El auto de María Paz se deslizaba sobre la calzada de la elegante urbanización donde ella residía, antes de arribar a la mansión Vidal, la joven advirtió a sus vecinos (padrinos) llegando a casa. El agente García y su esposa agitaron sus manos para saludar a la chica. Ella sonrió y aparcó su vehículo, bajó de él, y se aproximó a ellos. A su madrina la abrazó con cariño. La mujer notó los enrojecidos e hinchados ojos de Paz, y también miró como a su esposo lo saludó con recelo, como si estuviera molesta con él. —Venimos de la casa de tus papás —mencionó la señora García—, tu mamá preparó el pastel de chocolate que tanto le encanta a mi esposo. —Miró a Fernando y lo tomó del brazo. —Imagino que en agradecimiento a lo que mi padrino le contó a mi mamá sobre mí —mencionó la jovencita s