CAPÍTULO 1
Las lágrimas en mis ojos nublan mi perfecta vista fija a la carretera, así que las limpio con el abrigo que es un doloroso y humillante recordatorio del porque lo llevo puesto. No puedo creer que haya dejado el amor propio que tanto me costó construir de lado con la vaga excusa del haber creído que él algún día podría corresponderme. No hice más que clavarme profundamente un puñal en el costado dejando mi dignidad y mucho más de lado por una historia de amor que solo vivía en mi imaginación. Gimo entrecortada sin poder ser capaz de hacer algo que no sea conducir con claridad.
Todo fue mentira.
Mi teléfono suena, pero no puedo silenciarlo, se que en el instante en el que suelte el volante mis extremidades se volverán temblorosas y débiles rindiéndome ante el pesaroso sentimiento que se arremolina dentro de mi cuerpo como un tornado destrozando y devorándolo todo. Tanto como yo me siento por dentro, rota. Mí corazón no esta roto en dos, está en trozos diminutos esparcidos sin orden.
“Demasiado gruesa… Así es, amor mío.” Soy capaz de escuchar su voz nítida en mi cerebro reproducirse como un disco rayado, deteniéndose en las palabras más hirientes y dolorosas que he podido escuchar. Creí que la historia no se volvería a repetir, no así. No tengo palabras que puedan describir el sentimiento que me atraviesa y amenaza a dejarme sin aire. Por un momento sentí que el mundo se me venía encima del impacto.
Fue una gran mentira.
Cada vez que sus manos se deslizaron sobre mi cuerpo explorando aquellos lugares en donde nadie había llegado le causaban asco, aunque me lo negara rotundamente mil y unas veces, insistiéndome en cuan hermosa le parecía, era una farsa.
Otro truco del cual desconozco razones. Los besos, la persecución, todas las flores que envió. ¿De qué sirvieron? ¿Por qué? ¿Quién sería capaz de tanto?
Aprieto el volante con fuerza sin saber en qué lugar estoy ejerciendo más fuerza, si en mis dientes: que rechinan y duelen ante la fricción a las que los someto. O en mis manos, con los nudillos tornándose de un leve morado. La rabia se mezcla con la tristeza amarga, acelero el auto sin rumbo ni destino predeterminado, ya que he pasado el camino a casa hace ya un largo tramo. Dejo salir un gemido ahogado que desemboca gotas gruesas que no paran. Inhalo tomando aire con la garganta seca y los ojos sumamente hinchados. Es una sensación devastadora, real y palpable, como si me hubiesen partido en mil pedazos.
—Estúpida… ¡Fui tan estúpida! —me refunfuño a mí misma enfurecida, porque eso es lo que soy, una gran estúpida. No soy más que eso, albergando alguna esperanza de que Bastian hubiese sentido algo más.
Fui tan estúpida, cuando hice las supuestas reglas que de nada sirvieron. Dije que era sólo sexo y sólo me mentí a mi misma descaradamente sin engañar a nadie más. Estaba empezando a creer que se trataba de algo más, algo más profundo, significativo...
Amor.
Realmente estaba tan convencida y cegada de que era amor, de ese que te abrasa el alma y daña lo herido.
Tonterías, rio con ironía.
Como se habrá reído de mí, como se habrá burlado a mi costa…
La forma en que sus dedos acariciaron mi piel calentando hasta lo profundo de mí ser, la manera en que sus palabras encantaron a mi corazón plenamente engañado sin darme cuenta ni tomar precaución, hasta creí haber notado un brillo inusual en sus ojos. Todo fue obra de mi imaginación haciéndome una mala jugada que me ha costado mucho más que la dignidad misma. Hasta tropezarme con la dura realidad y un corazón roto que me demostraron que Bastian no cambiará, fueron ilusiones vanas. Estaba tan esperanzada, creyendo que él me observaba diferente, cuando había sido otro truco viejo. Me había usado a su antojo y yo le dejé ser.
Había creído cada palabra que había dicho.
Un ruido proveniente de mi auto me hace volver a la realidad y me he dado cuenta que he parado y mi auto se apaga. Intento encenderlo varias veces pero me doy por vencida al quinto intento.
—¡No me jodas! —Exploto en gritos contra el volante, dándole golpes a palmas abiertas. Está anocheciendo y no pasa ni un alma por aquí. Este es uno de los caminos en dirección al circuito cerrado en el que vive Elijah. Pero en él es lo último que pienso.
