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2989 Words
CAPÍTULO 2 Bajo del auto para ingresar al edificio, al principio, cuando Elena me comentó que quería independizarse, tomando en cuenta que fue la última en salir del preciado hogar de nuestros padres le comenté acerca de un piso en venta en mi edificio pero no le terminó de convencer, simplemente no era su estilo, su vibra. En realidad, no pasaba demasiado tiempo en casa de nuestros padres luego de haberse recibido en Literatura con notas envidiablemente perfectas se dedicó a cumplir sus dos sueños, viajar a través del mundo en busca de inspiración y escribir. Antes de ello, Elena ya era reconocida, y luego, nos pareció extraordinario todo lo que logró a través de los años. Ella siempre ha sido diferente a todos y eso no es justamente algo malo, de hecho, creemos con autenticidad que es algo bueno y ventajoso. A diferencia de mí, que elegí un departamento en una zona bien conocida en el centro, donde puedo escuchar los carros pasar por la avenida cuando todo está en un sumido silencio en plena madrugada y puedo observar en mi ventana las brillantes luces cegadoras de la movida ciudad. Mi hermana también escogió una zona segura, pero alejada del centro, donde no hay tanta actividad. Es un lugar donde viven en su mayoría personas mayores o demasiado ocupadas para estar en casa. Describiría su estilo como bohemio, chic y vintage, un estilo muy propio de ella. La vecina del lado y yo somos las únicas que poseen una copia de las llaves. Su vecina, que es una señora amante de las plantas se encarga de regar y cuidar las de mi hermana mientras ella se encuentra afuera, yo, para observar que todo se halle en orden y que nada se averíe en su ausencia y de ser así, encargarme de arreglarlo. Toco su puerta con los nudillos un par de veces, pues, a pesar de tener las llaves sería una invasión a su privacidad al entrar sin permiso y sin saber que está haciendo dentro. Se que ella no se molestaría, pero no es algo que a mi me gusta hacer. Desisto a la insistencia con mis nudillos ya rojos e irritados así que espero un par de segundos sin respuesta de su parte y opto por llamarla, pero la llamada se cuelga al no ser respondida. Pego mí oído a la puerta sin lograr escuchar nada, así que meto la llave preparándome para disculparme por entrar así como así. Abro con cuidado pisando con demasiado sigilo, no queriendo ser ruidosa, se que mi hermana suele dormir por la tarde. —¿Hola, Elena? —Pregunto mirando hacia los muebles desocupados en los que suele quedarse dormida viendo una película. Siempre he admirado como se duerme en medio del mejor suspenso de una película, yo no soy capaz de hacerlo. No estoy ni cerca en poder lograrlo porque es que soy tan ansiosa que si comienzo a verla, tengo que terminarla, ella al contrario parece que la indujeran al sueño. De hecho, el televisor está encendido con una película que no reconozco y hay algunos aperitivos, muchos, a decir verdad en desorden sobre el mueble. El bol con las palomitas de maíz está volteado en el suelo y su manta hecha un desastre manchada gracias a un chocolate medio mordido así que lo tomo para dejarlo en la mesa, hay gomitas, caramelos, y papas fritas. Enarco la ceja pensando en el gran apetito que se ha desarrollado en mi hermana, yo siempre he sido la más “antojosa” entre nosotras, es más que obvio. Así que me sorprende ver todas las golosinas a medio comer, ni siquiera yo, en mis momentos de más hambruna sería capaz de comer tanto. Empiezo a ordenar el pequeño desastre de bocadillos cuando escucho una fuerte arcada del cuarto de baño cercano a la sala y me acerco a el con preocupación. —¿Elena? —Pregunto en un grito por fuera, mi vena de madre se resalta, tratándose de ella es capaz de comerse tres cucharadas de un plato y sentirse a punto de reventar, es por ello que estoy más que anonadada—. ¿Elena, estás bien? —¿Mellie? ¿Qué h… —Dice dándome su mejor voz sorpresiva a pesar de parecer muy enferma, y se interrumpe para escucharse