –La mía y la de todos. –Le di la segunda–tu apariencia es terrible, lo que suda tu cuerpo, la contextura de tu cuerpo y tu cabello pide a gritos ayuda. –Has hablado más de lo que creí hablabas. –siguió comiendo de mi mano y hasta masticó las verduras, creo que se moría de hambre. –Que sea discreta no significa que no tenga temas de conversación. –terminó su caldo y en la puerta aparecieron Domingo y Rafaela. –Prepara el baño para el señor y tu Domingo ayúdalo a asearse y a vestirse antes de que comience la digestión. –Coloqué el tazón de caldo en la bandeja y lo miré. –Déjate ayudar Santos. No dijo nada pero creí estar segura de que accedería. Después de revisar a Flor bajé a la cocina  por su tetero y para hablar con Ismenia. Le pedí que cuidara por mí esa noche a Flor para yo poder vigilar a Santos. Necesitaba intentar un cambio en él, después de todo era el padre de mi sobrina. –Me dijeron que Santos llegó. Me atajó la señora Consuelo saliendo de la cocina con el tetero. –Sí, yo lo ayudé a subir, ha comido y ya debe estar bañado. –Y dormido. –Concluyó Domingo llegando por detrás. –Iré a verlo. –Dijo ella dispuesta a resolver las cosas a su manera, como siempre. –Creo que lo mejor será dejarlo descansar, ya veremos cuando despierte. –Le pasé por el lado para ir a ver a Flor. –Pasaré la noche ahí para vigilar su sueño. No dijo nada y yo no me detuve, solo atendí a Flor hasta que llegó Ismenia para hacerme compañía.   Al principio me costaba reconocer los sonidos de esa casa, pero ya con mi reloj en la muñeca supe que eran las seis de la mañana. Rafaela acomodó un colchón justo al lado de la cama y alrededor una colchoneta justo al lado de la cama y ahí dormí. Escuchando todos los sonidos que salían de la garganta de Santos, lamentos más que nada. Lo miré dormido, rendido, respirando con la boca abierta con el rojo de su cabello exageradamente descuidado y lo delgado de su rostro muy marcado. Fui al cuarto de Flor y ahí Ismenia ya la cambiaba, le agradecí y sostuve a la niña unos segundos. La quería como si fuese mía y por eso decidí ayudar a que su padre se recuperara. Le pedí a Ismenia que subieran una avena caliente para Santos y regrese a su cuarto. Entré con sigilo pero igual se despertó. –Buenos días—Le saludé recogiendo el delgado colchón del piso y enrollándolo. –¿Qué haces aquí? –Estaba sobrio. –Evitando que vuelvas a salir huyendo para emborracharte. –Respondí ya de pié junto a él. –No creo que te importe lo que yo haga. –Se sentó. –Y que seas mi esposa no te da derecho… –Puedes irte pero come algo antes. –Tocaron a la puerta y fui abrir. Rafaela con la avena. Le agradecí y la tomé. –Es avena y huele muy bien. –Se la mostré y él claro que percibió el rico olor. –Mi padre dice que antes de beber siempre es bueno tomar una avena caliente, bueno es que a mi padre le encanta la avena como venga y por eso quizás la recomienda. –Si tu caso es que saldrás a beber hoy lo mejor es quevayas preparado. –Le ofrecí la avena y la tomó. –La verdad…creo que pasaré el día durmiendo. Y así fue. Más de tres veces fui a verlo y seguía dormido. Su madre preguntó a Rafaela por él y obtuvo la respuesta.   –¿Qué lees? –Tres de la tarde, comenzaba a ponerse gris el cielo. Santos despertó y me vio sentada en una silla. –Ah, buenas tardes ¿has descansado? –cerré el libro y me levanté para entregarle un plato con frutas –Eso ha sido inevitable. –Estas frutas te ayudarán. –¿Son buenas también para comer antes de una borrachera? –Sí, las frutas evitan que te provoque el alcohol desmedidamente. ––¿Has salido de este cuarto hoy? –Preguntó masticando el melón. –Sí. Venía a verte seguido. –te has tomado muy en serio tu papel de enfermera. Solo lo vi masticar, mi intención era ayudarlo y no provocarlo. –Come, debes recuperarte. Después de eso volvió a dormirse, entregué una especie de reporte a sus padres y bajo sus miradas desconcertadas me marché. Esa noche dormiría con Flor en mi habitación. –¿De qué hablas con Santos? –Me preguntó la señora Consuelo cuando pelaba una naranja dulce en la entrada del jardín. Me gustaba recorre cada lugar de esa casa tan bonita y cuidada. No había detalle fuera de lugar. Dorita me mostró como limpiaba los centros de trabajo de los empleados, las habitaciones de estos y así fue como entré a la habitación de Reynaldo. Pr supuesto que estaba vacía. Solo dejó una colcha doblada en la orilla de la cama y una vela a la mitad sobre un plato en la mesita que seguramente tenía para sus cosas personales. Lo extrañé, lo extrañé de una manera diferente, me parecía muy buen amigo, había contado con él en momentos muy tristes y hacía falta en estos momentos. En cuanto la señora Consuelo habló Ismenia se alejó. –Conmigo o quiere hablar. –No hay ningún tema en particular, aunque la mayoría de las veces es de Astrid. –Astrid, Astrid, eso le hace mucho daño, ya, pasen la página de lo que paso con tu hermana. –Él no puede pasar la página señora, ama todavía a Astrid, la recuerda la quiere junto a él. Pensó que crecería su familia junto a ella. –Virginia, sé que te crees muy buena psicóloga pero lo que interesa ahora es que Santos pise tierra y rehaga subida. –¿Conmigo? –¿Con quién más? –Me parecía que ella quería una niñera para su débil hijo, más débil aunque Astrid. –Ya es hora que te ocupes de tu esposo y que vivan una relación normal como pareja–No voy a negar que un frío me recorrió. Santos llevaba tres días en casa, dormía, despertaba y en mitad de eso hablaba, de diferentes cosas, pero que giraban alrededor de Astrid. Una Astrid muy diferente a la que yo conocía, una Astrid feliz por fuera pero no tanto por dentro. –quiero que el tema de Astrid se termine y mi nieta tenga una verdadera familia. ¡Y quiero que sea ya!                                                           
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