Cojo el teléfono con mis dedos vacilantes cortando la llamada entrante de Bastian de muchas más perdidas. Mi teléfono tiene tantas notificaciones que me hacen doler la cabeza. Me aseguro de bloquear el auto y poner las luces de emergencia, miles de ideas terroríficas divagan por mi mente pero no les doy entrada.
—Por favor, por favor, por favor contesta —suplico exasperada en murmullos de ruego mordiendo mis uñas y las cutículas a su paso.
—¿Hola? —escucho la dura voz rasposa masculina a través de la línea. Trago saliva con nerviosismo.
—Alex, ¡Hola! ¡Que gran casualidad! —“¡Qué gran casualidad!” ¿Es en serio, pero que tengo en la cabeza, cómo le voy a decir que es una casualidad si yo lo estoy llamando? Me aclaro la garganta y prosigo articulando con nervios—. ¿Cómo estás? Te estaba llamando por bueno, ya sabes... —divago, con una voz cantarina llena de emociones encontradas al recordar nuestro último raro encuentro del que me siento avergonzada, por haberle hecho un desplante y no está demás sacar a relucir el supuesto acto de celos de Bastian, que fue no más que una actuación de su parte. El hombre podría tener varias estatuillas Óscar si así lo deseara.
—Tu carro falló, y estás en medio de la nada, así que necesitas ayuda... ¿No es así? —Pregunta en una interrupción que no me molesta para nada, como siga así será peor para ambos.
¿Qué come que adivina?
—¿Pero y tú qué comes? —Le pregunto dejando salir un suspiro sintiéndome aliviada.
—Un sándwich —responde, como si no hubiese entendido mi broma—. No sabes cuántas llamadas así recibo al día, bueno, después de todo es mi trabajo. ¿Estás bien? Mándame la ubicación.
—Muchas gracias Alex, juro pagar los honorarios. Lamento molestar pero no sé que sucedió.
—En realidad, no pasa nada. No debería haber fallado, tenemos garantía. Ahora responde a mi pregunta, ¿Estás bien, Melanie? —Inquiere con una exigencia que resulta hasta insultante. ¿Qué es lo que pasa que me sigo topando con hombres así?
—Estoy bien —aseguro observando el cielo teñirse más oscuro.
—Envíame la ubicación sin colgar Mel, me sentiría tan culpable si te sucede algo.
Elevo una ceja arqueándola, ¿Por qué tendría que sentirse culpable? Sin más le envío la ubicación y vuelvo a la llamada ignorando otra entrante de Bastian. ¿Por qué simplemente no se da por vencido?
—La tengo, no cuelgues Mel. Voy para allá —dice con voz agitada. Lo siguiente que escucho es el ruido de sus zapatos y unas llaves tintinear.
—¡Espera! —Chillo inconsciente.
—¿Qué sucede?
—¿Podrías, por favor, no venir en moto? —Gesticulo con dificultad rogándole, recordando la lencería que llevo debajo del único trozo de tela que me cubre. Ir en moto con lo que llevo sería calificado como exhibionismo contando con el viendo que doy por seguro levantará mi abrigo. Escucho su risa suave como un zumbido pareciendo divertirse a costa de mi sufrimiento del que es ignorante.
—No lo iba a hacer, linda.
Asiento con la cabeza como si él pudiese verme quedando sin habla al escucharle decirme así. Me conmueve, pero de una manera que no puedo explicar.
—Vale. Colgaré —digo, y antes de que pueda quejarse me adelanto—. De suceder cualquier cosa, te llamaré.
—Promételo.
—Lo prometo.
Cuelgo, sintiendo una sensación rara en el borde de mi estómago. Antes de que pueda pensar bien llega otra llamada del hombre que trataré hacer innombrable en mi vida y lo bloqueo, en cuestión de que no pueda molestarme más. Recuesto la cabeza sintiendo algo de paz cuando otra llamada llega, pero está vez de un número diferente. ¿Pero cómo se atreve? Bloqueo el número telefónico y parece he resultado victoriosa pues el móvil queda en silencio. No me molesto en abrir los mensajes, los elimino cada uno sin echar un vistazo. No hay nada más que ver, todo lo que necesitaba saber lo he escuchado con mis propios oídos, no me lo han contado. He tenido suficiente de él.