como si vomitara todo su ser por el inodoro—. No entres, por favor. Alejo mi mano de la manilla respetando su pedido cuando escucho más arcadas y realmente no puedo más. —¿Cómo que no? —Inquiero entre molesta y angustiada, más angustiada que todo, he de aceptar. Es mi hermana que esta allí dentro pareciendo estar pasando por su peor momento, por favor. Abro la puerta pasando hallando a mi hermana con su cabeza casi dentro del retrete. Ella apenas y voltea sin decir nada, así que le tomo el cabello en vano pues ya está manchado de vomito para que siga expulsando todo. Acaricio su espalda sintiéndola más delgada de lo usual. —Estoy… Sucia —murmura, para lavarse el rostro bajar la tapa y sentarse sobre ella con mi ayuda, apoyándose de mí, casi sin fuerzas. Su hermoso rostro angelical y delicado se ve de un enfermizo pálido verdoso que me asusta en sobremanera, sus pómulos se marcan más y en pocas palabras se ve… Demacrada—. Gracias. —Hermana, ¿Qué te pasa? —Inquiero con la voz rota, me dan ganas de llorar observarla así, millones de ideas y conclusiones precipitadas invaden mi cerebro dando resoluciones de miles de enfermedades que podrían afectarle. —¿Qué haces aquí, Mel? —Su voz suave me pregunta aun limpiándose el rostro con papel higiénico. Está tan mareada y desorientada que todavía necesita mi ayuda para no irse de lado aun sentada. —Eso no es importante ahora, tienes que decirme lo que te sucede. Llamaré al doctor de la familia y puede que… —Melanie por favor —pide por lo bajo como si no fuera nada, minimizando lo que podría ser una terrible enfermedad—. No lo entiendes. —Lo llamaré, Elena… ¡Tú no eres así! ¿Te has visto en un espejo? Has rebajado en menos de una semana, esto no es para nada normal. —¿Qué coño haces aquí, Mellie, no tienes una casa que atender, tus propios asuntos? —Se exalta levantando la voz dejándome helada, ella nunca me había tratado así, tan a la defensiva. Trago saliva para retirarme pero ella me jala del abrigo—. Lo lamento, no quise ser grosera contigo… Es solo que… —Y no dice nada, pues rompe a llorar como niña pequeña. Y como en los viejos tiempos, cuando Leonard rompía alguno de sus libritos por maldad yo la arrullo en mis brazos consolándola. A pesar del hediondo aroma a vomito no es impedimento para tenerla en mis brazos. —No pasa nada, ya verás —le digo con seguridad, nos separamos y limpio algunas de sus lágrimas con mis dedos—. Ahora debemos ducharte, hueles muy mal. Ella se ríe con ganas dándome una palmada en el hombro sin fuerzas y yo sonrío también, —De todas maneras, llamaré al doctor. Así podrá hacerte cita para mañana. —No lo hagas —se precipita cogiendo mi teléfono entre sus manos, frunzo el ceño mosqueándome un poco por su actitud incomprensible—. Si esto se trata de una enfermedad, lo mejor es ir lo más pronto a que te examinen, quién sabe cuantos días estás así y no quieres decir nada. —Por lo mismo, Mel. —Elena, ¿Pero qué me estás diciendo? —No le puedes decir a nadie Mellie, por favor, te lo ruego. —No estás pensando con claridad —asevero llenándome de estrés, si mis padres estuviesen aquí la llevarían a rastras al hospital sin pensarlo dos veces—. El miedo te está nublando la razón. Todos sabemos el gran miedo que le tiene mi hermana a las inyecciones y a los hospitales, es casi como un trauma. Pero eso no debería ser justificación como para restarle importancia a algo tan grave como lo que se ve. —Claro que estoy pensando con claridad, estoy siendo más lógica de lo que tú piensas. —¿Y cómo puedes justificar el hecho de que estés vomitando hasta el alma y todo el peso que has perdido en tan poco tiempo? Creí que era parte de tu metabolismo pero esto ya es alarmante —de repente, una idea se me mete a la cabeza que me enciende una luz que me aterra—. ¿Estás sufriendo de anorexia, Elena? —¡¿Qué?! ¡¿Pero de qué hablas?! —No me digas que es eso, Elena, por favor. —Melanie, calmate —dice, observándome fijamente tomando con sus manos mis hombros. —No puede ser… —Melanie, creo que estoy