Joaquín deslizó su espalda sobre la madera del portón de su apartamento. El joven se sentó en el piso y abrazó sus piernas. La mirada llena de decepción de María Paz golpeaba su alma. —Soy un cobarde —monologó—. Ni siquiera tengo el valor para confesarle lo que hice —espetó con la garganta seca y el pecho adolorido, entonces su azulada mirada se enfocó en el bar, y en las botellas de licor que ahí habían permanecido intocables desde que era novio de Paz, sin embargo, consideró que esa noche necesitaba un trago—. Uno solo —se dijo así mismo. Se puso de pie y caminó hacia un rincón de su apartamento tomó una botella de whisky y vertió el contenido en una copa, con las manos temblorosas y la visión nublada por los recuerdos del pasado miró el amarillento licor. —Te fallé —susurró sintie