Los minutos pasan hasta que una Mercedes-Benz Clase G negra brillante se estaciona frente a mí con las luces encendidas que me hacen parpadear para bajarse de un Alex con ropa del mismo tono combinando con su vehículo, apagando un cigarrillo con la suela de su bota. Arqueo la ceja al verle dejar la colilla dentro del piso del auto, nunca hubiese pensado que era un gran cuidador del ambiente. Es increíble el aspecto de chico malo que tiene. Si estuviéramos en la secundaria, sería la sensación e indudablemente el tema de conversación favorito. Pero aquí afuera en la adultez, un hombre que grite peligro está fuera de los límites.
—Hola linda, no te ves para nada bien.
—Gracias —digo con una mueca genuinamente divertida. Creí que no sería capaz de reír en días pero ya veo que no es así. Ignoro la palabra linda por completo, esperando a que no vuelva a darme sobrenombres cariñosos.
—No me refiero a eso, te ves preciosa como de costumbre. Sólo que hay algo nuevo en ti que no te hace ver como ti misma. ¿Quieres hablar de eso? —Dice tan pronto como abre el capó de mi auto. Me pongo a su lado sin entender nada de lo que hace y niego con la cabeza.
—No, no lo creo —contesto de inmediato. Él me mira casi como si entendiera y asiente sólo una vez para limpiarse las manos con rapidez.
—Bien. Le diré a mi amigo que lo vengo a buscar —dictamina, cerrando el capo tomando las llaves de mi auto.
—¿En serio? Pero y si...
—No hay problema, le envié la ubicación antes de llegar. Estará aquí en un par de minutos.
—¿Y cuando lo tendré de vuelta? Odio estar sin carro, no sabes lo que se batalla por un taxi en esta ciudad a primera hora de la mañana.
—Para mañana en la tarde a más faltar, y eso claro que lo se, mi madre me quito mi licencia de conducir por dos años como castigo y tuve que luchar con varios señores a la siete de la mañana.
—Alex...
—Lo juro, linda, y no volverá a fallar. Te doy mi palabra. Te ayudaré a subir mientras espero a que vengan por tu carro —dice como si fuera el genio de la lámpara, adivinando que con estos grandes tacones y a juzgar por mi abrigo, será algo difícil flexionar mi pierna para subir sin mostrar todo.
Quedo sorprendida ante su vehículo, no es que yo sea una persona clasista pero a juzgar por la lujosa camioneta, en su trabajo debe irle bien. Maldigo por lo bajo odiando el segundo en que me pasó por la mente la idea de “seducir” al imbécil de Bastian con sólo un abrigo y lencería de poquísima y fina tela debajo. Subo sujetándome de la mano de Alex que no es más que caballeroso y me cierra la puerta dejándome sola.
Tal y como dijo, transcurre un corto lapso de tiempo hasta que llegan un hombre y una mujer para hacerse con las llaves de mi auto, parecen estar sumidos en una conversación así que juego con mis dedos tratando con toda mi fuerza de voluntad en no pensar en nada. Otra llamada llega, así que dirijo mi dedo para declinar sin pensarlo dos veces cuando sorpresivamente veo el nombre de Astrid en la pantalla. Respondo aún titubeante, dudando mucho que Bastian se encuentre detrás de la llamada.
—Hola Mellie —escucho su calmada voz femenina por suerte, llevo mi mano a mi pecho muy aliviada no teniendo que enfrentar al imbécil de su hermano.
—Astrid ¡Hola! ¿Qué sucede? —Pregunto con calma. La línea queda en silencio un par de segundos—. ¿Astrid? ¿Estás allí?
—¿A dónde te llevo? —Pregunta Alex entrando al auto.
—Melanie, ¿Con quién estas y a dónde vas? —Escucho la voz del hombre que me ha roto el corazón no una, sino dos veces y que tiene las agallas o más bien, el terrible descaro suficiente para hablarme de esa manera. Me enerva su creencia de que crea que existe la mínima oportunidad de que yo le escuche decirme mentiras a diestra y siniestra.
—¿Y por qué te importa? —Pregunto con rabia, ganándome la mirada curiosa de mi acompañante que vuelve la mirada al instante, fingiendo que no le presta atención a esta conversación que le es ajena—. Más bien, no es problema tuyo.