embarazada. En blanco. Mi mente queda en blanco y mi boca se abre boquiabierta con lo que me dice. Bajo mis ojos a su barriga casi inexistente pues es plana como la de una supermodelo. Aunque, me deja casi sin respiración ver un pequeño bultito que parece más como una hinchazón que pasa por desapercibido a simple vista, muevo la cabeza de un lado a otro sin creérmelo. Es imposible. Deben ser reflejos míos o malas jugadas de mi imaginación. No es posible. Ella, de nosotras tres, era la que menos deseaba la maternidad, nunca reflejó querer ser madre ni mucho menos. Siempre ha sido un espíritu libre, así lo ha dicho y lo ha cumplido, sin ninguna atadura, algo que para mi madre católicamente religiosa es un pequeño dolor de cabeza pues su sueño es ver a sus cuatro hijos bien casados —por la iglesia y por civil, para toda la vida si es posible—. Supongo que es por eso que está tan emocionada pues Leila es la única en lograr el enlace hasta ahora. Y como está pintando la cuestión, la única en un par de años porque yo he renunciado al amor en su totalidad. —¿Estás bien? Ahora eres tú la que luce enferma —dice, sentándome sobre la tapa del inodoro. El mareo que me dio me desestabiliza, esto si que no lo esperaba—. Hermana, por favor, di algo. —Esto… ¿Estás segura? —Pregunto señalando su tripa, a lo que ella asiente con la cabeza. —Sí. Llevo más de tres meses sin mi menstruación. —¡Eso es demasiado! ¿Te has hecho… Te hiciste la prueba? —No, Mel, tú conoces como es todo esto… Nuestros padres tienen amigos por todos lados y me es imposible ir a una farmacia que no sea en otro estado donde no encuentre a algún amigo de nuestros padres. Créeme cuando te digo que lo he intentado desde que me he sentido extraña, pero me he topado hasta con nuestros padres en medio del intento. —Puedes decir que es para una amiga. —¿Amiga? ¿Desde cuando tengo amigas? —Ríe con amargura pasando su mano sobre su rostro con desespero. —Vale, yo lo haré, entonces. —¡Mel! ¿Estás segura? En esta ciudad… —Claro que si, ya es de noche y seguro que no hay tantas personas, puedo decir que es para Bridget si me encuentro a alguno del club de nuestros padres. O a nuestros padres, si al caso vamos —decido, haciendo una mueca pensando en los chismorreos que son más gigantes que esta misma ciudad—. Además iré por el servicio de autos, eso sí, necesito que me prestes el tuyo. Ella asiente como aliviada y salimos del cuarto de baño para entregarme las llaves. —Mel creo deberías cambiarte —bajo la cabeza para observar mi corte que entrevé la lencería sexy que me da dolores de cabeza. Asiento con la cabeza entrando a la habitación de huéspedes en los que he dejado ropa y también algunas prendas de Leila gracias a las pijamadas que hemos hecho. Una vez tengo la blusa blanca básica me doy cuenta que esta podría ser la recamara del bebé, y eso me llena de una rara emoción. Una vez vestida cómodamente bajo hasta el estacionamiento para emprender mi camino hasta la farmacia más cercana. Suspiro al ver que el servicio de autos no está disponible. —No me j… —refunfuño ante el cartel, el auto detrás de mí me pita y eso no mejora mi humor para nada. El servicio funciona las cuarenta y ocho horas del día y justo cuando lo necesito con desespero no funciona. Así que aparco en el estacionamiento para bajarme. Digo. ¿Cuáles son las posibilidades de toparme con algún conocido? Entro como si estuviese de incognito, pero la realidad es que nadie me ve ni me prestan atención en lo absoluto, así que voy directo a las pruebas que hay miles de todo tipo. Decido por tomar dos de diferentes marcas y me encamino a la caja. Abro los ojos desmesuradamente al reconocer a Arnold en la fila. Me escondo detrás de dos señoras que conversan acerca de no se cual pastilla maldiciendo por lo bajo. ¿Pero cuales eran las posibilidades, es alguna clase de castigo? ¿Qué karma me toca pagar está vez, y por qué justo en este momento? Si alguien me contara esto, diría que es inventado. La fila avanza así que aprovecho para meterme en la