Adriana sentía el fuego, la llama que Eros había encendido dentro de ella recorrer todo su cuerpo. Ella miraba al suelo abrazando con fuerza los libros que tenía para aquel curso, hasta sentir como aplastaban sus senos de la misma manera que Eros lo había hecho aquella noche cuando pegó su cuerpo al suyo.
Después de la extraña conversación que tuvieron y que la había dejado desconcertada ante la actitud de su hermanastro, Adriana y Eros no había vuelto a intercambiar ni un “buenos días".
La chica seguía sin entender su posesividad y aunque para ella su hermanastro era incapaz de hacerle daño a alguien, algo dentro de ella sí sentía había mucha verdad y decisión en sus palabras. Adriana incluso había tenido pesadillas con Eros por su advertencia. Algunas veces en mitad de la madrugada s