—Melanie, por favor, no juegues con fuego —gruñe entre dientes aparentemente molesto, dejando salir más de lo normal su tosco acento, a lo que reprimo una risa burlona. Ni siquiera puedo entender porque tendría que estar enfadado en todo caso.
—Ya lo hice, y mira dónde estoy —respondo desafiante, para colgar. ¡No puedo creer que haya usado a Astrid para esto! No debería asombrarme, dado al historial que lleva usando a las personas a su antojo. A este paso, no sé cuántas personas sabrán de lo que tuvimos. Si nuestros padres se enteran, planificarán la boda para decirnos únicamente cuando tendremos que ir.
—¿Estás bien? —Alex se ve preocupado por mí, así que sonrío sin mostrar los dientes como si nada estuviese sucediendo.
—Tienes que dejar de preguntarme si estoy bien.
—Lo seguiré haciendo, me importa.
—¿Un poco raro para ser un chico malo, no? —Pregunto con una risilla amarga.
—No soy un chico malo.
—Claro que no —ironizo con sobrado sarcasmo.
—No lo soy, dejé de tener dieciséis hace un tiempo. Este es mi aspecto y personalidad, pero no voy por allí ilusionando a las mujeres como si fuera un deporte.
—Felicidades entonces, eso dice mucho de ti.
—Y de mi madre.
—¿De tu madre?
—Odia a los mujeriegos, constantemente me recuerda que me crió para no ser uno —explica volviendo la mirada de la carretera para observarme un momento, asiento con la cabeza sin querer hablar más del tema.
—¿Puedo preguntarte porqué te quitaron la licencia de conducir?
—No quieres saberlo —dice con una gran sonrisa contagiosa que me hace reír—. Digamos que en la adolescencia fui algo rebelde e hice sacar de las casillas a mi pobre madre que quería más que nada en este mundo que fuera su clon en el área laboral. A diferencia de ella y para su sufrimiento, heredé el gusto de mi padre. Mis pasiones siempre fueron las motos, los autos y todo lo que tuviera que ver con ello. Al principio no lo aceptó, pero ya ves que es a lo que me dedico.
Pensar en ir a casa no me hace sentir para nada aliviada, al cambio, se que él estará frente a mi puerta esperando a que llegue para llenarme de mentiras, y no estoy en disposición de escuchar lo que tiene que decirme, ya que no le creeré. Recuerdo que Elena tiene su departamento cerca a esta localidad, ya que no le agrada la idea de sacrificar su apreciada independencia por vivir con mis padres aunque pase más tiempo en el exterior que aquí. Le indico a Alex la dirección y él conduce sin hacer una pregunta al respecto.
—Aquí estamos —dice al estacionarse frente al departamento de Elena. La explicación que debo darle del porque estoy aquí es otra cosa de la que me tengo que encargar.
—Muchas gracias por traerme, Alex no tienes idea de lo agradecida que estoy.
—Tendré una idea si aceptas salir conmigo.
—Alex, verás, no estoy interesada en salir por estos momentos, no quisiera causar un malentendido entre nosotros dos.
—Se que algo debió haber sucedido entre el alemán ese y tú Melanie no soy tan lento como crees. Cualquier persona que te haya hecho daño no merece estar en tu vida, eres una mujer maravillosa.
—No puedes saber que soy maravillosa.
—Lo sé —contesta con simpleza—. También se que no es de mi incumbencia pero puedes decírmelo, si me necesitas solo tienes que hablar, Melanie. No me refiero a salir de esa manera, al menos no por ahora. Se que estas herida y puedo verlo, nada me gustaría más que ayudarte.
—Alex, gracias, pero no creo que puedas ayudarme en estos momentos —susurro, necesito algo de tiempo a solas.
—Está bien, pero podríamos a tomar un café, así podrías demostrar tu agradecimiento.
—Podría ser —musito considerándolo—. Lo pensaré. Gracias Alex, de verdad, me salvaste el día.
—Melanie… Se que no debería decir esto, pero, estoy seguro de que él se arrepentirá —declara con certeza, a lo que me rio sin poder evitarlo.
—No lo creo.
—Hazme saber si cambias de opinión acerca de ese café —insiste, a lo que esbozo una sonrisa verdadera y asiento con la cabeza convencida a que no lo dejará ir.
—Lo haré.