más larga por lo que es difícil verme desde su punto. Adjunto las pruebas a mi cadera con tal de en caso que volteara, no pudiera ver lo que llevo. Todo es paz hasta que un teléfono suena a todo volumen y a continuación se escucha a la mujer delante de mí hablar estrepitosamente a gritos por teléfono a lo que varias personas incluyéndolo a él voltean hacia nuestro lugar y yo me hago la tonta viendo hacia el costado opuesto observando a la pared como si fuera mi objeto personal más preciado en este planeta tierra. Señora, cállese, por favor. Doy un paso ya que la cola avanza y me doy la vuelta topándome con su mirada. Sonrío forzadamente saludándole con la cabeza y él me saluda con la mano, casi como si quisiera decirme algo. Por favor, por favor, avanza. Le pido solemnemente al señor delante de él, pues mientras más rápido se vaya, mejor. No quiero que vea que estoy comprando dos pruebas de embarazo, eso sería un auto saboteo de mí para mí misma. Iría corriendo a contarle a su jefecito y eso si que sería un problema. Aunque, pensándolo bien, no tengo porqué preocuparme, Bastian ha dejado más que claro lo que siente por mí. Respiro al verle pagar pero la salida está del lado contrario. ¡¿Pero quién rayos hizo está farmacia?! ¿Y por qué hay tanta fila? Estoy que me jalo de los cabellos, muevo el pie sin control siendo testigo de las colas más lenta de la historia. Arnold sale de la cola luego de haber cobrado y lo veo de reojo acercarse a mí. Aquí no por favor, desvíate. No vengas a mi dirección. Finge que no estoy aquí, ignórame. Y si vino. —Hola, señorita Bell. ¿Cómo está? —Le escucho musitar con suma educación y respeto. —Hola pero que sorpresa verte aquí, estoy bien, gracias. Puedes llamarme Melanie, después de todo te digo Arnold, ¿No es así? —Él sonríe de lado gentilmente a lo que yo respondo con una sonrisa bastante forzada. —Bu… Bueno, no creo que eso le agrade mucho al señor Werner, a él le gustan las formalidades si se trata de usted… Me refiero, a usted, ya sabe, es especial para él. —Me cruzo de brazos al escucharle decirme eso, pues no comprendo, él al ver mi confusión intenta arreglar sus palabras pero probablemente las empeora, notablemente nervioso se arregla los lentes e inhala aire como si le faltara—. Lamento si estoy siendo imprudente señorita, digo, Melanie. Quería saber si había podido contactar al señor Werner pues tengo entendido que ocurrió un problema de comunicación. —No te preocupes por ello, Arnold, eres un excelente asistente y no estas siendo para nada imprudente. Creo que él ya entendió el mensaje —aclaro entre dientes sintiendo la sequedad en mi garganta. —¡Oh! Está comprando pruebas de embarazo, me atrevo a decirle que esas de la caja azul son bastante efectivas. Mi esposa y yo intentamos ser padres por mucho tiempo y no se equivocaron con los dos embarazos de mis hijos cuando otras daban negativo, es un buen recuerdo —se apresura en decir hasta que queda sin habla quizás atando cabos totalmente erróneos, he de decir. —Sí gracias, no, no, no son para mí, son para una amiga —ahora, la que tartamudea y habla torpemente. Él me observa lívido con una sonrisa rara que me causa incomodidad y yo se la devuelvo, haciendo el encuentro más patético de lo que ya era. —Entonces espero que a su amiga le de el resultado que espera —finaliza con sinceridad, a lo que yo me muerdo el labio inferior con el corazón latiendo a mil—. Nos vemos, señor… Melanie. —Estamos de acuerdo, yo también espero lo mismo, adiós —susurro débilmente, pues he caído en cuenta de algo que podría cambiarlo todo, desde el centro de mi vida hasta el último detalle más insignificante. Sigo a Arnold con la mirada hasta que sale del lugar e inclino mi cabeza para observar las dos cajas que sostengo y amenazan en resbalarse de mis manos sudorosas y temblorosas en cualquier instante. Por encontrarme con Arnold, y gracias a lo que me dijo he recordado algo. Elena no es la única con retrasos menstruales.
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